El honor de Espa?a
No es nada nuevo. La pol¨ªtica exterior de la derecha espa?ola tiene tras de s¨ª una larga tradici¨®n de divorcio respecto de los intereses del pa¨ªs. A la pregunta de qu¨¦ se le ha perdido a Espa?a adoptando una actitud tan beligerante como la actual en la crisis de Irak, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar ha sido incapaz de dar otra explicaci¨®n que la necesidad de agrupar detr¨¢s de los Estados Unidos a todos aquellos que son conscientes de que el terrorismo constituye la principal amenaza mundial contra las gentes de bien. El peque?o obst¨¢culo que se alza contra ese pretexto es la universal opini¨®n de que asociar a Sadam con Al Qaeda tiene tanto sentido como mezclar el agua y el aceite: la vertiente laica del iraqu¨ª repugna a la ortodoxia integrista, que se limitar¨¢ en lo sucesivo a esgrimir la agresi¨®n a Sadam como prueba de la cruzada que sionistas y occidentales llevan a cabo contra los pa¨ªses isl¨¢micos. Los terroristas del 11-S no necesitaron, por lo dem¨¢s, ning¨²n artilugio qu¨ªmico o de destrucci¨®n masiva para ocasionar la cat¨¢strofe. Otras coartadas para la guerra r¨¢pida, tales como la esgrimida aqu¨ª por los voceros del reci¨¦n inventado Instituto Elcano, en el sentido de que hay que dar un ejemplo para evitar la proliferaci¨®n de armas de destrucci¨®n masiva, son a¨²n menos consistentes. No est¨¢ el balance de la pol¨ªtica de los Estados Unidos en Oriente Medio y en Asia como para avalar una pretensi¨®n de juez de paz. Bush tiene sus razones, que son otras, para la invasi¨®n de Irak. Pero, ?son ¨¦stos los intereses de la pol¨ªtica exterior espa?ola? La impotencia intelectual de que da pruebas Aznar ante ese reto es absoluta, y cuando trata t¨ªmidamente de sacar la cabeza, apuntando alguna iniciativa propia, tropieza con un significativo silencio de Bush o con el sarcasmo de Rumsfeld ante la recomendaci¨®n de que los encargados de la defensa sean parcos en palabras. Cada cual, en su sitio.
Hemos cambiado la cohesi¨®n europea y el prestigio en el mundo ¨¢rabe y en Latinoam¨¦rica por el papel de pe¨®n de una gran potencia que atiende exclusivamente a sus intereses, vistos adem¨¢s en clave de monopolio de la fuerza. ?Para qu¨¦? Y m¨¢s cuando hubiera sido suficiente con impulsar las inspecciones sobre Irak desde el Consejo de Seguridad, armados de firmeza y paciencia, para que la comunidad internacional hubiese mantenido un acuerdo de base y la decisi¨®n final llegara, en uno o en otro sentido, por una elecci¨®n racional y no por el simple deseo norteamericano de desencadenar la guerra a toda costa. De ah¨ª la impresionante respuesta de la opini¨®n p¨²blica mundial. Es razonable que Bush y Rumsfeld no inspiren la menor confianza de cara a la construcci¨®n de un nuevo orden internacional. Son los simples herederos de la pol¨ªtica de destrucci¨®n puesta en pr¨¢ctica por Nixon hace m¨¢s de tres d¨¦cadas. Si Sadam no inutiliza los misiles, est¨¢ justificando la invasi¨®n; si lo hace, es "la punta del iceberg", no sirve de nada o es s¨®lo "un juego cruel", como refrendan los corifeos Blair y Aznar. Aun en la hip¨®tesis de que existieran razones para eliminar por todos los medios a Sadam Husein, el belicismo del tridente Bush-Blair-Aznar es tan ostentoso que se descalifica a s¨ª mismo.
El episodio recuerda algunos comportamientos anteriores de la pol¨ªtica agresiva de los Estados Unidos, y de forma bien concreta el deslizamiento inexorable hacia la guerra con Espa?a en el 98. McKinley exigi¨® en aquella ocasi¨®n del Gobierno espa?ol un alto el fuego unilateral ante los insurrectos cubanos, opinando que era una concesi¨®n imposible y, por tanto, un buen pretexto para la intervenci¨®n. Pues bien, el alto el fuego, una vez concedido, fue inmediatamente silenciado en Washington. La guerra ya estaba previamente decidida y lo ¨²nico que importaba era eliminar posibles oposiciones en la escena internacional. Como ahora. Bush ir¨¢ a la guerra, siempre que cuente con una plataforma territorial viable para la invasi¨®n, y la atenci¨®n a la ONU tiene por ¨²nico objeto maximizar los apoyos, evitando de paso la gestaci¨®n de poderes alternativos, singularmente Europa, en la escena. No admite siquiera la actual situaci¨®n en que ejerce de hecho un monopolio parcial del poder en el marco de la globalizaci¨®n.
