Manifestaci¨®n
No pod¨ªan faltar. C¨®mo iban ellos a perderse una movida como ¨¦sta contra la guerra sin hacer acto de presencia y robar vilmente todo el protagonismo a la causa que motiva la protesta. Son los mismos de siempre, componen un extra?o y contradictorio conglomerado en el que se mezclan los de Jarrai con pseudoanarcos, elementos de extrema derecha y hasta de los ultrasur. En realidad, no tienen causa, ni ideolog¨ªa, ni siquiera cerebro, s¨®lo buscan el divertimento y la emoci¨®n que supuestamente les proporciona el generar altercados y violencia. Con esa ¨²nica y lamentable finalidad parasitan manifestaciones de todo tipo si bien, ¨²ltimamente, les resultan especialmente golosas las marchas estudiantiles y las del movimiento antiglobalizaci¨®n. Dudo mucho de que haya m¨¢s de un centenar de individuos en el n¨²cleo duro de esta caterva de indeseables, pero los efectos que su intervenci¨®n provocan son realmente traum¨¢ticos. El abultado saldo de heridos y detenidos arrojado por las protestas del pasado fin de semana en Madrid da buena cuenta de hasta qu¨¦ punto un pu?ado de imb¨¦ciles puede tornar una expresi¨®n pac¨ªfica en batalla campal. El modus operandi es de lo m¨¢s elemental y basta leer cualquier manual de guerrilla urbana para reconocer los m¨¦todos empleados el pasado fin de semana en las calles del centro de la capital. Observen, por ejemplo que los reventadores nunca act¨²an al principio sino que esperan al tramo final de la marcha, cuando los ¨¢nimos suelen estar mas encrespados y el servicio de orden de los organizadores empieza a relajarse. Es el momento id¨®neo para elevar el tono de la protesta, proferir insultos a la polic¨ªa, lanzar piedras o bengalas e incendiar contenedores. Todo eso ocurrir¨¢ detr¨¢s de las primeras l¨ªneas de la marcha de forma y manera que, a ser posible, haya una masa importante de manifestantes pac¨ªficos interponi¨¦ndose entre los provocadores y las fuerzas antidisturbios.
Saben que la carga policial que obtienen como respuesta rara vez discrimina entre los provocadores y el resto de los integrantes de la marcha. As¨ª sucedi¨® el pasado s¨¢bado. Y es verdad que los mandos policiales aguantaron lo suyo antes de ordenar las cargas, pero tambi¨¦n es cierto que esa paciencia "infinita", como la calificaron en la Direcci¨®n General de la Polic¨ªa, fue en realidad ef¨ªmera dando paso a una actuaci¨®n torpe, desproporcionada en su contundencia y absolutamente indiscriminada.
A nadie se le escapa que es muy dif¨ªcil por no decir imposible intervenir quir¨²rgicamente en el fragor de un altercado de esa naturaleza, pero las im¨¢genes recogidas por las c¨¢maras de televisi¨®n muestran a las claras que hubo muchos agentes aporreando inmisericordes a personas que no presentaron resistencia alguna y cuya actitud era a todas luces pac¨ªfica. Me consta que la Delegaci¨®n del Gobierno no est¨¢ precisamente entusiasmada con la brutalidad extrema que exhibieron dichos funcionarios y saben que la escena de la joven, a la que un bestia uniformado golpe¨® en la cabeza cuando socorr¨ªa a una amiga, no fue la ¨²nica que descalifica el proceder de los antidisturbios. En lugar de soltar a los m¨¢s brutos del cuerpo para que se desfoguen y estimulen el contagio de las actitudes violentas, los mandos policiales deber¨ªan haber obrado con profesionalidad, diferenciando actitudes e infiltrando agentes de paisano que identificaran a los violentos y protegieran a quienes se manifestaban pac¨ªficamente.
Entiendo que, en su pat¨¦tica situaci¨®n, el ministro del Interior trate de manipular la realidad a conveniencia aunque no que lo haga hasta el imp¨²dico extremo de poner en duda lo evidente y acusar, encima, a los partidos de la oposici¨®n de incitar a los ciudadanos a la violencia. Puede que a algunos militantes e incluso representantes pol¨ªticos se les haya calentado la boca m¨¢s de lo que la prudencia y el respeto a la convivencia aconsejan, pero el se?or Acebes sabe que esos partidos no tienen relaci¨®n ni influencia alguna sobre los provocadores y que, con unas elecciones en puertas, no les conviene ser identificados con semejante chusma. Lo cierto es que entre los reventadores y los polic¨ªas asilvestrados que alimentan su juego, el derecho de manifestaci¨®n es vilmente conculcado en las calles de Madrid. Por muy sonado que est¨¦ un Gobierno no puede olvidar la Constituci¨®n.
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