La crisis iraqu¨ª: una versi¨®n coherente, esta ma?ana
Conjeturamos con los datos que tenemos. Lo primero es procurar ordenarlos en una composici¨®n de lugar coherente.
I. Datos y presunciones de partida sobre los protagonistas
Sadam Husein. Es un tirano de cuidado, pero racional. No corremos el peligro de caer en el error de quienes, empezando por Stalin, creyeron err¨®neamente a Hitler capaz de evaluar riesgos medianamente y de acompasar sus fines a los medios de que dispon¨ªa. Con la anterior guerra del Golfo, Sadam Husein (SH) se equivoc¨® de guerra, y juzg¨® mal el talante de sus adversarios; pero eso es otra cosa. La presunci¨®n de la racionalidad de SH le supone bien informado. En el caso de lo que ahora baraja, es, sin embargo, harto posible que SH no haya comprendido la importancia que da el equipo de Bush a que las armas cuestionadas salgan de manos tan inseguras: bastar¨ªa que sus cortesanos, aunque plenamente enterados al respecto, se lo hicieran saber a su Caudillo -?qui¨¦n le da una mala noticia?- poco receptivo a esa dimensi¨®n de la tesitura enemiga. Ser¨ªa una pena.
Tendr¨¢ o no las armas e ingredientes que se le sospechan; si no, le encantar¨ªa tenerlas; pero eso, para ¨¦l, aparte del gusto de tener un juguete caro, no es m¨¢s que un medio secundario de poder: ser¨ªa contradictorio jug¨¢rselo todo -poder y vida (propios)- por eso.
Es casi seguro que ha entendido que, si ¨¦l llegase a oponer una resistencia m¨ªnimamente cre¨ªble, una guerra como la que le preparan equivale para su modesta persona al apocalipsis. No puede esperar que se le repita la inaudita suerte saud¨ª que le cupo hace diez a?os cuando, a impetraci¨®n hist¨¦rica de Riad, temeroso de una oleada shi¨ª abocada al control de los Santos Lugares, suspendi¨® Bush I la ofensiva trituradora de la Guardia Republicana.
Le tiene que dar, eso de la guerra en casa, una enorme pereza. Esta del cansancio es una dimensi¨®n vital, y casi siempre inadvertida. Napole¨®n se pas¨® una gran parte de la batalla de Waterloo durmiendo a pierna suelta. SH, que no parece tenga la adrenalina del demagogo, habr¨¢ sopesado alguna vez el desapacible l¨ªo personal que se cierne sobre ¨¦l si no cede a tiempo en lo ¨²tilmente cedible.
No tiene d¨®nde ir. Quiz¨¢ sea esto un ineluctable efecto perverso de tanto celo penal internacional; ello es que ya nadie tiene en su mano el ofrecer santuario seguro ni retiro discreto, como se ven¨ªa haciendo para facilitarles la salida a inc¨®modos asesinos tambaleantes.
Sabe SH, y lo dicen todos los que parecen saber algo del pa¨ªs, que, gracias en parte a su diligente actuaci¨®n, tan propia en eso de los dictadores, no tiene sucesi¨®n pol¨ªtica f¨¢cil. Nada presagia una democracia estable ni pac¨ªfica.
El equipo de Bush. Es un verdadero equipo, capaz de trabajar como tal, de darse objetivos confidenciales y observar discreci¨®n.
Es racional, y, a la hora de calcular, tiene una reserva considerable con la que ayudarse de quienes lo hacen competentemente.
Cuando calcula, lo hace como una potencia geoestrat¨¦gica, en vez de como los europeos desde unos decenios ac¨¢. Es la diferencia entre los reflejos adquiridos de conducir mucho la moto y los de viajar siempre en el sidecar.
Sabe mover las piezas de su Administraci¨®n p¨²blica y orquestar recursos. Puede, por lo tanto, permitirse objetivos complejos. En el cap¨ªtulo de recursos, hay que decir que este elefante ha aprendido a bailar sobre un bal¨®n cuando le parece importante porque hay sesi¨®n de circo. La propia poblaci¨®n -patriotismos aparte- tiene un sentido pronunciado de la articulaci¨®n de roles y de las funciones que corresponden a sendas situaciones. La gente est¨¢ en sus puestos y les parece natural que, cuando, como el 11-S, hay un fuego grave, mueran bomberos, empezando por sus jefes y capellanes. No se comprende de d¨®nde ha salido la noci¨®n tan generalizada de que el mastodonte norteamericano suele no saber realizar las cosas que su Gobierno se propone. Acaso de los colosales, antol¨®gicos errores de sus servicios secretos. Pero repasen la historia. Saben, y adem¨¢s aprenden. Dig¨¢mosnos que a las manifiestas "torpezas" yanquis se las comprende mejor suponi¨¦ndolas primero intencionadas, luego fruto de la indiferencia y s¨®lo residualmente fruto de incompetencia.
