Una carretera al infierno pavimentada con las malas elecciones de Bush
Con el fin de la guerra fr¨ªa, muchos estadounidenses pensamos que pod¨ªamos cerrar nuestros refugios antia¨¦reos y dedicar los millones de d¨®lares que se hab¨ªan gastado en defensa a mejorar nuestras vidas, volc¨¢ndonos en la b¨²squeda de la felicidad m¨¢s que en la defensa de nuestra libertad. Y algo de eso ocurri¨® efectivamente en la ¨²ltima mitad de la d¨¦cada de 1990, durante la expansi¨®n de la era Clinton. Pero transcurridos s¨®lo tres a?os del nuevo siglo, Estados Unidos se encuentra asediado por la subida del desempleo, d¨¦ficit presupuestario por las nubes, libertades civiles atenazadas, amenaza de atentados terroristas y la perspectiva de una guerra contra Irak y su ocupaci¨®n posterior. Hemos pasado del mejor de los tiempos al peor de los tiempos.
La Administraci¨®n de Bush nos dice que el hecho de que nos enfrentemos a estas dificultades se debe enteramente a Al Qaeda, y ahora a Sadam Husein, pero los nubarrones que se ciernen sobre nuestro pa¨ªs son en buena parte resultado de las pol¨ªticas de la Administraci¨®n de Bush. Examinemos la econom¨ªa. No cabe duda de que un enfriamiento econ¨®mico era inevitable despu¨¦s de los excesos especulativos de los a?os noventa, y el 11-S ciertamente hizo da?o a las l¨ªneas a¨¦reas y los hoteles. Pero las pol¨ªticas de Bush, con enormes rebajas fiscales dirigidas a los m¨¢s acomodados e incrementos igualmente enormes del gasto militar, prolongar¨¢n la actual depresi¨®n hasta bien entrada la d¨¦cada, dejando grandes d¨¦ficit justo en el momento en que la generaci¨®n de la explosi¨®n demogr¨¢fica empezar¨¢ a jubilarse. La naci¨®n no estar¨¢ en recesi¨®n necesariamente, pero sufrir¨¢, como lo hizo durante los a?os de d¨¦ficit elevado de Reagan, a causa de una tasa de paro por encima de la media y un crecimiento por debajo de la media. Y nuestra cacareada ventaja sobre nuestros competidores industriales se reducir¨¢. Y no ser¨¢ por culpa de Osama Bin Laden; ser¨¢ por culpa de George W. Bush.
O bien, examinemos las actuales perspectivas de la guerra contra Irak. Una mala pol¨ªtica exterior da pie a malas elecciones, como en Vietnam en los a?os sesenta. Cuando el asunto de Irak volvi¨® a aterrizar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, los estadounidenses no ten¨ªan buenas opciones sobre si declarar o no la guerra a Irak. A la larga, el hacerlo podr¨ªa suponer enormes costes, incrementar la incidencia del terrorismo y descomponer nuestras alianzas de tantos a?os; el no hacerlo podr¨ªa tambi¨¦n inspirar a los terroristas y desgajar otras viejas alianzas.
Pero la cuesti¨®n es c¨®mo hemos llegado a este dilema. Hemos llegado debido a las malas elecciones. Al Qaeda fue una ramificaci¨®n de la guerra sovi¨¦tica en Afganist¨¢n y de la primera guerra del Golfo, despu¨¦s de la cual, por un acto de locura, decidimos mantener una gran presencia militar en Arabia Saud¨ª, creando un punto de reuni¨®n para Al Qaeda sin mejorar la seguridad saud¨ª. Aunque pocos de los reclutas de Al Qaeda proced¨ªan del enfrentamiento entre israel¨ªes y palestinos, ese conflicto sigui¨® siendo la mayor fuente de inestabilidad en Oriente Pr¨®ximo. Despu¨¦s del 11-S, ten¨ªamos un claro camino ante nosotros: hacerle la guerra a Al Qaeda y a los reg¨ªmenes que la apoyaban, y simult¨¢neamente hacer la paz en Oriente Pr¨®ximo usando nuestra considerable influencia para obligar a los israel¨ªes y los palestinos a volver a la mesa de negociaci¨®n.
La Administraci¨®n de Bush hizo efectivamente la guerra contra Al Qaeda y los talibanes. Pero en lugar de buscar negociaciones, la Administraci¨®n se puso de parte del l¨ªder israel¨ª Ariel Sharon, quien respondi¨® a los atentados terroristas contra civiles israel¨ªes intentando destruir a la Autoridad Palestina, el ¨²nico socio negociador viable de Israel. Eso hizo imposible que Estados Unidos lograra nada m¨¢s que un apoyo a rega?adientes de otros Gobiernos ¨¢rabes para su conflicto con Irak, y tambi¨¦n enfureci¨® a los radicales isl¨¢micos.
En cuanto a Irak, si nuestra meta inicial hubiera sido el razonable e importante objetivo de evitar que Husein adquiriese armas nucleares, habr¨ªa una gran cantidad de opciones que se podr¨ªan haber seguido, como la exigencia de inspecciones acompa?ada de la amenaza de una campa?a a¨¦rea contra cualquier objetivo militar en potencia. Si estos esfuerzos hubieran fracasado, su fracaso habr¨ªa creado un apoyo mucho mayor para una invasi¨®n del que existe actualmente. En lugar de ello, la Administraci¨®n de Bush empez¨® por exigir un "cambio de r¨¦gimen", y declar¨® su voluntad de librar una guerra preventiva y enviar tropas.
Dio el ¨²ltimo y fat¨ªdico paso antes de haber dado el primero. Como consecuencia, las tropas est¨¢n all¨ª y tenemos que usarlas o arriesgarnos a una crisis de credibilidad. Tambi¨¦n nos enfrentamos al panorama completamente predecible de una amenaza aumentada por parte de Al Qaeda; exactamente lo que las pol¨ªticas de Bush se propusieron eliminar. El secretario de Estado, Colin Powell, afirma que la ¨²ltima jeremiada de Bin Laden, el instar a los musulmanes a cometer actos de martirio para defender a Irak contra Estados Unidos, es una prueba de la asociaci¨®n entre Husein y Bin Laden.
Lo que demuestra realmente es que la pol¨ªtica exterior estadounidense ha conseguido precisamente lo ¨²nico que deber¨ªa haber evitado: una alianza t¨¢cita entre dos personas que anteriormente se llevaban como el perro y el gato y que a¨²n se desprecian. Y, por supuesto, esta nueva amenaza ha dado pie a nuevas alertas terroristas y a que nos aconsejen que pongamos cinta aislante en las ventanas, nos aprovisionemos de melocotones en lata y tengamos cuidado con los extranjeros de tez morena. Tambi¨¦n ha proporcionado una tapadera para los republicanos conservadores que quieren hacer retroceder nuestras leyes medioambientales y privatizar la asistencia sanitaria a ancianos y la Seguridad Social. Vamos en un tren r¨¢pido al infierno, y la cuesti¨®n es cu¨¢ndo va a decidir el pueblo estadounidense que quiere bajarse.
John B. Judis es editor de New Republic.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.