Aznar, Bush y Donoso Cort¨¦s
De ni?o, cuando por primera vez le¨ª o escuch¨¦ en la escuela el castigo con el que el Cid amenazaba al rey Alfonso en Santa Gadea, imagin¨¦ que las heridas causadas por los cuchillos cachicuernos deb¨ªan ser mucho m¨¢s dolorosas que las de las espadas y los dardos, puesto que, de otro modo, no ve¨ªa yo por qu¨¦ habr¨ªa de preocupar m¨¢s al rey morir de una manera que de otra. M¨¢s tarde, con m¨¢s reflexi¨®n, comprend¨ª que el espanto que el Cid quer¨ªa infundirle no ven¨ªa de las armas que le dar¨ªan la muerte, sino de las manos que habr¨ªan de empu?arlas; del hecho de que sus matadores hubieran de ser "villanos y no fidalgos / de las Asturias de Oviedo / que no sean castellanos". El romance me hizo comprender que aunque en s¨ª mismas las armas de los malos no sean m¨¢s dolorosas o m¨¢s letales, los buenos las describen siempre como m¨¢s crueles y siniestras que las propias, y esa imagen queda en las conciencias. En la m¨ªa, por ejemplo, est¨¢ muy arraigado el prejuicio de que las curvas cimitarras sarracenas eran armas m¨¢s innobles que las rectas espadas de los caballeros cristianos y quiz¨¢s no sea yo el ¨²nico espa?ol en padecerlo.
Esa asociaci¨®n entre la catadura que se imputa a quienes empu?an ciertas armas y el horror moral que ¨¦stas deben inspirar, que es una pauta constante en el discurso pol¨ªtico, explica algunos enigmas de la actual situaci¨®n. El que plantea el hecho de que los mismos instrumentos que en manos de Sadam Husein son armas de "destrucci¨®n masiva" sean en las de otros gobernantes, u otros pueblos, medios de defensa l¨ªcitos, e incluso indispensables para mantener la libertad y la seguridad del mundo, y sobre todo el que surge de la ambig¨¹edad de la finalidad perseguida por la "comunidad internacional", que unas veces es el desarme del dictador y otras su eliminaci¨®n f¨ªsica o, cuando menos, pol¨ªtica. El primero de estos enigmas es producto inevitable de la diversidad de perspectivas; el segundo, cuyas consecuencias perturbadoras son m¨¢s evidentes, es producto de un c¨¢lculo pol¨ªtico astuto, que en cierto modo se vuelve ahora contra sus autores. Sea o no verdad que las armas qu¨ªmicas o biol¨®gicas que existen o han existido en Irak les fueron proporcionadas por Estados civilizados que tal vez las sigan teniendo, es seguro que ¨¦stos tienen armas at¨®micas y medios para hacerlas llegar a cualquier lugar del mundo y que, aun prescindiendo de ellas, est¨¢n bien provistos de bombas "convencionales", que pueden lanzar desde aviones inalcanzables para la defensa antia¨¦rea iraqu¨ª, o mediante cohetes que alcanzan su blanco sin que el radar pueda detectarlos. Por eso, cabe pensar que incluso los iraqu¨ªes que odian a Sadam y los musulmanes no iraqu¨ªes que celebrar¨ªan su desaparici¨®n tendr¨¢n dificultades para entender que s¨®lo sean armas de destrucci¨®n masiva las que est¨¢n en manos de ese dictador abominable y para percibir la justicia de una intervenci¨®n que, para acabar con armas que no s¨®lo en Irak existen, costar¨¢ la vida a muchos millares de iraqu¨ªes. Esas dificultades no existir¨ªan si el objetivo proclamado por la "comunidad internacional", es decir, en lo esencial, por los Estados Unidos de Am¨¦rica, hubiera sido desde el comienzo la eliminaci¨®n de Sadam Husein, no la de sus armas, pero durante mucho tiempo ese objetivo ha quedado oculto, o en segundo plano, deliberadamente encubierto por el del desarme. El encubrimiento era jur¨ªdicamente indispensable para evitar la violaci¨®n frontal del derecho internacional, y pol¨ªticamente conveniente para justificar la necesidad de actuar contra Husein, pero ha llevado a seguir dos estrategias contradictorias: una adecuada al objetivo del desarme, pero in¨²til para echar al dictador a corto plazo, aunque sirva para neutralizarlo; otra, que es eficaz para derrocarlo de inmediato, pero que es antijur¨ªdica, brutal e incluso absurda si lo que se pretende es s¨®lo desarmarlo. Aunque todav¨ªa Powell y Blair, y en la estela de ambos nuestro Aznar, se esfuerzan por presentar esta segunda estrategia como una simple consecuencia del fracaso de la primera, que han hecho suya los "viejos europeos" y con ellos una gran parte de los dem¨¢s Estados del planeta, su tesis, que nunca fue muy cre¨ªble, ha perdido toda credibilidad y su esfuerzo resulta cada vez m¨¢s pat¨¦tico, visto el descaro con el que, d¨ªa tras d¨ªa, Bush y sus colaboradores m¨¢s pr¨®ximos los dejan en evidencia al afirmar que llevar¨¢n adelante su prop¨®sito de hacer la guerra a Irak sea cual fuere la decisi¨®n del Consejo de Seguridad.
