No hay sangre en TV
Las cadenas de televisi¨®n de EE UU se han impuesto una censura para impedir que im¨¢genes desagradables entren en los hogares
Un ciudadano de EE UU que siga la guerra s¨®lo por la televisi¨®n puede llegar a pensar que los iraqu¨ªes no existen y que en las batallas nunca hay sangre. Las im¨¢genes son siempre higi¨¦nicas, censuradas por decisi¨®n de las cadenas. Casi ning¨²n espectador hab¨ªa podido ver las im¨¢genes de sus soldados prisioneros en Irak. El Pent¨¢gono pidi¨® a las televisiones que no las emitieran y lo aceptaron. Mientras tanto, los movimientos sociales contra la guerra han encontrado un aliado en la radio local. En el gremio period¨ªstico, la guerra ha provocado algunas rencillas entre columnistas y alianzas ideol¨®gicas inexplicables.
Las animaciones en tres dimensiones son de un realismo tan perfecto que el espectador asiste al lanzamiento del misil y su trayecto sobre Irak, pero nunca se ve c¨®mo explota la bomba al llegar al suelo. Las animaciones virtuales terminan donde empieza la tragedia y las c¨¢maras de las televisiones de EE UU parecen tener un filtro para el drama.
La legendaria autocensura en la televisi¨®n de EE UU, documentada profusamente tras el comportamiento de los medios en la cobertura del 11-S, evita a los espectadores de este pa¨ªs asistir a espect¨¢culos inc¨®modos en el comedor de sus casas. La audiencia s¨®lo vio en directo la ca¨ªda de las personas que optaron por tirarse desde lo alto de las Torres Gemelas. Las cadenas de informaci¨®n general nunca repitieron esas grabaciones.
En la guerra contra Irak, la tecnolog¨ªa permite la primera retransmisi¨®n en directo de una operaci¨®n de conquista, pero condena a los espectadores a contemplar s¨®lo "el desierto m¨¢s feo que he visto en mi vida". As¨ª lo describ¨ªa el veterano Ted Koppel en la ABC montado en un cami¨®n con las divisiones que avanzan por el sur. Las tanquec¨¢maras y las unidades de conexi¨®n por sat¨¦lite en movimiento permiten retransmitir en directo con una nitidez que casi requiere maquillaje. Nunca se ven iraqu¨ªes, ni casas, pueblos o batallas. S¨®lo una peregrinaci¨®n militar sin incidentes en un desierto que parece, efectivamente, de los m¨¢s feos y menos televisivos que pueden contemplarse.
Las conexiones con los enviados especiales empiezan a convertirse en una especie de retransmisi¨®n deportiva surrealista. Un presentador, situado en una ciudad de aspecto cuidadosamente ¨¢rabe, pide a sus corresponsales el minuto y el resultado de la batalla. Cuando un misil estalla cerca del presentador, como le ocurri¨® a Walter Rogers en la CNN, explica enseguida que "no es nada", sin dar mayor importancia a la tragedia que puede haber provocado.
El acontecimiento que ha puesto a prueba los l¨ªmites de la autocensura lo ha ofrecido la cadena ¨¢rabe Al Yazira. La CBS entrevistaba al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, cuando recibieron las im¨¢genes de los soldados estadounidenses entrevistados como prisioneros de guerra. Se emitieron unos segundos para buscar la primera reacci¨®n de Rumsfeld, que habl¨® de la Convenci¨®n de Ginebra y apel¨® de inmediato a las cadenas para pedir que no emitieran nunca esas im¨¢genes. Todas aceptaron y ocultaron el material, hasta que, entrada la noche, empezaron a verse algunos extractos.
El Pent¨¢gono habl¨® primero de la necesidad de informar a las familias, pero reconoci¨® despu¨¦s que el da?o medi¨¢tico de la grabaci¨®n pod¨ªa ser enorme. Ayer por la ma?ana, Paula Zahn, la presentadora estrella de la CNN, dijo en antena: "El Pent¨¢gono nos ha pedido que no emitamos las im¨¢genes, pero la CNN ha decidido emitir im¨¢genes y sonidos breves de los prisioneros porque el tratamiento que reciban forma parte de la cobertura informativa de la guerra".
Dado que hay casi 300.000 soldados estadounidenses en la zona de combate, sus millones de familiares est¨¢n sometidas al otro bombardeo: el informativo. Tom Brokaw, el presentador de la NBC, acept¨® la cr¨ªtica que le hizo en antena la madre de un soldado cuando le dijo que tanta cobertura "nos est¨¢ matando". Brokaw reconoci¨® que en ocasiones los periodistas se olvidan de recordar que "detr¨¢s de esos gr¨¢ficos inform¨¢ticos hay vidas en juego".
Aun as¨ª, una encuesta publicada ayer en el USA Today revela que el 87% de los estadounidenses considera que los medios de comunicaci¨®n est¨¢n haciendo un trabajo bueno o excelente. Otro sondeo del The Wall Street Journal en Internet indicaba que la gente otorga la mejor puntuaci¨®n a la cadena ultrapatri¨®tica Fox News.
Fervor patri¨®tico
El mismo fervor patri¨®tico ha provocado una extra?a divisi¨®n en la derecha period¨ªstica de EE UU. Los que se autodefinen como conservadores creen que hay una escisi¨®n de columnistas cuyo apoyo a Bush y a la guerra no es tan entusiasta como deber¨ªa ser. Los definen como "paleoconservadores", patri¨®ticos en su filosof¨ªa, pero dudosos sobre la conveniencia de que EE UU entre en batallas lejanas y nada claras. Pat Buchanan, que en su d¨ªa dej¨® el Partido Republicano porque ve¨ªa en ¨¦l ramalazos liberales, pol¨ªtico y periodista, ha criticado la excesiva "israelizaci¨®n" de la Casa Blanca y cree que su pa¨ªs est¨¢ meti¨¦ndose en guerras "que no tienen inter¨¦s".
En el otro lado del espectro ideol¨®gico, las protestas contra la guerra parecen condenadas a ser una imagen de recurso para rellenar silencios en la cobertura militar que hacen las televisiones. En cambio, una cadena de radio alternativa, la californiana Pacifica Radio, se ha convertido en la bandera del movimiento y ha visto c¨®mo varias emisoras compran su programaci¨®n para emitirla en ciudades del interior del pa¨ªs.
El resto de las radios se deja llevar. Las de country, basti¨®n patri¨®tico-musical, han prohibido poner discos de las Dixie Chicks porque una de las cantantes dijo hace poco que lamentaba haber nacido en Tejas, el Estado del presidente George W. Bush.
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