F¨¢bula
Leo en un peri¨®dico de Bilbao, El Correo, un reportaje de ??igo Gurruchaga sobre qui¨¦n puede ganar dinero con el petr¨®leo hundido en Galicia: una empresa con sede fiscal internacional en Gibraltar que "extrae petr¨®leo en Siberia y comercia en Londres, Lucerna, Caracas, Nueva York y Singapur", dice Gurruchaga. Es una empresa global, omnisciente, imperial, llamada Crown (en espa?ol, corona), due?a del petr¨®leo que viajaba en el buque hundido m¨¢s ominoso de Espa?a (no lo nombrar¨¦, trae mala suerte). Ahora protagoniza en Nueva York una trama novelesca o intriga judicial de altos vuelos econ¨®micos: exige a la aseguradora del armador una compensaci¨®n de 11 millones de d¨®lares por p¨¦rdida de carga. Puesto que la carga val¨ªa 10 millones, Crown saldr¨ªa de la operaci¨®n con un mill¨®n de ganancia.
Son asuntos fant¨¢sticos (Crown me suena a organizaci¨®n imaginada por Ian Fleming o Le Carr¨¦), que van muy bien con Gibraltar, lugar m¨ªtico, quiz¨¢ porque, desde su conquista en 1704 por la flota anglo-holandesa, tenga el aura de las cosas perdidas o deseadas siempre en vano. Tiene, desde luego, un sabor a f¨¢bulas hist¨®ricas: centro del espionaje en la Segunda Guerra Mundial, italianos y alemanes y espa?oles saboteando barcos en la Roca, a la espera del asalto de los paracaidistas alemanes, como ocurri¨® en Creta. Lo leo en las memorias del esp¨ªa Desmond Bristow, con destino en Gibraltar, refugio para reparar barcos y beber mucho en bares de mariner¨ªa y soldadesca. Contrabandistas de C¨¢diz y Sevilla gu¨ªan a agentes secretos aliados que llegar¨¢n a Francia despu¨¦s de entrar por Gibraltar y atravesar Espa?a.
Gibraltar: bendito contrabando de tabaco, antibi¨®ticos, medias de cristal y chicle. Fue un pa¨ªs de libertad en mis adolescentes a?os sesenta: no quer¨ªamos que los gibraltare?os fueran espa?oles, sino que los de aqu¨ª, a tan pocos kil¨®metros, fu¨¦ramos gibraltare?os, es decir, m¨¢s libres. En una novela de esp¨ªas de Len Deighton le¨ª que Gibraltar segu¨ªa siendo la misma ciudad escu¨¢lida de siempre, y Deighton citaba al m¨¦dico de un carguero: el secreto para disfrutar de Gibraltar est¨¢ en no bajar del barco. A m¨ª Gibraltar me sonaba a maravilla: para romper la cadena de oro de los Beatles John Lennon se cas¨® con Yoko Ono en Gibraltar, como el gran poeta catal¨¢n Gabriel Ferrater se cas¨® en Gibraltar con la americana Jill Jarrell, para poder divorciarse si as¨ª lo quer¨ªan (Espa?a, entonces, incluso era indisoluble desde el punto de vista matrimonial).
Pero el nuevo mundo fabuloso trata de dinero puro, suavizado con unas gotas de juego pol¨ªtico. ??igo Gurruchaga se sorprende en su reportaje de la indiferencia de Crown hacia los da?os que causa su petr¨®leo, y recuerda otros desastres en Alaska y Breta?a, donde las petroleras contribuyen a la limpieza y recuperaci¨®n de las comarcas infectadas. Crown s¨®lo pleitea por sus d¨®lares. El ministro gibraltare?o Peter Caruana defiende a Crown ante la opini¨®n p¨²blica, pues Crown no tiene ninguna obligaci¨®n ni responsabilidad legal hacia los damnificados. Gurruchaga informa: Caruana es cu?ado del abogado gibraltare?o de Crown, felices todos, los reyes del limbo fiscal. ?Qu¨¦ novela!
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