Guerra y fornicio
Se agradece que los nuevos pacifistas hayan ce?ido su mensaje a un escueto "no a la guerra". En otra ¨¦poca, esta afirmaci¨®n sol¨ªa acompa?arse con un optimista "haz el amor". De paso, tambi¨¦n se ha recuperado el logotipo, parecido al de Mercedes, que tanto inspir¨® a los hippies de la d¨¦cada de 1960. Los ni?os lo dibujan en la escuela y lo relacionan con palomas y ramas de olivo aprendidas en cursos anteriores y, pintados sobre s¨¢banas blancas, estos c¨ªrculos ilustran alg¨²n que otro balc¨®n de nuestra ciudad. La idea hippy era buena: invertir la energ¨ªa guerrera caracter¨ªstica de la especie humana en la noble causa del fornicio. Muchos se tomaron la consigna al pie de la letra y, caracterizados con melenas y una insultante naturalidad, se dedicaron a practicar el sexo a mansalva, ampar¨¢ndose en la brillante coartada de estar contribuyendo a la paz pese a que, cuando la cosa sal¨ªa mal, hablaran de gatillazo, un t¨¦rmino m¨¢s armament¨ªstico que sexol¨®gico.
Aquel frenes¨ª se tradujo en org¨ªas, camas redondas, revolcones, intercambios de parejas y una libertad sexual en la que los sentimientos y las reacciones m¨¢s posesivas deb¨ªan ser marginadas por reaccionarias y peque?oburguesas. Si la propiedad era un robo, el cuerpo ten¨ªa que convertirse en una casa com¨²n sensorial. Cuentan los que la vivieron que aquella explosi¨®n l¨²brica fue lo mejor de sus vidas. Me lo creo, aunque los que mezclaron expansiones corporales con drogas en mal estado se quedaron m¨¢s colgados que un jam¨®n. Yo pertenezco a la generaci¨®n de la resaca. Nuestros hermanos mayores se hab¨ªan dedicado al pacifismo hippy y, al cabo de un tiempo, empezaron a regresar a los cuarteles de invierno con ojeras y una mochila de escepticismo en lugar de ideales. Justo cuando los hermanos peque?os empez¨¢bamos a estar preparados para imitarlos, oli¨¦ndonos el sabroso tomate a la vista, nos confesaron la verdad: el libertinaje hab¨ªa fracasado. El baj¨®n fue de miedo. El "haz el amor y no la guerra" qued¨® reducido a cenizas y s¨®lo serv¨ªa para ambientar algunas reservas de hippies que uno pod¨ªa visitar como si de un parque tem¨¢tico se tratara. All¨ª pod¨ªas ver a tipos descalzos tocando la arm¨®nica y que, a la que te despistabas, intentaban venderte alguna mariconada: eso s¨ª, hecha a mano. En el ambiente, no obstante, qued¨® flotando la idea de que fornicar cuanto m¨¢s mejor era sin¨®nimo de progresismo, un recurso mercadot¨¦cnico de primer orden que se apropiaba de una reacci¨®n hormonal milenaria sin preocuparse de los derechos de autor. Mojigatos y reprimidos abstenerse, aunque los tiempos ya no estaban para demasiadas alegr¨ªas, y el viento tra¨ªa respuestas nihilistas a las preguntas de Bob Dylan. Con un agravante: la ley del p¨¦ndulo trajo un cambio de tendencia y se volvi¨® a formas m¨¢s ancestrales de monoton¨ªa sexual rebozadas de pragmatismo yuppy. Total: que hac¨ªan el amor los que siempre y los dem¨¢s, pues a cascarla.
De la guerra, seguimos sabiendo lo que ya sab¨ªamos: que su ¨²nica secuela vagamente decente son los g¨¦neros b¨¦licos cinematogr¨¢fico y literario (¨²ltimas perlas del g¨¦nero, relacionadas con los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado y la guerra del golfo P¨¦rsico: Amor mundi, de Dusan Velickovic, y Estimado Sr. Bush, de Gabe Hudson. El primero incluye esta pregunta: "?Se pueden conseguir la paz y la no-violencia a trav¨¦s de la violencia?"). Por eso se agradece que ya no se relacione hacer el amor con no hacer la guerra. A los que, por razones que ahora no vienen a cuento, no hemos tenido la suerte de ser superactivas sex-machines y nos hemos mantenido en la parte baja de la clasificaci¨®n de goleadores, nos produc¨ªa cierto complejo comprobar que, as¨ª como ¨¦ramos muy buenos a la hora de no hacer la guerra, no se nos daba tan bien hacer el amor. Y lo curioso es que, a veces, hablando con amigas, descubr¨ªas que ellas no descartaban hacer el amor con militares, e incluso enfundarse en marciales uniformes para amenizar las sesiones de intercambio de fluidos corporales, con lo cual queda demostrado que, en principio, es compatible hacer el amor y la guerra. Es m¨¢s: cuentan los que han pasado por estos terribles momentos b¨¦licos que la l¨ªbido se dispara y que te entra un frenes¨ª fornicatorio que tiene mucho que ver, supongo, con el instinto de supervivencia. As¨ª pues, ante los conflictos que se avecinan, entramos en una nueva fase en la que el pacifismo podr¨¢ ser manifestado p¨²blicamente mientras que las peripecias sexuales de cada uno permanecer¨¢n en el secreto ¨¢mbito de la intimidad. Bastante duro es comprobar que protestar contra la guerra no sirve de nada para que, adem¨¢s, te recuerden a todas horas que no te comes un quiqui.
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