Mejores que nosotros
El hombre que miraba a los seis supervivientes subsaharianos de la patera perdida en el mar durante 14 d¨ªas, tirados en el suelo, consumidos, se acerc¨® a uno de ellos, el que parec¨ªa en condiciones de abrir los ojos y balbucir algo. En sus ojos vio el terror y de sus labios escuch¨® las dos primeras frases que balbuc¨ªan aquellos desdichados; algo parecido a: "?D¨®nde estoy?", y, acto seguido, al alcanzar la primera capa de su conciencia: "No expulsi¨®n, no expulsi¨®n". El hambre, el castigo, la c¨¢rcel, el viaje azaroso eran miedos de segundo orden ante el gran miedo, el que lo aniquilaba como persona: ser expulsado.
Uno se pregunta c¨®mo se llega a colocar ese miedo por encima de cualquier otra amenaza, incluida la muerte f¨ªsica que acab¨® con tantos en mitad del mar, que es el final de todo, y hay una respuesta que es tan antigua como la raza humana. Cuando uno de estos inmigrantes se pone en marcha, se pone en marcha mucho m¨¢s que su persona; se pone en marcha una familia entera hipotecada hasta sus ¨²ltimos recursos para enviar al m¨¢s sano, valiente o audaz de sus miembros con la misi¨®n de empezar a salvarlos a todos de la miseria; el del que salta a la patera no es un proyecto vital personal, sino el de toda una familia, un grupo, un clan. Y la vuelta al origen es el fracaso no de una intentona, de una simple aventura, sino de toda una vida y de todo un futuro, porque tras ese hombre o mujer que se embarca a ciegas, con el solo equipaje de su valor personal y la deuda adquirida por el resto de los miembros de su grupo, est¨¢ el futuro de todo un clan familiar, y si el nombrado salvador falla, es el desastre de todos, no s¨®lo el suyo. Por eso resisten como resisten. Catorce d¨ªas perdidos en el mar, si hace falta, y arrojando d¨ªa a d¨ªa por la borda cad¨¢veres de compa?eros. Es preferible morir que regresar; es preferible morir que ser expulsado. La expulsi¨®n es peor que la muerte. No s¨¦ si nos damos cuenta cabal de lo que esto significa.
Ahora sabemos que las nuevas leyes acerca de la inmigraci¨®n dictadas por el Gobierno incluyen eso que se llama expulsi¨®n a las cuatro faltas cometidas. Veamos el escenario: un inmigrante llega, consigue o no papeles -m¨¢s bien no-, busca un trabajo como sea, se siente en tierra hostil o insegura, intenta ser un fantasma o no llamar la atenci¨®n, su esperanza es un d¨ªa a d¨ªa... y sabe que, si es denunciado por alguna de las tipificadas faltas, en cuanto sume cuatro es expulsado. ?Eso es vivir? ?Eso deja alg¨²n margen de confianza? Armar ruido y ser denunciado es una falta. Madrid, por ejemplo, es un hervidero de ruidosas terrazas y bares de copas que impide descansar a numerosos vecindarios, pero conseguir el cierre o reajuste de alguno de esos locales es una labor ¨ªmproba. En cambio, denunciar a unos inmigrantes que han conseguido a duras penas que alguien les alquile un piso porque hacen ruido es muy sencillo. Los inmigrantes tienen que divertirse en silencio, tienen que pasar desapercibidos, en este ejemplo y en otros muchos, si no quieren ser denunciados. Un simple altercado en la calle que siga a una mala contestaci¨®n puede ser denunciado; una protesta por un caso de explotaci¨®n laboral falta de toda garant¨ªa puede acabar en denuncia; un espa?ol achulado, por el simple hecho de ser ambas cosas, puede empezar a provocar la cadena de faltas que terminan en la expulsi¨®n de alguien que ha venido a salir de la miseria porque a ¨¦l no se le sube nadie a las barbas, y menos un indio de ¨¦sos.