La vocaci¨®n hegem¨®nica de Bush tiene un claro fundamento en la l¨®gica imperialista y en los recursos b¨¦licos disponibles, aunque no en las ideas ni en la supuesta justificaci¨®n moral que siempre invoca. Por su parte, Blair se inscribe en una tradici¨®n colonialista s¨®lidamente establecida. Y Aznar recupera esa vieja l¨®gica de disociaci¨®n que presidi¨® la agon¨ªa de nuestra era colonial, a la que por un azar de la historia pertenecen los or¨ªgenes familiares de algunos de sus ministros. La conocida admiraci¨®n de nuestro presidente por el moderantismo decimon¨®nico, que culmina en la Restauraci¨®n, se transforma en una sorprendente continuidad respecto de aquellas tomas de posici¨®n grandilocuentes que invocaban a pleno pulm¨®n y a cerebro vac¨ªo el honor de Espa?a y los valores de la guerra. A pesar de su torpeza, las en¨¦rgicas intervenciones de Ana de Palacio hubiera llenado de orgullo a su antepasado, el general Lersundi, el m¨¢s reaccionario de los capitanes generales de Cuba en el siglo XIX. En cuanto a Rodrigo Rato, si alcanza la presidencia del Gobierno, tendr¨ªamos en ese cargo al descendiente por l¨ªnea paterna de un alto funcionario colonial, seg¨²n nos cuenta en un libro reciente E. Tijeras, y por la materna, de aquel abogado integrista Rodr¨ªguez San Pedro que sirvi¨® a lo peor del capitalismo depredador hispano en Cuba. Tal vez es pura coincidencia, como lo fue entre los a?os treinta y setenta el puente azul que enlaza en ambas historias familiares, y en Aznar, con el pasado pr¨®ximo de la adscripci¨®n democr¨¢tica. Lo que cuenta es un planteamiento ideol¨®gico, de entonces y de ahora, que exalta el patriotismo, la presencia internacional de Espa?a y su proyecci¨®n guerrera, sin tomar en consideraci¨®n las limitaciones de un pa¨ªs que requiere ante todo una inserci¨®n en un entramado de alianzas y en una cooperaci¨®n internacional pac¨ªfica sin arriesgar unos recursos precarios. Claro que no se trataba, y posiblemente no se trata hoy, de una simple miop¨ªa, sino de una concepci¨®n patrimonial que ve en el Estado y en su dimensi¨®n exterior, con la correspondiente envoltura ideol¨®gica, un instrumento para consolidar el propio dominio en la sociedad espa?ola. Al servir de peana al poder mundial de Bush, la derecha tipo Aznar busca sobre todo hacerse invulnerable en el interior del pa¨ªs. No es la voz de la "vieja Europa", como en los casos alem¨¢n y franc¨¦s, sino la expresi¨®n de los herederos de un rancio poder olig¨¢rquico. Adem¨¢s, Europa, que se vaya al diablo: con el "v¨ªnculo transatl¨¢ntico" basta. De ah¨ª su enorme irritaci¨®n cuando ha percibido los primeros signos de rechazo social.
Nada tiene de extra?o entonces que ese olvido de los intereses de la sociedad se haya traducido en una actitud de abierto desprecio hacia una opini¨®n p¨²blica contraria a la pol¨ªtica de guerra. Rompi¨® el fuego la ministra, recordando en las Cortes que entre elecci¨®n y elecci¨®n, la democracia consiste en ignorar lo que los ciu-dadanos piensan. A continuaci¨®n, vista la intensidad del descontento, el Gobierno opt¨® por practicar una deformaci¨®n descarada de los mensajes, utilizando todos los medios a su disposici¨®n para demostrar a los manifestantes que eran ingenuos menores de edad, manipulados, como sucediera en tiempos del franquismo, por una oposici¨®n demag¨®gica e irresponsable. En tertulias y art¨ªculos de los medios gubernamentales, la agresividad se volc¨® tambi¨¦n contra las potencias europeas que por intereses inconfesables, o por simple ignorancia, defienden la paz, con Chirac y Villepin en calidad de chivos expiatorios. Reencontramos al hispanus gloriosus de tiempos de C¨¢novas: lo que todo esto pueda afectar al problema que debiera ser prioritario, la necesidad de relaciones estrechas con Francia para acabar con ETA, nada importa.
