Memoria metropolitana
Las intervenciones en la ciudad y en el territorio tienen mucho que ver con la capacidad de relacionarse con la memoria. La cuesti¨®n crucial de nuestra condici¨®n posmoderna radica en llegar a reestablecer v¨ªnculos creativos entre la historia y la contemporaneidad, un proceso dif¨ªcil tras la ruptura de las vanguardias de hace casi un siglo.
La primera modernidad, desde el Renacimiento hasta principios del siglo XX, fue entendida como continua reinterpretaci¨®n de la tradici¨®n cl¨¢sica: las obras ten¨ªan aspiraciones de modernidad, universalidad y desterritorializaci¨®n, pero no abandonaron sus ra¨ªces, en los precedentes del pasado. La ruptura de la segunda modernidad, las vanguardias abstractas de principios del XX, puso en marcha un mecanismo dirigido a disolver la capacidad de relacionarse con el pasado. S¨®lo pod¨ªa existir una posible relaci¨®n expl¨ªcita: la negaci¨®n. Aunque hubiera muchas excepciones y la ruptura no fuera total, la condici¨®n posterior a las vanguardias viene marcada por esta dificultad de volver a relacionarse de manera natural con una memoria que fue moment¨¢neamente puesta en entredicho, pero que es imprescindible para cualquier creaci¨®n humana. La memoria es aquello que est¨¢ latente en la realidad, la esencia del presente. Y atender a la complejidad de la memoria tambi¨¦n tiene que ver con los objetivos de la sostenibilidad: asegurar que los valores del presente se transmitan a las generaciones futuras. No s¨®lo hemos de defender el derecho a la ciudad y a la belleza, sino tambi¨¦n del derecho a que la memoria colectiva perdure.
Precisamente el reto de cada generaci¨®n, grupo social y sociedad es el de ir construyendo una propia memoria lo m¨¢s aut¨¦ntica posible. Una memoria que por lo menos tiene dos vertientes. Por una parte, la m¨¢s org¨¢nica y an¨®nima, basada en la experiencia, en la historia de las mentalidades, en la memoria oral fr¨¢gil y perdurable, en las memorias familiares, del barrio e industriales, en la memoria comunitaria, no s¨®lo la que enorgullece, sino tambi¨¦n la que intenta atravesar, interpretar y superar derrotas particulares y sucesos detestables. Y por otra parte, la memoria m¨¢s representativa y monumental, culta y acad¨¦mica, que est¨¢ en las obras de arte de los museos y en las arquitecturas del poder.
Ocurre que hemos perdido la capacidad natural para relacionarnos con la memoria y por ello se generan monstruos: en Europa la memoria tiende a embalsamarse; en Norteam¨¦rica, a falsificarse; en muchos casos, simplemente, se destruye, se olvida y se sustituye; en otros, sencillamente, se banaliza.
En la pir¨¢mide del Gran Louvre de Par¨ªs, de I. M. Pei, la arquitectura sabe encontrar el equilibrio entre el sentido monumental de lo existente y la proyecci¨®n hacia el futuro. El Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona, de Viaplana, Pi?¨®n y Mercad¨¦, que prolonga la estructura del antiguo hospicio con un edificio ultramoderno, y el estadio de atletismo Tussols-Basils en Olot, de Aranda, Pigem y Vilalta, que respeta la memoria vegetal del bosque, son espl¨¦ndidos ejemplos de esta capacidad de revitalizar lo existente.
En cambio, sobran los casos de incapacidad para relacionarse con la memoria: la Villa Ol¨ªmpica, la plaza de las Gl¨°ries y el ¨¢rea central del F¨°rum 2004. Los mejores ejemplos son aquellos que intentan modos de relacionarse a trav¨¦s de los vectores de la realidad: el distrito 22@ en el Poblenou, que lanza un mecanismo de transformaci¨®n que parte de las tramas y edificaciones existentes; el saneamiento del r¨ªo Bes¨°s, que recupera una biodiversidad precedente, o la transformaci¨®n del barrio de Santa Caterina, en Ciutat Vella, con una intervenci¨®n compleja y controvertida, que parte de una especial habilidad para hacer aflorar la memoria mediante operaciones de sustituci¨®n, eligiendo, necesariamente, entre los vac¨ªos del olvido y los nudos que se revalorizan como portadores de memoria. Un contexto que enriquece el espacio p¨²blico y se conforma con vivienda protegida de calidad arquitect¨®nica. Gran parte de estas obras est¨¢n incluidas en la sensibilidad art¨ªstica y escult¨®rica de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, cuyo PERI de Santa Caterina se basa en trazadosy vol¨²menes para los alrededores del mercado, amalgamando las preexistencias con la renovaci¨®n necesaria.
Porque uno de los lugares metropolitanos del arte consiste en favorecer estrategias para otorgar futuro al presente, dando un lugar al pasado. La historia no es s¨®lo cosa de sus profesionales, los historiadores, y no s¨®lo tiene que ver con otras disciplinas, como la antropolog¨ªa, la sociolog¨ªa, el periodismo y el urbanismo, sino que la acci¨®n reflexiva, sensual y creativa de los artistas es una gu¨ªa clave. Por esto podemos interpretar como aportaciones tan valiosas las novelas de Xavier Benguerel, que recrean la historia del barrio de Sant Mart¨ª; las arquitecturas de Josep Llin¨¤s, hechas de estratos y referencias urbanas; el cine de Jos¨¦ Luis Guer¨ªn (En construcci¨®n) o de Carles Balagu¨¦ (La Casita Blanca); los trabajos art¨ªsticos y medi¨¢ticos de Claudio Zuli¨¢n al recopilar la memoria oral del Raval o crear el anteproyecto del Museo Hist¨®rico Social de la Maquinista Terrestre y Mar¨ªtima y Macosa, o las intervenciones de Antoni Muntadas -una parte de las cuales se expone en el Macba-, que ahora trabaja sobre la memoria en transformaci¨®n del barrio del Bes¨°s. Son obras que nos permiten afrontar las complejidades de nuestra contemporaneidad. Porque no es posible pensar y crear si no se conocen las teor¨ªas y las obras que nos han precedido, y si no se tiene una especial sensibilidad por integrar la memoria de nuestros conciudadanos. Se trata de promover una memoria cr¨ªtica y astuta que evite la p¨¦rdida de cohesi¨®n y que resista a la proliferaci¨®n de los productos urbanos aislados y amn¨¦sicos de la globalizaci¨®n. Mnemosine, la diosa de la memoria, exclama en Aventuras de la memoria, de Voltaire: "Imb¨¦ciles, os perdono; pero esta vez recordad que sin sentidos no hay memoria y sin memoria no hay pensamiento".
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