Est¨¢n convencidos de que SH es un malvado racional que no se hace ilusiones acerca de lo que le pasar¨ªa en una confrontaci¨®n como la que se perfila.
Est¨¢n convencidos de que SH tiene o procura tener armas qu¨ªmicas o bacteriol¨®gicas, como lo procur¨® con la bomba at¨®mica, que gestaba cuando la abort¨® la acci¨®n de Osirak.
Le dan suma importancia a eso. Nuestra bendita indiferencia provinciana al problema de la posesi¨®n descontrolada de esas armas, y las nucleares, no debe cegarnos ante lo serio que les parece el problema a quienes lo tienen estudiado. Para prueba de lo poco que nos hemos enterado de lo que se tercia, v¨¦ase el ¨¦nfasis con que, de este lado del Atl¨¢ntico (y del canal de la Mancha), venimos asegurando que la disparidad de modos con que Bush trata a Corea del Norte y a Irak constituye una prueba palmaria de que es mentira la preocupaci¨®n que el equipo norteamericano manifiesta por las armas iraqu¨ªes. ?Como si, precisamente, no residiera la disparidad en que el ogro de Piongyang blande ya labomba nuclear y su cohete...! A lo mejor cre¨ªamos que era una broma lo de la disuasi¨®n ejercida por el d¨¦bil sobre el fuerte. Otra m¨¢s, a la que responde la siguiente, el viejo chiste remozado del escudo espacial. Etc¨¦tera.
Est¨¢n convencidos de que, si no hay todav¨ªa conexi¨®n entre SH y organizaciones terroristas m¨¢s importantes, el riesgo de que alguna de ¨¦stas ponga las manos sobre tales recursos de reg¨ªmenes como el iraqu¨ª merece que se lo confronte.
Y este dato, crucial para nuestra composici¨®n de lugar acerca del juego que se est¨¢ jugando: s¨®lo el equipo de Bush sabe hoy con seguridad absoluta si habr¨¢, no habr¨¢ o es contingente la guerra. Normal: puesto que ellos lo deciden. Han hecho mucho para mantener esa baza asim¨¦trica. Lo vale.
Un aspecto vital a la hora de comprender las opciones que contemplan los adversarios es el de c¨®mo ven las consecuencias peores razonablemente imaginables. Como queda dicho, para un Sadam que probablemente no cree en la metempsicosis, se salda en puro fin del mundo. Para el equipo de Bush, perder, en este juego, no es una posibilidad realista, aun la peor. Pero hay que afinar m¨¢s sobre este punto. Como no hay informaci¨®n p¨²blica -estar¨ªa bueno - sobre planes estrat¨¦gicos alternativos o ya decididos para el caso de lanzarse la ofensiva, tenemos que usar nuestras pobres entendederas para imaginar la dimensi¨®n del conflicto. No ser¨ªa de extra?ar que el equipo de Bush tuviese una visi¨®n que no se parezca nada a lo que la prensa europea da por sentado. Seguimos un poco demasiado aferrados al modelo de los sitios de Zaragoza. No s¨¦. En muy poco tiempo, digamos d¨ªas, una o dos semanas, casi sin bajas en la poblaci¨®n civil, silenciadas las emisoras de TV (est¨¢n prohibidas las antenas parab¨®licas), clavados al suelo aviones y cohetes, paralizados y en muchos casos sencillamente encerrados en su redil los blindados, podr¨ªamos ver a Bagdad y otras ciudades que lo merezcan, circunvaladas, con cierres herm¨¦ticos para todo lo que sea m¨¢s grande que una Vespa, pero porosos para cuantos civiles y militares desarmados quisieran salir. Campamentos de la Cruz Roja para acoger a todos los que salgan sin armas hasta la rendici¨®n de las tropas encerradas. Gobierno nuevo afuera, en un "Burgos" cualquiera, con sus emisoras; transistores presintonizados gratuitos. Esta pr¨®xima guerra, si por desgracia la hay, puede ser la de la ir¨®nica rehabilitaci¨®n de las plazas fuertes, pero esta vez como recurso con el que enceldar al enemigo. Por poco que se la deje, la Guardia Republicana resultar¨¢ tan eficaz como hace poco el invicto ej¨¦rcito serbio. El equipo de Bush puede pensar que, en el peor de los casos -es decir, si hay guerra-, su victoria es alcanzable con poqu¨ªsimas bajas civiles, y hasta militares, entre los iraqu¨ªes. El valor consiguiente, y hasta el signo, de los costos pol¨ªticos en la opini¨®n internacional podr¨ªan as¨ª ser muy distintos de lo que se viene vaticinando. Se observar¨¢, dicho sea de paso, que, al abaratarla, ello no va necesariamente en el sentido de inhibir la proclividad belicista.
