Rigola, director por pelotas
Tras demostrar de nuevo su habilidad jugando al golf, pero esta vez en el Teatre Lliure y con la cabeza de Llu¨ªs Pasqual a modo de pelotita, nuestros benem¨¦ritos pol¨ªticos culturales se las deben prometer muy felices con un joven valor con el que, tal vez, aspiren ahora a cambiar hacia un deporte m¨¢s baratito y poner su cabeza en juego a modo de bola de futbol¨ªn. Bueno. Mucho tendr¨ªa que haber cambiado ?lex Rigola para haber olvidado que, en noviembre de 1997, no tuvo ning¨²n reparo en aparecer en pelotas (ni de golf, ni de futbol¨ªn, sino m¨¢s bien en cueros) para protestar por la falta de subvenci¨®n al espect¨¢culo que estaba a punto de reestrenar en el ya desaparecido teatro Adri¨¤ Gual (versi¨®n de El proceso kafkiano y t¨ªtulo premonitorio de su futura carrera) y reclamar m¨¢s atenci¨®n por parte de las instituciones hacia los j¨®venes creadores. En la foto, Rigola aparec¨ªa con sus gafas de gruesa montura negra, fum¨¢ndose un puro, con calcetines blancos de tenis y el cartel de la obra tap¨¢ndole las susodichas ahora en juego.
Rigola, y lo digo afectuosamente porque es un amigo, se parece bastante a esta foto. Es provocador pero tambi¨¦n divertido, fuma puros y yo dir¨ªa que lo hace en honor a Brecht, sabe mostrarse desarmado y, quiz¨¢ por eso, es capaz de conseguir una adhesi¨®n incondicional por parte de quienes lo rodean y, para terminar, no se anda con chiquitas, porque su primera obra profesional (con 28 a?os) fue la adaptaci¨®n de El proceso, de Kafka (1997), en la que intervinieron nada menos que 25 personas. Su segundo montaje fue un desastre, unas Troianes (1998) que la cr¨ªtica machac¨® cruelmente pero que ten¨ªan el nada desde?able valor de demostrar que Rigola no estaba dispuesto a ser necesariamente amable con el p¨²blico.
Estos dos primeros montajes los estren¨® en Sitges Teatre Internacional, festival dirigido entonces por Joan Oll¨¦ (su maestro y mentor), que le ofreci¨® contra todo pron¨®stico nuevas oportunidades en el mismo festival donde, en 1999, present¨® un excepcional montaje de La m¨¢quina d'aigua, de David Mamet, y en el 2000 un no menos logrado montaje de Un cop baix, del americano Richard Dresser. Con todo, fue Titus Andr¨°nic, de Shakespeare -pieza que s¨®lo pudo estrenar en el exilio del lejano teatro Zorrilla de Badalona bajo el paraguas del Grec 2000-, el montaje que le abri¨® a Rigola las puertas del Lliure del que ahora es director. Es en este punto donde acaba la prehistoria de ?lex Rigola y donde empieza su sorprendente (tal vez irresistible) ascensi¨®n.
Lo dem¨¢s es ya bien conocido: Premio de la Cr¨ªtica de Barcelona por el conjunto de los tres montajes presentados en la temporada 1999-2000; reestreno de Titus Andr¨°nic en el viejo Lliure en uno de los momentos ¨¢lgidos de la pol¨¦mica, cuando la dimisi¨®n de Josep Montany¨¨s; estreno en el Teatre Nacional de Catalunya de Les variaciones Goldberg, de George Tabori (enero de 2001); de Woyzeck,de Georg B¨¹chner, en el Romea (junio 2001); inauguraci¨®n teatral de la Sala Fabi¨¤ Puigserver del nuevo Teatre Lliure con la obra de Alexei Xipenko, Suzuki I i II (diciembre de 2001); estreno de Ub¨² Rey, de Alfred Jarry, en el Teatro de la Abad¨ªa (marzo de 2002); y de Juli C¨¨sar, de Shakespeare, en el viejo Lliure de Gr¨¤cia (noviembre de 2002). Un pu?ado de obras con las que Rigola, en pocos a?os, ha pisado muchos de los mejores teatros de este pa¨ªs.
Como ocurre con algunos de los personajes de los shakespeares que ha montado, Rigola ha sabido hasta ahora salir airoso de situaciones conflictivas en las que siempre ha apoyado p¨²blicamente el esp¨ªritu creativo del viejo Lliure de la calle de Montseny. Desde la m¨¢s que pol¨¦mica apertura del Lliure de Montju?c, Rigola se aline¨® con la l¨ªnea pactista de Montany¨¨s, al que viene a sustituir. Ciertamente, su nombramiento como director puede ser una simple maniobra de entretenimiento por parte de un pu?ado de pol¨ªticos que aspiran a ser eternos. Pero puede ser tambi¨¦n el punto de inflexi¨®n en la trayectoria francamente err¨¢tica que, en los ¨²ltimos a?os, ha seguido el entero ecosistema teatral barcelon¨¦s. En todo caso, mejor ser¨¢ que Rigola, en este momento, rememore los discursos de Marco Bruto y Marco Antonio ante el cad¨¢ver de Julio C¨¦sar y que saque las debidas consecuencias.
Lo que se le va a exigir es honestidad, generosidad, capacidad de articular una programaci¨®n a la altura de la historia del Lliure y definir claramente la integraci¨®n generacional a la que hasta ahora se ha negado la generaci¨®n precedente. En todo caso, desde aqu¨ª le deseo que no tenga que salir del Gran Teatre Lliure con un cartelito detr¨¢s y otro delante para desafiar de nuevo a las instituciones que ahora, en una finta que ha dejado pasmado a m¨¢s de uno, han decidido apoyarle.
Pablo Ley es cr¨ªtico teatral.
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