Las bombas golpean las casas de Bagdad
El Gobierno iraqu¨ª ense?a a la prensa los barrios residenciales alcanzados. Decenas de heridos se recuperan en los hospitales
Cada d¨ªa caen miles de kilos de acero en Bagdad. Y cada ma?ana llegan nuevas remesas de heridos al hospital universitario de Alyarmu. Los iraqu¨ªes no han mostrado a¨²n v¨ªctimas mortales. Pero cada ma?ana alg¨²n m¨¦dico del hospital pasea entre ni?os, mujeres y ancianos heridos por las bombas y misiles. "Uno de los ataques de ayer cay¨® sobre un barrio muy cercano de aqu¨ª. Las ventanas del hospital se abrieron y tuvimos que meter a algunos enfermos en los pasillos", explicaba el director del centro.
Se ven caras de resignaci¨®n y caras dolientes. Algunas de las pacientes no tienen ganas de atender a la prensa. Pero alg¨²n m¨¦dico del hospital que hace de int¨¦rprete insiste. Y las preguntas siempre son las mismas: ?a qu¨¦ hora cay¨® el misil? ?D¨®nde est¨¢ su casa? ?Qu¨¦ edad tiene? ?Qu¨¦ edad tiene su hija? ?Hay alg¨²n centro militar cerca de su domicilio? La respuesta a esta ¨²ltima pregunta siempre es que no, y casi siempre el paciente suele proclamar su fe en Sadam y en la victoria.
Entre los cascotes de la casa, las p¨¢ginas del cuaderno escolar de un ni?o y un Cor¨¢n
"Ahora vienen los americanos. Pero cuando este ni?o crezca les atacar¨¢ a ellos"
Cada ma?ana tambi¨¦n, las autoridades iraqu¨ªes parecen dispuestas a mostrar a la prensa los estragos del bombardeo sobre la poblaci¨®n civil. Tal vez jam¨¢s haya habido una guerra con tantos periodistas debajo de las bombas dispuestos a contar lo que pase. Por eso ayer eran cientos los fot¨®grafos, c¨¢maras y redactores que acudieron primero al barrio residencial que las autoridades quisieron mostrar. Algunos vecinos en bata comentaban que escucharon las primeras bombas sobre las siete y media y, a partir de ese momento, la calle se convirti¨® en un infierno. "S¨®lo en esta calle cayeron seis misiles en menos de un minuto", comentaba el propietario de una vivienda.
Una de las casas mostraba el pozo abierto por la bomba, de cuatro metros de di¨¢metro. Al descubierto quedaban las habitaciones con sus mesas y sus sillas. Derribadas las palmeras de la casa. Pulverizadas la mayor¨ªa de las paredes. Entre los cascotes, las p¨¢ginas del cuaderno escolar de un ni?o y un Cor¨¢n. "No hay razones para esta guerra", comentaba Ahman Hamid, uno de los vecinos, "salvo que quieren controlar nuestro petr¨®leo".
"Para que ve¨¢is que los ataques no han sido tan quir¨²rgicos como se dice", comentaba uno de los testigos de la escena. Ninguno de los vecinos sab¨ªa si las bombas provocaron alguna muerte. Despu¨¦s, los autobuses llevaron a los periodistas a Akademia, un barrio completamente distinto, en las afueras de la ciudad. Casas humildes, agua estancada y mucho polvo por todas partes. En una de esas viviendas habitadas por una familia de cinco miembros, el proyectil entr¨®, ensangrent¨® la alfombra y dej¨® sus chatarras por el suelo. Los dos ni?os que parec¨ªan vivir all¨ª no hablaban ingl¨¦s y miraban con ojos asustadizos. Un militar de unos cincuenta a?os era el que explicaba las injusticias de ese ataque. Unos cincuenta ni?os, mantenidos a distancia por un par de adolescentes armados con Kal¨¢shnikov, aguardaba en la calle. De pronto, una mujer con una ni?a de unos tres a?os empez¨® a clamar contra las injusticias de ese ataque, y la multitud empez¨® a corear uno de los c¨¢nticos m¨¢s repetidos estos d¨ªas: "Con mi esp¨ªritu y con mi sangre defender¨¦ a Sadam". Un adolescente alz¨® a un ni?o en brazos y grit¨® a los periodistas: "Ahora vienen los americanos a atacarnos a casa. Pero cuando este ni?o crezca ir¨¢ a Am¨¦rica y les atacar¨¢ a ellos".
En la otra orilla del Tigris, en el barrio popular de Akademiya, la gente transitaba por el zoco apaciblemente. Los bombardeos sonaban a lo lejos en pleno d¨ªa. Y cuando son¨® la sirena que anuncia el final de los ataques, nada cambi¨® en el barrio, todos siguieron haciendo lo mismo. Los comercios estaban abiertos, los bares y las oficinas de cambio de divisas, tambi¨¦n. La guerra parec¨ªa no ir con ellos. Y una vez m¨¢s, como en tantos lugares de Bagdad, al extranjero lo agasajan con sonrisas, lo invitan a comer a sus casas y no le dejan pagar la fruta que compra. Los ni?os se ba?an en la orilla del Tigris y la ciudad se va cubriendo de humo negro, sin que le haya dado tiempo a recuperarse de la humareda del d¨ªa anterior.
A las 20.10, hora peninsular espa?ola, de nuevo comenz¨® otro bombardeo. De nuevo, al minuto de la detonaci¨®n, el sof¨¢ y la mesa comienzan a balancearse. De nuevo se escucha el silbido de los misiles atravesando el aire. Han sido como unos diez bombardeos breves pero intensos los que ha sufrido Bagdad a lo largo del d¨ªa. La noche acaba de empezar.
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