Una pol¨ªtica antigua
El presidente de Estados Unidos, con la compa?¨ªa de dos gobiernos sat¨¦lites, despu¨¦s de un fracaso diplom¨¢tico que le ha dejado m¨¢s aislado que nunca, ha decidido dar un golpe institucional y poner en marcha una guerra en nombre de las Naciones Unidas, que no la han autorizado, y de una comunidad internacional que mayoritariamente se opone a ella. Esto es lo que ocurri¨® en las Azores, donde Bush, los sat¨¦lites y el pat¨¦tico anfitri¨®n dieron un espect¨¢culo en que todo sonaba a antiguo.
Antiguas fueron las maneras. En los ¨²ltimos meses la ciudadan¨ªa ha enviado m¨²ltiples mensajes a los gobernantes sobre c¨®mo quiere que sea la pol¨ªtica. Qued¨® claro, una vez m¨¢s, que no llegan. Se pide autoridad y siguen ofreciendo autoritarismo. Se pide transparencia y siguen instalados en la mentira y el eufemismo: no han aportado una sola prueba de la relaci¨®n entre Irak y Al Qaeda y la reiteraron hasta la saciedad, estaban a dos d¨ªas de lanzar una guerra y segu¨ªan diciendo que trabajan por la paz. Se pide humildad y se ofrece arrogancia: s¨®lo Blair puso el tono de gravedad que la situaci¨®n requiere. Se pide respeto y se responde con paternalismo: van a salvar a la humanidad y a la ONU (cuando nadie les ha pedido que les salven) y prometen a los pobres iraqu¨ªes que les construir¨¢n un pa¨ªs maravilloso (despu¨¦s de haber destrozado el que tienen, por supuesto). Se pide complicidad y responden con la distancia del que sabe lo que es bueno para el mundo aunque la inmensa mayor¨ªa piense lo contrario. Se pide sensibilidad y responden con hirientes manipulaciones: ahora se acuerdan del problema ¨¢rabe-israel¨ª, justo cuando est¨¢ a punto de empezar la guerra.
Antiguos fueron los prop¨®sitos: el retorno al colonialismo del siglo XIX. Estados Unidos e Inglaterra -lo de Espa?a es cruel: Aznar se pone al frente de la batalla, pero con una aportaci¨®n militar que no pasar¨¢ de simb¨®lica- ocupar¨¢n Irak, instalar¨¢n un r¨¦gimen a su imagen y semejanza, y tratar¨¢n de controlar la regi¨®n desde esta base. Esta historia ya es conocida. Y tambi¨¦n es conocido que acostumbra a acabar mal. Pero Estados Unidos tiene un plan y hay que cumplirlo guste o no. Y si no se cumple, la culpa es de la ONU por no obedecer.
El presidente Pujol, en un largo ensayo en La Vanguardia, habla del gran estropicio que esta crisis est¨¢ provocando. "Las Naciones Unidas pierden valor pr¨¢ctico", aunque hay que reconocer que nunca han ido sobradas de eficacia, basta ver la cantidad de resoluciones no cumplidas. "La Uni¨®n Europea est¨¢ quedando muy herida", aunque ha descubierto algo muy importante: que tiene una opini¨®n p¨²blica, y esto quiz¨¢ es m¨¢s decisivo para el futuro que las diferencias entre sus gobernantes. "Va a ser grave el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Europa", todo se globaliza, el concepto de Occidente tambi¨¦n, con lo cual pierde adscripci¨®n territorial y precisi¨®n doctrinal. "Se puede reforzar el resentimiento ¨¢rabe", aunque es verdad que en vigilias de todas las contiendas se nos ha advertido de esta amenaza sin que despu¨¦s se produzcan explosiones mayores. "Se incrementa el distanciamiento entre los gobiernos y la clase pol¨ªtica y una parte importante de la opini¨®n p¨²blica", lo que requiere una renovaci¨®n profunda de la democracia si no se quiere acabar en las frustraciones que el presidente Pujol teme con raz¨®n.
Todos estos estropicios que he comentado al hilo del texto del presidente catal¨¢n y otros que se podr¨ªan a?adir expresan una cosa muy concreta: que estamos en la gran crisis pol¨ªtica de la globalizaci¨®n. En la crisis que pone en evidencia que las viejas instituciones y alianzas de la guerra fr¨ªa ya no funcionan y que se necesita crear y renovar las instituciones conforme a la l¨®gica de la sociedad global. Estos d¨ªas se oyen muchos lamentos porque el sistema de seguridad que emergi¨® de la II Guerra Mundial puede saltar por los aires. Lo extra?o ser¨ªa que, con lo que el mundo ha cambiado, este sistema pudiera todav¨ªa seguir siendo vigente. Esta crisis demuestra que hay que cambiar muchas cosas, pero no se puede hacer por el procedimiento antiguo: el imperio neocolonial que retoma el mando apoyado en sus sat¨¦lites, sino que se debe construir conforme a una l¨®gica multilateral y de respeto mutuo, y de transformaci¨®n paulatina y pactada de la legalidad internacional.
Precisamente, Estados Unidos, el pa¨ªs que lidera el golpe institucional en curso, es el que est¨¢ rechazando todos los intentos de reforma de la legalidad internacional para adecuarla a las exigencias pol¨ªticas, sociales y morales de los tiempos que vienen, ya sea en el Tribunal Penal Internacional o en el protocolo de Kioto.
Al querer situarse por encima de los dem¨¢s -apelando a su poder militar-, Estados Unidos bloquea las transformaciones hacia un nuevo tipo de instituciones globales. Esta crisis es elocuente: Estados Unidos se ha quedado solo, con Inglaterra, con Espa?a y con Portugal. Y ha optado por romper con la legalidad. Pero al mismo tiempo estamos en una situaci¨®n de impasse por la dificultad de los dem¨¢s de transformar en alternativa el malestar generalizado contra esta ofensiva. Todo el mundo mira a Europa. Ella es la que mejor preparada est¨¢ para asumir la condici¨®n de potencia de compensaci¨®n. Por eso la traici¨®n de Aznar es especialmente grave. No por casualidad Bush ha obligado a Blair y Aznar a hacer proclamaci¨®n de fe atlantista. Precisamente cuando lo que hay que hacer es redefinir el atlantismo. En pura tradici¨®n democr¨¢tica, Europa y Estados Unidos deben acostumbrarse a la confrontaci¨®n y a la discrepancia, porque en la medida en que Europa sea alguien, los intereses ser¨¢n a menudo divergentes. Pero esto no es ninguna tragedia. En democracia, las diferencias pueden ser constructivas. Es la unidad ciega la que siempre es sospechosa.
Europa tiene, por su parte, que superar su peor enfermedad: tender a justificar siempre lo que le resulta m¨¢s c¨®modo. Los gobiernos europeos est¨¢n m¨¢s divididos que nunca, pero la opini¨®n p¨²blica parece m¨¢s convencida que nunca de que Europa tiene que existir, a pesar de las fugas atl¨¢nticas. Europa hoy es una necesidad si no queremos que el nuevo orden mundial salga de la pol¨ªtica antigua del cuarteto de las Azores.
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