Banderas de Trento
La repentina conversi¨®n de la amenaza contra Sadam Husein en un ultim¨¢tum a Naciones Unidas, seg¨²n ha sucedido tras la reuni¨®n de Bush, Aznar y Blair en las Azores, tiene la triste virtud de haber dejado al descubierto las verdaderas intenciones de estos tres promotores del nuevo orden, apenas disimuladas desde los inicios de la crisis: la guerra que se disponen a librar en los pr¨®ximos d¨ªas tendr¨¢ a Irak por teatro de operaciones, pero su objetivo ¨²ltimo se cifra en la legalidad y las instituciones internacionales. Consider¨¢ndolas un estorbo para un proyecto pol¨ªtico que convierte una amenaza exterior en argumento para liquidar los derechos civiles en el interior, la actual Administraci¨®n norteamericana est¨¢ arrastrando al pa¨ªs m¨¢s poderoso de la Tierra, y con ¨¦l a un aliado tradicional y, adem¨¢s, a un espont¨¢neo, a ese terreno sin retorno en el que la defensa de la democracia significa su destrucci¨®n, y las invocaciones a la libertad, la mejor manera de amordazar y sojuzgar a los ciudadanos.
Si esta escalofriante inversi¨®n de los valores ha prosperado hasta el extremo de que el mundo se dispone a precipitarse en una guerra guiado por quienes aseguran sin rubor esforzarse por la paz, ello se debe a que, conmocionados ante el inconfundible espect¨¢culo que ofrecen los sentidos, incr¨¦dulos ante la progresiva consolidaci¨®n de las evidencias, nos resistimos a llamar por su nombre al monstruo que podr¨ªa estar desperez¨¢ndose en el centro del escenario en el que hab¨ªamos vivido hasta ahora, y que no nos resulta en absoluto desconocido. Si, como han sugerido en m¨¢s de una ocasi¨®n los l¨ªderes reunidos en las Azores, imaginando reforzar la legitimidad de su comportamiento, nos situ¨¢ramos en la altura del a?o fat¨ªdico de 1933, ?estar¨ªamos seguros del lado en el que habr¨ªa que colocar a un pa¨ªs cuyo presidente result¨® elegido mediante un turbio proceso judicial, celebrado bajo irresistibles presiones, en un Estado dirigido por un miembro de su familia? ?Ubicar¨ªamos sin ninguna dificultad en el campo de los dem¨®cratas a un gobierno que mantiene centenares de desaparecidos en raz¨®n de su origen o su credo, que establece limbos judiciales para practicar la tortura y facilitar la detenci¨®n indefinida, que consider¨® y tal vez aprob¨® el establecimiento de una oficina de desinformaci¨®n p¨²blica, que suspendi¨® las garant¨ªas ciudadanas en virtud de una ley patri¨®tica, que cre¨® un superministerio de Seguridad Interior para ejercer un f¨¦rreo control sobre sus propios ciudadanos? ?Considerar¨ªamos como adalid indiscutible del sistema de libertades, de nuestro sistema, a quien, decidido a terminar con un dictador, presenta contra ¨¦l una bater¨ªa de pruebas a sabiendas de que son falsas y, desvelada la argucia, arremete contra la instituci¨®n internacional que se resiste a convalidarla en lugar de asumir el coste pol¨ªtico de su mentira?
La pauta de acci¨®n acordada en las Azores -movilizar a la comunidad internacional ante el supuesto bloqueo que padece el Consejo de Seguridad- no tiene por fundamento un an¨¢lisis de la realidad, sino tan s¨®lo la consigna de desfigurarla para mejor ocultar el propio fracaso y, a la postre, dar un barniz de legitimidad a una agresi¨®n armada que, no por llevarse a cabo contra un r¨¦gimen abominable, deja de ser una agresi¨®n armada. As¨ª se entiende que Bush, Aznar y Blair proclamen con insistencia la irrelevancia de una instituci¨®n no porque lo sea, sino porque ellos, y en ocasiones con no poca arrogancia y malas artes, no han sido capaces de conseguir el apoyo mayoritario a su visi¨®n tras varios meses de denodados intentos. Contemplada desde esta ¨®ptica la evoluci¨®n de los acontecimientos recientes, el regate final de invocar a la comunidad internacional frente a las Naciones Unidas -por lo dem¨¢s, paralela a la que practican esas minor¨ªas pol¨ªticas alucinadas que, en el ¨¢mbito interior, y por lo general pistola en mano, invocan al pueblo frente al Parlamento-, ?es resultado de la debilidad de las instituciones o, por el contrario, de su solidez frente a la peligrosa aventura de arrogarse en nombre de las grandes palabras -el bien, la libertad, la democracia- representaciones colectivas que no se tienen? ?Es resultado de la inanidad de la ley o, por el contrario, de las dificultades del pa¨ªs m¨¢s poderoso de la Tierra y dos de sus aliados, tanto para acomodarla a sus respectivos intereses como para actuar al margen de ella?
