Albertone, el rey
Se nos est¨¢n yendo los grandes de la gran comedia italiana, Tot¨®, Mastroianni, Gassman, Tognazzi... y ahora Albertone, al que apodaban el rey, seguramente con justicia. Junto a directores igualmente irrepetibles (De Sica, Monicelli, Risi, Lattuada, Zampa...), supieron caricaturizarse a s¨ª mismos cuando estaban padeciendo nada menos que el hambre de la posguerra, las corruptelas del desarrollo o la mediocridad de tantos pol¨ªticos bribones y mentirosos. Alberto Sordi fue maestro en la creaci¨®n de personajes que saben adaptarse a cualquier coyuntura, amorales y arribistas, y los parodiaba con ingenio y con aquella gestualidad suya, tan exagerada como divertida. Sin ¨¦l y sin los otros agudos payasos que marcaron el mejor momento del cine italiano, se acab¨® el g¨¦nero.
Sin embargo, ¨¦l quiso mantener viva la tradici¨®n y se empe?¨® en dirigir sus propias pel¨ªculas, quiz¨¢s con la peregrina idea de que el piano es el que ha escrito la partitura. No le salieron bien. El inmenso talento que hab¨ªa derrochado como int¨¦rprete no le acompa?aba en su nuevo cometido. Dirigi¨® hasta 18 pel¨ªculas, todas de dudosa calidad, pero ¨¦l las igualaba a las grandes, en el convencimiento de que tambi¨¦n ¨¦stas hab¨ªan sido ¨ªntegramente obra suya.
As¨ª, al menos, lo dej¨® entender en el Festival de San Sebasti¨¢n de hace tres a?os, cuando al rendirse homenaje a la comedia italiana fue invitado como su m¨¢ximo representante vivo. S¨®lo aceptar¨ªa la invitaci¨®n si se proyectaba su ¨²ltima pel¨ªcula, Encuentros prohibidos, puede que la m¨¢s floja de todas, que ya es decir, un ejemplo de la decadencia que el g¨¦nero hab¨ªa sufrido en el propio pa¨ªs que lo hab¨ªa creado.
Parec¨ªa un vendedor ambulante, adulador y chabacanete. Que fuera vanidoso no deb¨ªa sorprendernos, pero s¨ª que olvidara las normas elementales del espect¨¢culo y se alargara en el escenario durante cuarenta minutos divulgando sus m¨¦ritos de forma pl¨²mbea, con lo que se cre¨® una situaci¨®n c¨®mica pero en sentido distinto a la que ¨¦l pretend¨ªa. Ya hab¨ªa dejado de ser aquel divertido trapisondista de Sembrando ilusiones (memorable pel¨ªcula que le uni¨® en el reparto nada menos que con Bette Davis, Joseph Cotten y Silvana Mangano) y el pat¨¦tico trepa de Una vida dif¨ªcil. Conocerle fue decepcionante, aunque, al tiempo, era asombroso ver c¨®mo se hab¨ªa confundido tanto con sus personajes, caminaba y hablaba como en las pel¨ªculas, ante la sonrisa de la rubia actriz Valeria Marini, que le acompa?aba. "Es mi prima", gritaba Sordi por las calles cuando era reconocido por los transe¨²ntes como un viejo y entra?able amigo, "Epa, Alberto".
A toda costa quer¨ªa vender sus pel¨ªculas a alg¨²n distribuidor espa?ol, adem¨¢s de conquistar a la Marini, y para ello utilizaba la misma picaresca de sus personajes inolvidables pero con poco ¨¢ngel, como si le hubieran hervido. De modo que cuando se despidi¨®, nos acogimos a los v¨ªdeos de sus obras maestras para conservar de ¨¦l el recuerdo que realmente se merec¨ªa. El rey.
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