'Pacificaci¨®n, normalizaci¨®n y 'libre asociaci¨®n'
Considera el autor que la paz y la normalizaci¨®n pol¨ªtica son en el 'plan Ibarretxe' simples apoyos ret¨®ricos de su n¨²cleo soberanista.
Nadie pone en duda el derecho que tiene el lehendakari Juan Jos¨¦ Ibarretxe a plantear las iniciativas pol¨ªticas que crea convenientes, incluidas las que se formulan en clave netamente soberanista y tienen dif¨ªcil encaje en el actual marco estatutario y constitucional, como ocurre con la propuesta hecha p¨²blica en la apertura del actual curso pol¨ªtico, el pasado 27 de septiembre en el parlamento vasco, que a partir de entonces ha sido conocida como el Plan Ibarretxe. Dicho esto, hay que decir tambi¨¦n que el mismo derecho que asiste al lehendakari para plantear sus propuestas tenemos los dem¨¢s para manifestar nuestro desacuerdo y la valoraci¨®n negativa que nos puedan merecer. En particular, por lo que se refiere a dos cuestiones, como la pacificaci¨®n y la normalizaci¨®n, a las que se hace referencia expresa en la propuesta y que constituyen, sin duda, uno de los principales problemas a los que ha de hacer frente en la actualidad la sociedad vasca.
No puede hablarse de "compromiso por la paz" si no se concretan medidas efectivas para hacer frente a la violencia
En ninguno de los pa¨ªses de la UE, ni fuera de ella, puede hallarse un modelo de "libre asociaci¨®n" como el propuesto
Presentada formalmente por el lehendakari como "una iniciativa para la convivencia", seg¨²n el propio t¨ªtulo gen¨¦rico de la propuesta, y articulada a trav¨¦s de un doble compromiso, por la paz (parte primera) y por la normalizaci¨®n (parte segunda), lo realmente significativo de la propuesta no son las medidas efectivas para conseguir esos objetivos, como hubiera sido lo coherente y lo deseable, sino la relaci¨®n que se establece entre ellos y la consecuci¨®n de un nuevo marco pol¨ªtico definido como un "estatus de libre asociaci¨®n", al que se vincula el logro de la paz y la normalizaci¨®n. Se trata de un planteamiento que resulta inasumible no ya para quienes no compartimos el ideario soberanista del nacionalismo sino simplemente para quienes, incluidos sectores del propio nacionalismo, consideramos que la paz civil y la eliminaci¨®n del terrorismo no pueden estar condicionadas a la satisfacci¨®n de las reivindicaciones nacionalistas; por el contrario, son la condici¨®n previa e indispensable para poder plantear, en libertad y en igualdad de condiciones, cualquier reivindicaci¨®n o proyecto pol¨ªtico, nacionalista o no.
No es posible hablar seriamente de "compromiso por la paz" si luego, tanto a lo largo del extenso texto de la propuesta como en los planes a corto y medio plazo, no se concretan medidas efectivas para hacer frente directamente y de forma prioritaria al terrorismo y a la violencia pol¨ªtica. Porque no se trata de un problema m¨¢s entre otros sino que, hoy por hoy, es el que condiciona de forma determinante toda la vida pol¨ªtica vasca.
Un aut¨¦ntico "compromiso por la paz" exige propuestas con esp¨ªritu unitario que faciliten y hagan posible la aproximaci¨®n, el encuentro y la colaboraci¨®n entre las fuerzas democr¨¢ticas que comparten el objetivo de la erradicaci¨®n del terrorismo sin condiciones pol¨ªticas de ning¨²n tipo. Este fue el esquema, en su d¨ªa, del Acuerdo de Ajuria Enea; como tambi¨¦n, salvando las distancias y con un alcance mucho m¨¢s limitado, el m¨¢s reciente de la Asociaci¨®n de Municipios Vascos-Eudel en la primavera pasada, que bien pod¨ªa haber servido, si hubiese existido voluntad pol¨ªtica para ello, como un primer paso en la misma direcci¨®n. No es ¨¦sta, desde luego, la orientaci¨®n que se marca en el denominado Plan Ibarretxe.
Similares consideraciones pueden hacerse tambi¨¦n sobre la "normalizaci¨®n pol¨ªtica", otro de los problemas fundamentales que, junto con el de la pacificaci¨®n, tiene planteada hoy la sociedad vasca. La primera de todas, que no cabe hablar seriamente de normalizaci¨®n sobre la base de que todos tengamos que asumir el proyecto pol¨ªtico nacionalista, tal y como se postula en la propuesta del lehendakari.
Independientemente de los distintos proyectos pol¨ªticos que puedan existir, y precisamente por la pluralidad de proyectos pol¨ªticos que configuran estructuralmente toda sociedad democr¨¢tica, la normalizaci¨®n no significa que todos tengamos que asumir uno, el que sea (en este caso, el del lehendakari) sino que todos podamos defender en libertad y en igualdad de condiciones, distintos proyectos; lo que implica, como condici¨®n previa, erradicar la violencia y el terrorismo como instrumento de acci¨®n pol¨ªtica. Este, y no la adhesi¨®n a un proyecto pol¨ªtico determinado, sea el que sea, es el significado de la normalizaci¨®n.