Entretanto, no se sabe por qu¨¦ arte de magia, cualquier extranjero perteneciente a alguno de los cientos de bandas u organizaciones criminales que tenemos por aqu¨ª de un tiempo a esta parte, entran y salen como quieren, disponen de casas, pisos, coches, empresas-tapadera, pasaportes falsos, armas, etc. ?sos no parecen tener problemas con el vigoroso filtro que el Gobierno establece para los que vienen por trabajo. Estos ¨²ltimos han de esconderse, tragar con lo que sea, disimularse para no ser vistos... Y, sin embargo, la mayor¨ªa de ellos lo ¨²nico que desea es integrarse, que sus hijos estudien, que vayan m¨¢s guays que nadie, que no se les note el acento, que enraicen de alg¨²n modo y sigan aqu¨ª, en la tierra prometida. Porque si la experiencia humana sirve de algo, ¨¦sta dice que aquellos que pisan el suelo incierto de un espacio ajeno y hostil en el que tienen que intentar sobrevivir por ellos y por sus familias, lo que mayormente desean es integrarse en ese espacio, no aislarse, sino integrarse; el aislamiento comienza cuando son rechazados y se ven obligados a refugiarse entre otros como ellos; pero ellos no quieren ser extranjeros ni refugiados, quieren ser espa?oles y no hay espa?ol m¨¢s espa?ol ni americano m¨¢s americano que aquel que consigue ser admitido en la nueva tierra. Es lo que se llamaba antes la fe del converso. Pero, claro, para eso hay que ocuparse de integrarlos.
Pero es que, adem¨¢s, los inmigrantes no son rentables para los pol¨ªticos porque no votan, as¨ª que integrarlos es dinero tirado sin fruto inmediato. Eso no quita para que en Espa?a deba de haber al menos cien mil inmigrantes que trabajan clandestinamente y no cotizan a la Seguridad Social: ?qu¨¦ explicaci¨®n pol¨ªtica tiene este hecho demencial? Los pol¨ªticos, tanto unos como otros, aunque sean m¨¢s machos que el hombre lobo, est¨¢n enzarzados en una carrera de gestos amistosos hacia los homosexuales, por ejemplo. ?Por qu¨¦? ?A cuento de qu¨¦ si ayer mismo los despreciaban de la peor manera? Porque son espa?oles, tienen DNI y votan. Los inmigrantes no votan, no tienen acceso a ese peque?o papel plastificado. Si lo tuvieran, ya ver¨ªamos c¨®mo cambiaban las cosas. Lo tremendo del caso es que ¨¦ste, que ha sido un pa¨ªs de emigrantes, ahora lo es de inmigrantes y no sabemos hacer frente a un asunto que anta?o fue el futuro de tantos y tantos espa?oles acuciados por el hambre. Se ve que con la riqueza y el confort lo primero que se atonta es la conciencia.
Lo que va calando con todo esto en nuestra sociedad es la idea de que los inmigrantes son "otra clase de personas" a las que una ley de higi¨¦nica apariencia, pero injusta, miope y arbitraria, las condena a una especie de pena de muerte civil si no se someten a nuestro satisfecho modo de vida. Y como sustraer la individualidad del otro es lo que te permite generalizarlos y despreciarlos, el ahondamiento en la diferencia va a m¨¢s. ?Qu¨¦ pol¨ªtico se atrever¨ªa ahora, pregunto, a ofrecer un plan de integraci¨®n social del inmigrante en su campa?a electoral? Demasiado riesgo para lo caros que est¨¢n los votos de los espa?oles. Y as¨ª vamos avanzando por la senda de la demonizaci¨®n del otro. Hasta que un d¨ªa te encuentras con un subsahariano o un centroamericano por la calle y le miras a los ojos. No soy candoroso ni padezco de humanitarismo indiscriminado ni los considero angelicales, sino simplemente lo que son: gente que busca salir de la miseria y es rechazada, antes que por cualquier otra causa, por ser distinto y pobre.
Lo que exigimos al que viene a buscarse un trabajo no lo cumplimos ni nosotros mismos en esta sociedad del bienestar patrio que nos hemos montado. Y llenos de la buena conciencia del que exige a los dem¨¢s que lo tomen como modelo, aceptamos unas leyes que s¨®lo admitan a quienes sean mejores que nosotros y lo aplicamos a gentes que bastante tienen con ser supervivientes. Nada de echarles una mano: o mejores que nosotros o que se vuelvan a su pueblo. Primero que aprendan, se eduquen, se formen, cononozcan nuestro idioma, nuestras leyes y nuestra manera de vivir. (Eso s¨ª: si traen dinero, que pasen y que olviden las exigencias anteriores). En fin: mejores que nosotros. Lo que desde luego son, ya de entrada, es mejores que nuestra miserable memoria y m¨¢s fuertes que la ceguera social que los rechaza.
Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu es escritor.
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