Z¨®bel, la trama luminosa
Con el comisariado de Rafael P¨¦rez-Madero y el asesoramiento de Peter Soriano, esta muestra antol¨®gica re¨²ne casi setenta obras de Fernando Z¨®bel (Manila, 1924-Roma, 1984), la primera de las cuales est¨¢ fechada en 1956 y la ¨²ltima, en 1983, pocos meses antes de que le sorprendiera la muerte a los 60 a?os, justo el momento de la madurez y de la decantaci¨®n de los mejores valores de la vida de un artista. Se trata de una esmerada selecci¨®n, que refleja muy bien lo que fue, por supuesto, la pintura de Z¨®bel, pero tambi¨¦n el refinado trasfondo de su personalidad, de una riqueza y una enjundia asombrosas, aunque al resguardo del m¨ªnimo estruendo.
De origen y formaci¨®n en ultramar, acaba recalando en la Espa?a de sus ancestros hacia el ecuador de la d¨¦cada de 1950, cuando se est¨¢ cociendo uno de los mejores momentos art¨ªsticos de nuestro pa¨ªs, como el propio Z¨®bel supo comprender mejor que nadie, porque no s¨®lo ¨¦l ya hab¨ªa decidido dedicarse a ser pintor, sino que lo hab¨ªa hecho tras haberse licenciado en Harvard y haber trabajado en el departamento de libros y grabados antiguos de dicha universidad, entre otras sofisticadas experiencias humanas e intelectuales. En cualquier caso, la obra art¨ªstica de Z¨®bel cuaj¨® en Espa?a, donde se acab¨® integrando por completo, formando parte, a partir de los a?os sesenta, de lo que se ha dado en llamar El Grupo de Cuenca, en el que desempe?¨® un papel fundamental no s¨®lo por el hecho de haber sido el generoso promotor del Museo Espa?ol de Arte Abstracto, de Cuenca. Dicho museo se cre¨® a partir de su colecci¨®n personal, que era ciertamente extraordinaria, pero, m¨¢s all¨¢ de las obras que atesoraba, lo m¨¢s sorprendente y aleccionador fue el criterio, el gusto y el esp¨ªritu que all¨ª irradi¨®, marcando un estilo de hacer y de tratar el arte.
FERNANDO Z?BEL
Museo Reina Sof¨ªa
Santa Isabel, 52. Madrid
Hasta el 5 de mayo
Reencontrado con Espa?a e inteligente admirador del arte espa?ol, en el que se integr¨® por completo, Fernando Z¨®bel no fue, sin embargo, ni mucho menos, un pintor a la t¨®pica manera espa?ola, no s¨®lo porque no fuera un expresionista folcl¨®rico, sino porque aqu¨ª lo mejor de la sensibilidad, la sutileza y la delicada atm¨®sfera de Oriente Pr¨®ximo, adem¨¢s de la alta exigencia conceptual de su sofisticada y cosmopolita formaci¨®n cultural. En este sentido, junto con otros colegas, como Juan Gris, Estaban Vicente, Gerardo Rueda o Gustavo Torner, demostr¨® que lo moderno en Espa?a no ten¨ªa que pasar necesariamente por el patr¨®n de la "veta brava".
Z¨®bel se construy¨®, en efecto, un peculiar modo de visi¨®n, en el que el more geom¨¦trico m¨¢s pensado y depurado era como el fundamento o trama para luego dar cauce a la expansi¨®n emocional, el color, un color que en ¨¦l era fragancia, atm¨®sfera, sutil irradiaci¨®n. En cierta manera, era como si en Z¨®bel se cruzase un holand¨¦s -Saenredam, por ejemplo- con un paisajista chino de la ¨¦poca cl¨¢sica; un cruce, en fin, trama y luz, hecho a favor del silencio, la concentraci¨®n. Este equilibrio entre el orden y el lirismo, apurado al m¨¢ximo fue el que le concedi¨® esa perspectiva tan genuinamente suya. Desde los a?os sesenta hasta el final se puede observar, con serenidad en este recorrido por su obra, que el lenguaje de Z¨®bel no cambia sin dejar de progresar, porque la evoluci¨®n se hace por decantaci¨®n, y, en este sentido, ante sus ¨²ltimos cuadros, se percibe como la plasmaci¨®n de una esencia, algo que desprende s¨®lo la plenitud.
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