La guerra que est¨¢ en v¨ªsperas de ser desencadenada dejar¨¢ sin duda maltrecha una legalidad y unas instituciones internacionales a las que debemos d¨¦cadas de precaria estabilidad, y en las que confi¨¢bamos pese a todo para seguir aproxim¨¢ndonos al viejo sue?o de un mundo m¨¢s justo o, al menos, a un mundo en el que no cualquier causa, no cualquier pretexto, sirviera para amparar el sacrificio de inocentes. Pero ¨¦sta es s¨®lo la segunda de las consecuencias de esta guerra, la que se obstinan en repetir sus partidarios, la que esgrimen incluso como admonici¨®n contra quienes les reprochan su inexplicable prop¨®sito, que nos puede abocar hacia el desastre. La primera consecuencia, la que se oculta tras la ret¨®rica empleada en las Azores, la que puede acabar marcando el resto de nuestras vidas y las vidas de las generaciones que nos sigan, es que un pa¨ªs contra cuya fuerza nada podr¨¢ en mucho tiempo la raz¨®n, ha preferido colocarse en el terreno de la ilegalidad para hacer que prevalezcan sus puntos de vista y sus intereses. As¨ª, los juicios pol¨ªticos sobre la irrelevancia de Naciones Unidas no son, sin m¨¢s, juicios pol¨ªticos; son, por el contrario, un eufemismo para ocultar que el Gobierno de la ¨²nica superpotencia del planeta ha decidido erigirse en ejecutor de la condena que ¨¦l mismo ha dictado contra el sistema internacional, desafi¨¢ndolo a trav¨¦s de su inmenso poder¨ªo.
Digan lo que digan los promotores del nuevo orden, es posible albergar numerosas dudas acerca de que la escalada b¨¦lica en la que est¨¢n embarcando al mundo reproduzca la admirable actitud de las potencias democr¨¢ticas frente a la amenaza totalitaria de los a?os treinta, y no s¨®lo porque esas comparaciones constituyen la mejor prueba de que no se han comprendido las lecciones del pasado. A juzgar por los signos que se desprenden de la pol¨ªtica interior de los Estados Unidos, del recelo y hasta el desprecio que exhiben hacia la legalidad y las instituciones internacionales, de la perversi¨®n del lenguaje que est¨¢n llevando a cabo, el reparto de papeles en el teatro de la historia podr¨ªa haber empezado a experimentar un vuelco de insondables dimensiones, y del que la reciente reuni¨®n en las Azores no ser¨ªa m¨¢s que un primer e inquietante s¨ªntoma necesitado de urgente desmentido. Un vuelco que, de estar en efecto produci¨¦ndose, afectar¨ªa a la mayor parte de los principales actores internacionales, con la sola excepci¨®n de Espa?a. Bajo los renovados designios de grandeza adoptados por Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, bajo el mesi¨¢nico prop¨®sito de "salvar a las Naciones Unidas" -seg¨²n declar¨® a los periodistas en el trayecto de regreso de la cumbre-, nuestro pa¨ªs habr¨ªa vuelto a tropezarse con la fatalidad que parece marcar su sino en los momentos cruciales, conduci¨¦ndolo siempre al mismo lugar y siempre de la mano de los mismos: el lugar en el que nos instal¨® una estirpe de gobernantes que cre¨ªamos extinta, empe?ados en el prop¨®sito de que Espa?a no dejase nunca de ejercer, fuese cual fuese la circunstancia y la bandera, como deslumbrante, imperecedera, divina luz de Trento.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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