Los 3 tenores
Vi en directo, como tantos, la rueda de prensa de las Azores. Vi la bandera del imperio, tambi¨¦n la del nost¨¢lgico imperio brit¨¢nico, y las banderas modernas de dos imperios antiguos e ib¨¦ricos, que, si ahora yacen en la modestia militar, en tiempos tuvieron su esplendor atl¨¢ntico, sus conquistas y sus cr¨ªmenes, su indiscutible grandeza y su fanatismo. Luego hablaron los tres tenores, el primero estratosf¨¦rico, el segundo subsidiario, el tercero anecd¨®tico. Con todo, a m¨ª el que menos me alarm¨® fue el cuarto, Dur?o Barroso, del que conviene recordar que en los setenta fue l¨ªder del MRPP, un partido mao¨ªsta portugu¨¦s muy radical y violento. Mas bien se sabe que, como cant¨® Cam?es: "mudam-se os tempos, mudam-se as vontades / muda-se o ser, muda-se a confian?a...". Tres tenores en Azores. Y en el puerto el yate Azor. Tres tenores occidentales, primordiales, instrumentales. A uno lo entendemos bien, en su papel de ogro luterano. A fin de cuentas es el que manda en el planeta, el que tiene las armas, el que tiene la fe, el que pretende vengar el holocausto del 11-S. A otro tenor -Blair- se le entiende menos en su ¨¢nimo belicista, pero no deja de ser la madre patria del primero, y eso une mucho: basta recordar que cuando la guerra de las Malvinas, parte de la izquierda espa?ola, vieja enemiga de todo lo liberal (en eso coincide con el clero) lleg¨® a estar a favor del tirano Galtieri y en contra de la se?ora Thatcher. Me olvidaba del tercer tenor, el de la medalla de bronce en estos campeonatos de la guerra. No entiendo qu¨¦ pinta ah¨ª, en el podio de Lajes. Ahora bien, dicen que se envaneci¨® mucho cuando la victoria de Perejil y que, desde esa madrugada de gloria, es otro hombre. M¨¢s alto, m¨¢s seguro, m¨¢s castrense (y eso que, como Bush, no hizo la mili). Dolorido y pesimista, apagu¨¦ el televisor. Baj¨¦ a la calle, cruc¨¦ el puente de Sant Josep, visit¨¦ la falla de Na Jordana, y all¨ª me encontr¨¦ de nuevo con los tres tenores, pero esta vez en la plenitud de su significado. Supe entonces que los de la tele eran caricaturas ben¨¦volas de Bush con el pene-sierra, de Blair con la sonrisa pesarosa, del otro disfrazado de trovadorcillo.
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