II. Objetivos de los protagonistas.
Sadam quiere durar
Bush II quiere, en ese orden, desmantelar lo que haya de capacidad iraqu¨ª, presente y futura, en materia de armas prohibidas; buscar una soluci¨®n pol¨ªtica lo menos explosiva posible; lograr acuerdos econ¨®micos que puedan contribuir a estabilizar las perspectivas del petr¨®leo -suministro, precios- en Oriente Medio.
Lo m¨¢s interesante es que estos objetivos de los enemigos son perfectamente compatibles. Es m¨¢s: se impone que lo que m¨¢s favorecer¨ªa los objetivos de ambos adversarios ser¨ªa negociar y llegar a un acuerdo que evite la guerra. Trat¨¢ndose de una negociaci¨®n entre enemigos reales, si la hay, ser¨¢ por conductos secretos -a trav¨¦s de rusos, turcos, espa?oles...-. Dado el contexto, no ser¨ªa de extra?ar que no nos la cuenten.
?Es m¨¢s coherente suponer que hay negociaciones y no lo sabemos o creer que no las hay?
Surgen inmediatamente varias objeciones, fundadas en la informaci¨®n cotidiana, que, ¨²ltimamente, parece contradecir la coherencia misma de la suposici¨®n. A ver. Sostengo que abonan, en vez de contradecirla, la hip¨®tesis de la negociaci¨®n clandestina entre enemigos con voluntad de ahorrarse la guerra, con tal de alcanzar sus objetivos.
III. Indicios racionales
Dado que SH no ha cedido mientras no hubo amenazas palpables, quienes no abandonaran el objetivo de hacerle ceder ten¨ªan que montarle una amenaza cre¨ªble. Pero, si ha de serlo para Sadam, tambi¨¦n tiene que parec¨¦rnoslo a nosotros. La belicosidad expresada por el equipo de Bush, incluida la acumulaci¨®n de recursos reales para la guerra, no es, pues, un¨ªvoca.
Extra?an, sin embargo, algunos comportamientos por parte de los enterados. Dos ejemplos flagrantes. Uno: Colin Powell, cauto si los hay, cuidadoso de su imagen espec¨ªfica, posible candidato presidenciable (no se sabe de cu¨¢l de los partidos con las vueltas que da el mundo), se ha uncido s¨²bitamente al carro de los jingo¨ªstas. Dos: el presidente Bush presenta al Congreso un proyecto de Presupuestos del Estado superestimulador (seg¨²n ¨¦l) de la econom¨ªa, pero incompatible con los costos de la guerra en puertas; olvido tan escandaloso que el presidente de la Reserva Federal, tan comedido siempre, se siente obligado a critic¨¢rselo abiertamente. ?Qu¨¦ cosas tiene la gente!
Lo m¨¢s curioso es la forma met¨®dica en que el equipo de Bush est¨¢ echando a los europeos fuera del ring. Desde la crisis de Yugoslavia, es bastante un¨¢nime en Washington la percepci¨®n de que es poco menos que absoluta nuestra incapacidad de pensar y plasmar una pol¨ªtica europea. Y conocen nuestra incansable proclividad vanidosa a correr detr¨¢s del primer se?uelo de independencia o de influencia que se nos echa. Pero es notable lo que vemos, porque, en el fondo, y acaso por las mismas razones, somos tambi¨¦n muy f¨¢ciles de conciliar. Aunque el tiempo apremia (condiciones de visibilidad, etc¨¦tera) para la guerra que pueden acabar librando, los hombres del equipo de Bush eran perfectamente capaces de conciliarse con "Europa" en bloque si les hubiese parecido ¨²til. Pero, para negociar con SH, cuanto m¨¢s solos -o rodeados de peque?os respetuosos-, mejor.
Conclusi¨®n, ninguna, como es natural. La coherencia de la imagen no entra?a su plausibilidad si los datos son insuficientes para juzgar acerca de ¨¦sta. Eso s¨ª, parece que nos la estamos jugando, con la cabeza a p¨¢jaros. No hace falta viajar en sidecar, pero preocupa ver c¨®mo el paquete europeo, que ni se ha apeado ni tiene la menor idea de c¨®mo seguir viaje por su propio pie, manifiesta su desacuerdo con el conductor echando con fuerza el cuerpo del lado externo de la curva cuando m¨¢s r¨¢pido entran en ella.
Joaqu¨ªn Romero Maura es historiador.
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