Lejos de esto, lo que plantea la propuesta del lehendakari como "compromiso con la normalizaci¨®n pol¨ªtica", tal y como se precisa con todo detalle (lo que contrasta con la falta de concreci¨®n en el tema de la pacificaci¨®n) en la segunda parte de la propuesta, no es otra cosa que el propio programa soberanista del nacionalismo y la reivindicaci¨®n de un nuevo marco pol¨ªtico basado en el "estatus de libre asociaci¨®n". Se trata de un "compromiso" cuyo destinatario es la comunidad nacionalista en su conjunto... y quienes quieran adherirse a ella abandonando su propia identidad pol¨ªtica, como ha ocurrido en alg¨²n caso. Pero no se trata de un compromiso transversal en el que puedan tener cabida el conjunto de las fuerzas pol¨ªticas democr¨¢ticas para conformar un espacio pol¨ªtico com¨²n normalizado; es decir, en el que sea posible que todos, salvo quienes utilicen el recurso a la violencia y el terrorismo, puedan defender su propio proyecto pol¨ªtico en paz.
A falta de medidas concretas y cre¨ªbles en materia de pacificaci¨®n y normalizaci¨®n -que no pueden quedar encubiertas por la invocaci¨®n ret¨®rica a compromisos que, al menos en lo referente a estas cuestiones, no comprometen a nada-, el aut¨¦ntico n¨²cleo duro de la propuesta del lehendakari no es otro que la reivindicaci¨®n de un nuevo marco pol¨ªtico basado en el "estatus de libre asociaci¨®n". Lo ¨²nico que cabe decir sobre este nuevo estatus alternativo, ahora s¨ª debidamente concretado en los diez puntos que se precisan en la propuesta, es que constituye una perfecta s¨ªntesis del programa reivindicativo del nacionalismo soberanista frente al Estado. Pero, precisamente por ello, dif¨ªcilmente puede servir para articular un espacio pol¨ªtico com¨²n que todos (tambi¨¦n los no nacionalistas) podamos compartir. Y, desde luego, nada tiene que ver con la pacificaci¨®n.
Independientemente del m¨¢s que problem¨¢tico encaje que pueda tener el proyecto del lehendakari en el marco constitucional y estatuario (no s¨®lo en el nuestro, tambi¨¦n en el de cualquier otro Estado de nuestro entorno), lo que m¨¢s interesa dejar claro es que una cosa es la aspiraci¨®n nacionalista de conseguir un nuevo estatus de libre asociaci¨®n y otra diferente, que se sit¨²a en un plano distinto y en un momento previo, garantizar el marco de normalizaci¨®n pol¨ªtica, y sobre todo de pacificaci¨®n, en el que tanto el proyecto soberanista como cualquier otro de distinto signo tengan posibilidades reales y efectivas de concurrir en libertad y en igualdad de condiciones. Este ¨²ltimo ha de ser, hoy por hoy, mientras subsista la amenaza terrorista, el objetivo prioritario de todas las fuerzas democr¨¢ticas. Y hay que recordar que en esta cuesti¨®n, a diferencia de las reglas de las operaciones aritm¨¦ticas que nos ense?aban en la escuela, el orden de los factores s¨ª altera el producto.
Hay, por ¨²ltimo, un aspecto de la propuesta que no deja de llamar la atenci¨®n, como es la pretensi¨®n de homologarla en relaci¨®n con la situaci¨®n que se da en otros Estados europeos. A este respecto, s¨®lo cabe decir que no es posible hallar un ejemplo en ninguno de los pa¨ªses miembros de la Uni¨®n Europea, ni fuera de ella, donde el modelo de organizaci¨®n territorial del Estado est¨¦ basado en una relaci¨®n de "libre asociaci¨®n" en los t¨¦rminos que se formulan en esta propuesta. E igualmente, tampoco es admisible la equiparaci¨®n de este modelo relacional con el de un Estado federal, en cualquiera de sus formas y variantes conocidas en la actualidad. Nadie obliga al lehendakari y su Gobierno a adoptar posiciones federalistas pero s¨ª es exigible que no se pretenda colar el gato soberanista como liebre federal.
No debe pasar desapercibida, para concluir, la estrecha relaci¨®n existente entre la deriva soberanista emprendida por el nacionalismo a partir del Pacto Lizarra y el Plan Ibarretxe, al que hay que considerar como su versi¨®n actualizada, debidamente corregida y reformulada tras el fin de la tregua de ETA y los resultados de las ¨²ltimas elecciones auton¨®micas del 13 de mayo de 2001. Pero, aparte de su funcionalidad para aglutinar a la comunidad nacionalista en su conjunto bajo la direcci¨®n del lehendakari y su Gobierno, este tipo de propuestas no s¨®lo no aportan nada a la pacificaci¨®n y la normalizaci¨®n del pa¨ªs sino que, por el contrario, contribuyen a alejarnos m¨¢s de estos objetivos al a?adir nuevos elementos de desencuentro y de fractura entre las fuerzas democr¨¢ticas y en el conjunto de la sociedad.
Andoni P¨¦rez Ayala es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad del Pa¨ªs Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea.
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