Como no le importa al Gobierno convencer, sino imponer y enga?ar, si bien en este caso es de aplicaci¨®n aquello de que antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo. Existen unos l¨ªmites para la manipulaci¨®n del discurso en la propaganda pol¨ªtica, y el Gobierno de Aznar los ha franqueado con tal desparpajo que resulta dudosa la eficacia de la transgresi¨®n. La clave consisti¨® primero en eliminar del propio lenguaje la palabra "guerra", empleando como mucho "conflicto armado" -el mismo procedimiento con que ETA convierte al "terrorismo" en "lucha armada"-, y sobre todo insistiendo en que el objetivo de la pol¨ªtica de Aznar sobre Irak es "la paz", de nuevo al modo que usa ETA expresiones tales como "alternativa democr¨¢tica" para encubrir su proyecto de supresi¨®n de la democracia. El impresentable folletito encartado en este y en otros diarios, donde "la paz" sirve una y otra vez de m¨¢scara a una voluntad de guerra, constituye la mejor prueba de que estamos ante una estrategia de inversi¨®n de los significados, en la l¨ªnea del famoso arbeit macht frei de Auschwitz, y como siempre para colocar una cortina de humo destinada a tapar una pol¨ªtica de destrucci¨®n. ?Qui¨¦n puede creer que "el Gobierno trabaja para la paz" cuando a los dos d¨ªas suscribe el anuncio inapelable de guerra contenido en un proyecto de resoluci¨®n presentado al Consejo de Seguridad donde Estados Unidos, Reino Unido y Espa?a sentencian que "Irak no ha aprovechado la ¨²ltima oportunidad"?
Autores como David Held o Robert Dahl han puesto de relieve la interacci¨®n entre guerra y democracia en el mundo contempor¨¢neo. En un marco democr¨¢tico, la orientaci¨®n de un Gobierno hacia la guerra implica la exigencia de obtener el apoyo de los ciudadanos para la misma, de modo que se establece una reciprocidad entre el gobernante que hace asumir un riesgo a la colectividad, explicando tal decisi¨®n, y el consenso activo de los gobernados. Pero no es menos claro que esa vinculaci¨®n falta cuando la pol¨ªtica de guerra surge al margen de los intereses nacionales, y de Europa en este caso, y el gobernante asume el papel de tutor autoritario de un reba?o de gentes que ignoran los misterios de la alta pol¨ªtica. No otra fue la actitud definida por Aznar, y seguida fielmente por sus colaboradores, ante unas manifestaciones que les permit¨ªan comprobar los buenos sentimientos de sus s¨²bditos; sin embargo, ello no deb¨ªa afectar en nada al "sentido de responsabilidad del Gobierno". Y para que ese ejercicio de la responsabilidad no encuentre obst¨¢culos, entran en juego controles y restricciones impuestos por doquier desde el Gobierno. As¨ª, los debates iniciales en el Congreso fueron trucados, el primero por las restricciones impuestas en el procedimiento, y el segundo, con la jugada de someter a voto el acuerdo de m¨ªnimos europeo sin poner sobre la mesa la pol¨ªtica real del Gobierno en la crisis; la informaci¨®n en televisi¨®n y medios oficiales y oficiosos -con la excepci¨®n de un corresponsal en Antena 3- se ci?e a las directrices y consignas gubernativas, sin renunciar a las a?ejas noticias e intervenciones "de inserci¨®n obligada", y, en fin, todo debate p¨²blico con los discrepantes es proscrito. La posici¨®n mayoritaria de la sociedad no resulta as¨ª solamente ignorada por las decisiones del Gobierno de Aznar, sino que se encuentra sometida a un r¨¦gimen de censura efectiva, por debajo de los m¨ªnimos de pluralismo exigibles para los medios de comunicaci¨®n del Estado y paraestatales en una democracia. Tenemos ante nosotros el muro que encarnan las entrevistas de Carlos D¨¢vila. La crisis de Irak no contribuye de este modo a fortalecimiento alguno de la conciencia democr¨¢tica, sino al triste espect¨¢culo de su anulaci¨®n por voluntad de un Gobierno.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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