Ahora es ya evidente que el objetivo realmente perseguido ha sido siempre el de derrocar a Sadam Husein, y que por ello la tarea de los inspectores estuvo desde el comienzo condenada al fracaso. Lo malo no es que tenga armas de uno u otro g¨¦nero, puesto que en sus manos todas representan un peligro, sino que tenga poder, y por eso la ¨²nica manera de desarmarlo es privarlo de ¨¦l. De donde, por analog¨ªa, se llega tambi¨¦n a la conclusi¨®n de que la ¨²nica v¨ªa eficaz para evitar la proliferaci¨®n de armas de destrucci¨®n es la de eliminar todos los gobernantes cuya perversa condici¨®n inficiona sin remedio las armas de que disponen.
Puestas as¨ª las cosas, lo ¨²nico que queda por explicar es el hecho de que desde hace mucho tiempo se haya decidido empezar por Sadam Husein y no por cualquier otro de los numerosos tiranos que ornan el planeta. La afirmaci¨®n de que por alg¨²n sitio hay que empezar es claramente insuficiente y la de que se empieza por ¨¦l porque es cruel con su propio pueblo y m¨¢s proclive que otros gobernantes de la zona a entenderse con los terroristas de Al Qaeda y a proporcionarles armas terribles, choca con la realidad e incluso con la l¨®gica. Por lo que sabemos, a los kurdos que Sadam ha masacrado no les entusiasma mucho la posibilidad de que los turcos los libren de ¨¦l, y adem¨¢s de que las relaciones de Al Quaeda con Irak parecen no ser tan estrechas como las que mantienen con otros pa¨ªses de la zona, no se ve muy claro por qu¨¦ si los terroristas quieren tener armas qu¨ªmicas o bacteriol¨®gicas han de compr¨¢rselas a Sadam Husein y no directamente a los laboratorios occidentales en donde ¨¦ste las adquiri¨®.
Como, pese a todo, las cosas tienden a ser lo que parecen, lo razonable es pensar que la atenci¨®n preferente que desde hace al menos doce a?os se concede a Sadam no es consecuencia de una perversidad moral, o de una crueldad en el trato con lossuyos que sean significativamente mayores que las de otros tiranos feroces, sino del hecho de que es m¨¢s peligroso para nuestros intereses porque domina una parte importante de las reservas mundiales de petr¨®leo y si decide utilizarlas como arma contra nosotros puede impulsar a otros a hacer lo mismo. Con independencia de que sea o no m¨¢s o menos brutal, es m¨¢s nocivo para nuestro mundo. No s¨®lo para los Estados Unidos de Am¨¦rica, sino para todo el mundo occidental, en primer t¨¦rmino, y quiz¨¢s, aunque en menor medida, para el resto del globo.
Por eso, ni cabe negar que al enfrentarse con Sadam el presidente Bush sirve tambi¨¦n a nuestros intereses, ni tiene mayor importancia el hecho, tan cierto en su caso como en el del presidente Chirac, de que le preocupan m¨¢s los intereses norteamericanos que los comunes, como Chirac mira sobre todo por los franceses. Lo que me lleva a pensar que nuestro Gobierno debi¨® apoyar la postura de Chirac y enfrentarse con la de Bush no es la creencia de que el franc¨¦s es m¨¢s altruista que el norteamericano, sino la de que los intereses espa?oles coinciden m¨¢s con los de Francia que con los de los Estados Unidos y, sobre todo, la convicci¨®n de que la actitud norteamericana dar¨¢ origen a muchos da?os, ahora y en el futuro, porque es un ejemplo antol¨®gico de teolog¨ªa pol¨ªtica, un modo de enfocar los problemas de las sociedades humanas que conduce siempre a la cat¨¢strofe.
Desde esa perspectiva, lo que separa a los malos de los buenos no son las diferencias de intereses o de cultura, sino los grandes principios teol¨®gicos y morales. Por eso los buenos arriesgan su propia salvaci¨®n cuando se esfuerzan por comprender el punto de vista de los malos, y pierden el tiempo cuando hacen concesiones destinadas a propici¨¢rselos, a hacerlos un poco menos malos y por eso tambi¨¦n menos peligrosas sus armas. Como dir¨ªa nuestro Donoso Cort¨¦s, uno de los m¨¢s destacados representantes de la teolog¨ªa pol¨ªtica, no es la negociaci¨®n, sino el empleo de la fuerza, la v¨ªa adecuada para resolver los grandes problemas pol¨ªticos. No cabe elegir, dijo en su ¨¦poca, entre socialismo y liberalismo, sino entre la dictadura del pu?al o la de la espada.
Es casi seguro que Bush no habr¨¢ le¨ªdo a Donoso, ni probablemente haya o¨ªdo hablar de ¨¦l, y Aznar no ha presumido nunca de frecuentarlo. Una pena, porque en las obras ¨²ltimas del gran extreme?o encontrar¨ªan, hecha con una brillantez de la que no parecen capaces, una en¨¦rgica defensa de las ideas que los unen: la religiosidad militante, de la que deriva la necesidad de ir al fondo teol¨®gico-moral de los problemas pol¨ªticos; la diferencia ontol¨®gica entre el bien y el mal, de donde resulta la conveniencia de acudir a la dictadura del sable para librarnos de la del pu?al.
Francisco Rubio Llorente es catedr¨¢tico em¨¦rito de la Universidad Complutense y titular de la c¨¢tedra Jean Monnet en el Instituto Universitario Ortega y Gasset.
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