Lo que m¨¢s me gusta de ti es tu novia
Uno. El Don Juan de Moli¨¨re es un libertino ret¨®rico sediento de absoluto. El Tenorio de Zorrilla es un chulo rom¨¢ntico. Pero Don Juan tiene a Elvira, y Tenorio a In¨¦s. El Burlador de Tirso no tiene nada, ni cumbres amorosas ni redentoras dispuestas. A ratos recuerda a un canalla de Marivaux mezclado con un se?orito de Felipe Trigo. Un se?orito andaluz en la m¨¢s t¨®pica acepci¨®n del t¨¦rmino, avanzando por un terreno llano, directo al abismo. En un montaje "moderno", el Burlador se hinchar¨ªa de coca, llevar¨ªa un Rolex y conducir¨ªa, a doscientos por hora, un BMW ¨²ltimo modelo, regalo de pap¨¢. No es un h¨¦roe amatorio. Es un burlador, es decir, un "enga?ador". No seduce porque sea especialmente guapo, aunque pico no le falta: seduce porque es de buena familia (pap¨¢ est¨¢ bien "colocado" en la corte), porque se hace pasar por otros y porque encandila con promesas ya no de amor eterno sino (ah¨ª asoma Marivaux) de dinero y matrimonio. Como dir¨ªa Lubitsch, lo que quiere hacer el Burlador con mujeres y amigos es lo que Hitler hizo con Polonia. Es un tipejo que cree poder pasar por encima de todo, caiga quien caiga. ?se es su lema y ¨¦se es su reto. Y el secreto de su atractivo: esa malignidad alegre, ese vitalismo encanallado. Con un poco menos de visceralidad (de espa?olidad, para entendernos), ser¨ªa un Yago de a¨²pa. Pero no le atraen las maquinaciones largas y complicadas. No tiene tiempo. Es un bebedor de tragos cortos. Su segundo lema es "cu¨¢n largo me lo fi¨¢is". Llegar, liarla, y a otra cosa. Hasta que se topa con la "¨²ltima cosa", con el Gran Muertazo, con el Convidado de Piedra. El ¨²ltimo gran desaf¨ªo, que le env¨ªa derechito al infierno. Claro que al final hay arrepentimiento. Tard¨ªo e in¨²til, pero arrepentimiento. Tirso era un fraile y estamos en un drama contrarreformista, faltar¨ªa m¨¢s. Es el problema de nuestro Siglo de Oro: demasiado honor y demasiados dramaturgos ensotanados. Con los isabelinos, eso no pasaba. Era un universo sin dioses, y all¨ª el Burlador hubiera palmado sin bajar la testa, como el Aaron de Tito Andr¨®nico, como el mismo Yago. Por otro lado, obviamente, la gracia del teatro cl¨¢sico espa?ol es su extra?a delectaci¨®n a la hora de mostrar el mal para, en teor¨ªa, condenarlo. Como bien dice Andr¨¦s Amor¨®s, no sabemos si "cuando la pescadora Tisbea lanza su desgarrador lamento '?fuego, fuego!' est¨¢ clamando por arrepentimiento o por amor insatisfecho". Hab¨ªa, ahora que lo pienso, otra posibilidad para el Burlador: que Juan Ruiz de Alarc¨®n, que no era sacerdote ni hombre de armas, sino un burgu¨¦s racionalista y liberal (as¨ª le fue) hubiera escrito su historia. Y en cierto modo lo hizo en La verdad sospechosa, con un "h¨¦roe positivo", don Garc¨ªa, que aspira a ser un verdadero "artista de la mentira", del enga?o.
A prop¨®sito de El burlador de Sevilla, dirigido por Miguel Narros en el teatro Pav¨®n de Madrid
Dos. Tampoco es raro que me haya venido a la cabeza La verdad sospechosa porque fue, en manos de Pilar Mir¨®, uno de los mejores montajes del Cl¨¢sico en los noventa, como el de Narros (con m¨¢s desajustes) es uno de los mejores de la ¨¦poca actual. Y porque en los dos encontramos a ese regalo de la naturaleza actoral que es Carlos Hip¨®lito. Claro que en El Burlador de Sevilla no tenemos a Pou ni a Emilio Guti¨¦rrez Caba ni a Adriana Ozores, que ligaban un p¨®quer de ases, pero en el montaje que acaba de presentarse en el Pav¨®n (a la espera de que arreglen de una vez la sala de la calle del Pr¨ªncipe) "tenemos" a Juan Jos¨¦ Otegui (Don Pedro/Don Diego), a Fernando Sansegundo (Catalin¨®n) y a Aminta (Manuela Paso), que bordan todas y cada una de sus intervenciones. Y hay muy buen juego en los trabajos de Israel Elejalde (el Marqu¨¦s de la Mota), de V¨ªctor Villate (el Rey de Castilla) y de Batricio (V¨ªctor Manuel Dogar), el novio campesino burlado. A prop¨®sito de Hip¨®lito en La verdad sospechosa, recuerdo que en su d¨ªa habl¨¦ de "la estimulante sensaci¨®n de contemplar a una criatura ari¨¦lica que puede ser un feroz Calib¨¢n en la escena siguiente". Esa misma peligrosidad late en El Burlador, pero querr¨ªa a?adirle m¨¢s alcoholes al c¨®ctel. Uno, que ya mencionaba la semana pasada, es el eco potent¨ªsimo de su memorable trabajo como Don Farruqui?o, el curita l¨²brico y transgresor (profundamente ni?o, con la crueldad de los juegos infantiles) de las Comedias B¨¢rbaras de Plaza. Segunda sensaci¨®n, a medida que Hip¨®lito se acerca al tercio final de la obra, a la culminaci¨®n del arco: est¨¢ a un paso de Hamlet, vestuario incluido. Est¨¢ pidiendo un Hamlet a gritos. Tiene todo el humor, el desgarro, toda la locura (y la madurez, y le physique du role) para que le monten, ya, un Hamlet como la copa de un pino.
El espect¨¢culo es de lo mejor que ha hecho Narros ¨²ltimamente, tan elegante y tan sobrio como la versi¨®n de Jos¨¦ Hierro o la escenograf¨ªa de Andrea d'Odorico. ?Problemas? Para mi gusto, dos. Una primera parte desajustada, en la que hay tres actores (Hip¨®lito, Otegui, Sansegundo) "comport¨¢ndose como personas normales" y casi todos los dem¨¢s haciendo funny voices, que dir¨ªa Mamet: engol¨¢ndose, poni¨¦ndose estupendos; haciendo un poco teatro cl¨¢sico de clich¨¦. No siempre es su culpa. A Tisbea (Elisa Matilla), Narros le monta una escena criminal: es casi imposible que su imprecaci¨®n conmueva y¨¦ndose hacia el patio de butacas y escoltada por un grupito de pescadores que parecen salidos de La tabernera del puerto. Y los fragmentos musicales (a excepci¨®n de la boda final) tienen un aire de Coros y Danzas que tumba: si podaran la sardanita y un par m¨¢s, el montaje ganar¨ªa un mont¨®n. Pero en la segunda parte todo son aciertos. Citar¨¦ s¨®lo tres: el duelo verbal del Burlador con el Marqu¨¦s, la perfecta escena de cama con Aminta y, joya de la corona, la cena del Comendador, resuelta de un modo que no revelar¨¦, pero que esquiva, de forma inteligente y sutil, el tradicional s¨ªndrome de "t¨®came el m¨¢rmol y ver¨¢s qu¨¦ fr¨ªo lo tengo".
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