No es el petr¨®leo
La presunci¨®n de que la escalada b¨¦lica en Irak estaba determinada, en ¨²ltima instancia, por la pretensi¨®n estadounidense de controlar de una vez por todas la producci¨®n de petr¨®leo en el golfo P¨¦rsico, dispon¨ªa de la comodidad propia de los argumentos aparentemente simples y de buena administraci¨®n propagand¨ªstica, pero resiste mal el an¨¢lisis. Las razones hay que buscarlas al margen de la racionalidad econ¨®mica.
Los graves perjuicios originados por el encarecimiento del barril durante estos meses de alimentaci¨®n de la escalada b¨¦lica (m¨¢s de un 50% entre enero de 2002 y el inicio de la guerra) hay que anotarlos en la relaci¨®n de quebrantos del conflicto, de dif¨ªcil compensaci¨®n por muy r¨¢pida que sea la guerra. Esa escalada alcista en los precios del crudo no ha tenido su origen, a diferencia de episodios anteriores, en perturbaciones de la oferta o en acuerdos de los exportadores, sino en la larga e intensa incertidumbre generada por el gobierno del principal demandante del mundo, EE UU.
La OPEP ha procurado no incentivar la diversificaci¨®n energ¨¦tica, manteniendo cuotas de producci¨®n consecuentes con precios en torno a 25 d¨®lares
En realidad, el cartel de la OPEP, donde los pa¨ªses del golfo P¨¦rsico concentran su supuesto poder de mercado, es cada vez menos eficaz en la satisfacci¨®n de sus prop¨®sitos de regulaci¨®n de la oferta. En primer lugar, porque las econom¨ªas de los principales pa¨ªses importadores han reducido en los ¨²ltimos a?os de forma significativa su dependencia, como consecuencia de cambios en su estructura econ¨®mica y aumentos en la eficiencia energ¨¦tica en sus procesos de producci¨®n. Para generar un d¨®lar de PIB, la econom¨ªa estadounidense precisa hoy la mitad del crudo que cuando estall¨® la primera crisis energ¨¦tica, en 1973. De la menor dependencia energ¨¦tica inducida por cambios en la estructura de aquella econom¨ªa da cuenta la estrecha relaci¨®n existente entre la intensidad energ¨¦tica de las nueve industrias m¨¢s consumidoras de energ¨ªa (aluminio, agricultura, qu¨ªmica, acero, etc¨¦tera, consumidoras del 80% del uso energ¨¦tico industrial) y su car¨¢cter declinante, en la contribuci¨®n al crecimiento econ¨®mico frente a sectores en ascenso como las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y las comunicaciones.
En segundo lugar, porque la diversificaci¨®n de fuentes y de pa¨ªses productores tambi¨¦n ha sido una constante en las ¨²ltimas d¨¦cadas. En 1979, el 13,5% de la electricidad era producida por petr¨®leo, que ca¨ªa al 4,1% en 1985, situ¨¢ndose ahora en el 3%, aproximadamente. El ascenso del gas natural, m¨¢s barato, limpio y menos sujeto a perturbaciones en la oferta que el petr¨®leo. ?ste apenas satisface actualmente el 40% del consumo total de energ¨ªa en EE UU, frente al 50% en 1973. En paralelo, al descenso de la participaci¨®n en la producci¨®n mundial de los productores del golfo P¨¦rsico (en esa zona se produce hoy algo menos del 30% del crudo de todo el mundo, frente al 40% hace poco m¨¢s de diez a?os, aunque all¨ª se concentra casi el 70% de las reservas mundiales), EE UU ha reducido sus compras de esos pa¨ªses, hasta el 20% del total. La producci¨®n procedente de Rusia, Asia y ?frica no ha dejado de crecer en estos a?os, y se espera que lo haga m¨¢s intensamente en las pr¨®ximas d¨¦cadas.
A lo largo de ese proceso de reducci¨®n de la dependencia del petr¨®leo que es producido en el escenario del conflicto, los principales pa¨ªses exportadores no han dado pie al recrudecimiento de los temores de escasez. De la mano de la sumisa Arabia Saud¨ª, la OPEP ha extremado el cuidado para no generar incentivos adicionales a esa creciente diversificaci¨®n de fuentes y de suministradores, manteniendo cuotas de producci¨®n consecuentes con precios del barril en torno a los 25 d¨®lares, en condiciones geopol¨ªticas normales.
En consecuencia, es dif¨ªcil justificar, en el control de esa fuente energ¨¦tica, los enormes costes ya generados y los que quedan por llegar. Quienes as¨ª lo hacen parecen haber desenterrado un libreto viejo, en lugar de amparar directamente esta guerra en una obsesi¨®n, sin fundamento racional, por tanto. Peor ser¨ªa que la justificaci¨®n oculta de los que han seguido la aventura estadounidense se haya basado en la participaci¨®n en tan parco bot¨ªn. La mejor garant¨ªa para que el petr¨®leo no nos complique la vida es dejar que los mercados funcionen como es debido. Y en las guerras y sus preludios eso es lo primero que se echa en falta.
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