Una lecci¨®n de dandis
SE PUEDE hablar de ?tica o de Est¨¦tica, claro est¨¢. Yo mismo me lo he permitido en m¨¢s de una ocasi¨®n. Se pueden expresar y argumentar las sensaciones que nos mueven, sin duda. Pero no creo que deba hacerse sin un cierto escr¨²pulo; sin reconocer lo que todo ello tiene de descaro, de pretensi¨®n, de falta de elegancia, o incluso de pudor.
Hablemos pues, sigamos hablando de principios, de c¨¢nones y de imperativos, de conductas intolerables o de principios innegociables, de la emoci¨®n que nos producen las texturas de un cuadro o el propio carreau jaune de la Vista de Delft. Digamos todo esto y m¨¢s, pero no sin advertir del rid¨ªculo en que casi siempre incurrimos. ?C¨®mo evaluar, sin embargo, la medida de este rid¨ªculo?
A veces, la chanza o sarcasmo de un dandi pueden iluminarnos y darnos la medida de las cosas. He ah¨ª dos de ellas, referidas a la ?tica y la Est¨¦tica.
-?Es que no tiene usted principios? -increpa un jugador de bridge al dandi pobret¨®n que hace trampas en el juego.
-Me excusar¨¢ usted -responde ¨¦ste-, pero yo nunca he tenido bastante dinero para comprarme una moral.
La otra an¨¦cdota creo que es de Lord Brummel. Un amigo le est¨¢ mostrando un paisaje de Hobbema en un castillo cerca de Sheffield.
-?Y qu¨¦ le parece a usted este cuadro, Lord? -Brummel lo observa atentamente; se gira, por fin, hacia su mayordomo y le pregunta:
-?Me gusta, Bautista, este paisaje?
Luego de estas respuestas ya sabemos por lo menos que los sentimientos morales forman parte tambi¨¦n del presupuesto y que las emociones est¨¦ticas son tarea propia de mayordomos, y una vez sabido esto podemos continuar hablando y escribiendo de estos temas, claro est¨¢. Pero seguramente no lo haremos ya como antes de que el materialismo m¨¢s elemental o el dandismo m¨¢s fr¨ªvolo nos ayudaran a poner las cosas en su lugar.
Imaginemos que ahora nos preguntan por las sensaciones que nos produce un cuadro, y que en este momento no tenemos un mayordomo a mano para salir del paso. Es probable que entonces nos ci?amos a comentar el tama?o de la tela, su posici¨®n en la pared o, m¨¢s prudentemente a¨²n, como hac¨ªa Swann, lo bonito que resulta el marco que le han puesto. Pero no todo el mundo ha aprendido la lecci¨®n. Hay todav¨ªa muchos te¨®ricos y cr¨ªticos de arte que no se han enterado a¨²n de que eso de sentir tantas emociones y emitir juicios a raudales es cosa de subalternos -y que hablar demasiado del gusto, simplemente, no es cosa de buen gusto-.
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