Hombres de bien
Lo que asombra de esos tipos es que todos creen saber lo que es el bien, no s¨®lo el bien en general, sino nuestro bien. Estos d¨ªas hay un aut¨¦ntico despilfarro de bondad transmitido por los medios de comunicaci¨®n de todo el mundo. En homenaje a Graham Greene, lo podr¨ªamos llamar el factor Pyle.
Pyle es uno de los protagonistas de The quiet American, El americano tranquilo, o impasible, la novela del escritor brit¨¢nico de la que estos d¨ªas se estrena, con oportunidad hist¨®rica, una adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica. El otro protagonista es Fowler, ¨¢lter ego apenas disimulado del propio Greene. La acci¨®n transcurre en el Vietnam de los a?os cincuenta, durante la guerra de los vietnamitas con los franceses que culminar¨ªa en una independencia relativa y en una nueva guerra, esta vez contra los norteamericanos.
En tiempos inquietantes nada lo es tanto como que las personas que ejercen el poder se presenten ante el mundo como ap¨®stoles del bien
El periodista ingl¨¦s Fowler representa en la novela a esta "vieja Europa" tan evocada estos d¨ªas: es algo c¨ªnico, bastante esc¨¦ptico, y sobre todo arrastra en su alma un legado con miles de matices. Mujeriego, borracho, fumador de opio, por nada del mundo se atrever¨ªa a pontificar sobre la bondad y prefiere orientarse provisionalmente en el laberinto de las horas que para ¨¦l constituye la existencia. Odia las definiciones morales porque en ellas se disuelve la vida.
Frente a Fowler, Pyle, el americano tranquilo, representa la ant¨ªtesis ¨¦tica que Graham Greene dibuja en varias de sus novelas pero que en ¨¦sta adquiere naturaleza definitiva. En esta perspectiva no deja de ser un heredero de los magistrales retratos realizados por Henry James en sus relatos: el h¨¦roe americano, s¨ªmbolo de una inocencia y un optimismo desmedidos, atrapado en telara?as demasiado complejas para el desarrollo de sus ideas preconcebidas.
Greene, no obstante, aplica al modelo de James esta corrosi¨®n inigualable con que a menudo los brit¨¢nicos tratan a sus primos norteamericanos: Pyle tiene convicciones tan apabullantes acerca de la libertad y la democracia que con extrema frecuencia se desliza por rid¨ªculos grotescos. Sus palabras encajan sorprendentemente bien en la m¨²sica de nuestros d¨ªas y el lector actual puede, en muchas ocasiones, confundir los argumentos de este personaje de ficci¨®n con los de algunos personajes contempor¨¢neos de carne y hueso.
Fowler-Greene se ceba sarc¨¢sticamente con la inocencia aparentemente bondadosa de Pyle: "Ya s¨¦ que sus motivos son buenos, siempre lo son. A veces me gustar¨ªa que tuviera usted unos pocos motivos malos, as¨ª podr¨ªa comprender algo m¨¢s de los seres humanos". En otra p¨¢gina: "No ten¨ªa m¨¢s idea que cualquiera de ustedes sobre lo que pasa aqu¨ª y ustedes le dieron dinero y los libros de York Harding sobre Oriente, y le dijeron: 'Adelante. Conquista Oriente para la democracia". O en otra: "La democracia era uno de sus temas y declaraba sus intolerables opiniones sobre lo que los Estados Unidos estaban haciendo en pro del mundo".
Aun aceptando la soberbia mala uva de Graham Greene -la estirpe de los ingleses cat¨®licos y provocadores-, no hay duda de que, desde hace un par de a?os al menos, una legi¨®n de mister Pyle ha invadido nuestra cotidianidad, 50 a?os despu¨¦s de que la criatura apareciera en las p¨¢ginas de un libro. Estamos rodeados por el factor Pyle, es decir, por hombres que saben d¨®nde est¨¢ la verdad, ad¨®nde dirigirse para hacer el bien y c¨®mo hacer para vivir en libertad. Caminos de perfecci¨®n que s¨®lo tienen el defecto de ser espantosamente simples.
Lean El americano tranquilo. Reconocer¨¢n a Pyle por todas partes. Cuando hablan estos soldados destinados al frente de guerra, habla Pyle; cuando hablan los especialistas de cualquier campo, habla Pyle; cuando hablan la mayor¨ªa de los diplom¨¢ticos y pol¨ªticos, habla Pyle asimismo. Como corresponde, la m¨¢s exacta reencarnaci¨®n de Pyle es George Bush mismo, el cual jam¨¢s usa argumentos que ya no hubieran sido concebidos para poner en boca del buen Pyle.
Lo que quiz¨¢ ha sido m¨¢s inesperado es que la epidemia de bondad se haya extendido del nuevo al viejo continente y en el seno de la vetusta Europa hayan surgido ¨¦mulos de Pyle. Aunque, m¨¢s propiamente, aqu¨ª habr¨ªa que hablar de gentes que hacen de Pyle: el histri¨®nico Blair -l¨¢stima que ya no podemos escuchar la opini¨®n de su compatriota Graham Greene, aunque s¨ª tuvimos la suerte de conocer la de John Le Carr¨¦- y el inenarrable Aznar, que habla con la solemnidad de un personaje de Calder¨®n y piensa con la sutileza de uno de zarzuela.
El problema es que los Pyle, empezando por el protagonista de El americano tranquilo, est¨¢n destinados a destrozar ese mismo mundo que quieren resguardar del mal y convertir al bien. Defienden la claridad absoluta porque son incapaces de vislumbrar la oscuridad que llevan consigo. Y su supuesta inocencia moral es el peligro mayor. Greene lo describe con mordaz contundencia: "La inocencia es como un leproso mudo que ha perdido su campanilla y que se pasea por el mundo sin querer hacer da?o".
En tiempos inquietantes como ¨¦stos nada puede ser tan inquietante como que el poder sea ejercido por los que se presentan ante el mundo y -en su delirio- quiz¨¢ ante s¨ª mismos como los ap¨®stoles del bien. Byron, al que Graham Greene evoca, lo escribi¨® como nadie en el poema Don Juan: "?sta es la ¨¦poca expresa de las nuevas invenciones para matar los cuerpos, y para salvar las almas, todas propagadas con las mejores intenciones".
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