Morir de unanimidad
Gracias a la guerra de Irak, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar ha logrado alcanzar algo que ven¨ªa persiguiendo desde el inicio de su mandato: la resurrecci¨®n de las dos Espa?as y el triunfo del pensamiento ¨²nico, s¨®lo que en una versi¨®n fuera de control.
Despu¨¦s de la cumbre de las Azores, e incluso desde varias semanas antes, es incuestionable la existencia de dos Espa?as cortadas a cartab¨®n: la de Aznar y sus allegados -que no la de sus votantes-, y la del PSOE, Converg¨¨ncia, Izquierda Unida y todos los dem¨¢s representantes de la soberan¨ªa popular; la Espa?a que se manifiesta indignada y la que no oye, ni escucha, ni siente; la Espa?a que ocupa las calles como ¨¢mbito de la ciudadan¨ªa, y la que se parapeta tras los medios de comunicaci¨®n afines para impedir que la realidad los alcance; dos Espa?as desigualmente repartidas, con el 90% de la poblaci¨®n en contra de esta guerra y s¨®lo un 10% favorable a las tesis del l¨ªder del PP. Todo un plebiscito en contra ganado a pulso y p¨²a por el hombre que hace tres a?os arranc¨® a las urnas una incuestionable mayor¨ªa absoluta.
Pero estas dos Espa?as enfrentadas convergen en una perplejidad compartida, en un pensamiento ¨²nico: ?por qu¨¦ Aznar nos ha metido en este l¨ªo? A nadie se le alcanza, y tampoco en el PP; y puede que, en el fondo, ni el propio presidente del Gobierno acertara a responderse a s¨ª mismo si, en un acto de debilidad, volviera la vista atr¨¢s para ver los campos de desolaci¨®n que va dejando a sus espaldas entre sus propias filas, sembrados de preguntas que se encadenan.
?Por qu¨¦, presidente Aznar, esta voladura de la pol¨ªtica exterior espa?ola, apreciada dentro y fuera de nuestro pa¨ªs, f¨ªnamente labrada a lo largo de 27 a?os por los presidentes Su¨¢rez, Calvo Sotelo y Gonz¨¢lez, ejecutada desde el consenso m¨¢s amplio de las fuerzas parlamentarias y con una implicaci¨®n destacad¨ªsima de la figura del Rey? ?Por qu¨¦, presidente, sin m¨¢s apoyos internos que el de aquellos que no tienen m¨¢s remedio que callar, emprende usted esa deriva que no sabemos ad¨®nde lleva, pero que, con toda certeza, nos aleja a la vez de Europa, Iberoam¨¦rica y el mundo ¨¢rabe, sin que Espa?a tenga autonom¨ªa de vuelo para semejante aventura?
Si el PP hablara, seguro que se oir¨ªa tambi¨¦n un ?por qu¨¦, Jos¨¦ Mar¨ªa, este destrozo en las aspiraciones electorales de un partido que es el tuyo, y que hasta este momento ten¨ªa m¨¢s opciones de gobierno que ning¨²n otro en el ¨¢mbito local y muy probablemente en las elecciones generales, a pesar de los errores de gesti¨®n acumulados en esta segunda legislatura? ?Por qu¨¦, ahora que te ibas por propia voluntad, en un gesto in¨¦dito y apreciad¨ªsimo por los ciudadanos, pones en peligro las carreras pol¨ªticas de todos los que te ayudaron a sacar la derecha espa?ola de la caverna y de las catacumbas? Hace apenas un a?o, el PP era el ¨²nico partido que ten¨ªa al menos cinco candidatos posibles, todos ellos con opciones ganadoras, y ?no te das cuenta de que, de seguir as¨ª, puedes llevarte contigo las carreras de Rodrigo, Mariano, Jaime, Alberto y cualquier otro por el que hubieras apostado? ?En qu¨¦ momento, presidente, tomaste la decisi¨®n de ir a una guerra que ni el mismo Bush hubiera emprendido en caso de tener a su opini¨®n p¨²blica en contra, y aqu¨ª el rechazo alcanza al 90% de la poblaci¨®n?
Pero el PP no habla, porque su gran virtud a lo largo de estos a?os ha sido acatar. Ahora bien, el hecho de que no hable no quiere decir que no piense: las encuestas hablan por ¨¦l. No es posible que el 90% de los espa?oles rechace esta guerra sin que la mayor¨ªa del PP comparta esta opini¨®n. Las matem¨¢ticas no enga?an. Y el silencio y los discursos de adhesi¨®n, tampoco; porque, conociendo al PP como lo conoce, es muy probable que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar sepa lo que de verdad se piensa de esta guerra en su partido.
Algo dej¨® entrever cuando, pese al respaldo de todos su principales -alguno expres¨¢ndose en clave de culto a la personalidad-, hace unos d¨ªas el presidente reclam¨® a todos ellos un acto de fe en su pol¨ªtica personal sobre la guerra ("cr¨¦anme", les suplic¨®), y a continuaci¨®n reclam¨® para s¨ª mismo toda la responsabilidad de la decisi¨®n en un gesto imposible: Aznar puede responder de sus decisiones, pero Rato, Rajoy, Ruiz Gallard¨®n, Mayor, Arenas y todos los dem¨¢s tienen que responder de sus adhesiones y sus silencios en lo tocante a una guerra que la casi totalidad de los espa?oles percibe como ilegal, ileg¨ªtima y est¨²pida por innecesaria.
Sin que se pueda saber a ciencia cierta qu¨¦ responsabilidades puede asumir quien ya tiene anunciado que se va, est¨¢ claro que a d¨ªa de hoy Aznar ya no tiene suficiente cr¨¦dito para correr ¨¦l solo con la cuantiosa factura pol¨ªtica de esta guerra que avalan su Gobierno y su partido. Qu¨¦ parte se va a descontar en las municipales y auton¨®micas y cu¨¢nto en las generales tampoco es cosa sabida, pero los paganos ser¨¢n los futuros candidatos del PP, entre los que ya no va a figurar Aznar, salvo en condici¨®n de coche escoba en la lista popular para el Ayuntamiento de Bilbao. Y no ser¨¢ injusto que paguen el precio que los votantes quieran cobrarles por su actitud ante la guerra, por m¨¢s que lo pueda ser el hecho de que trayectorias muy meritorias de candidatos del PP corran el riesgo de ser borradas como un efecto colateral de la ocupaci¨®n de Irak.
La apreciaci¨®n de que la democracia es el menos malo de los sistemas pol¨ªticos, vale tambi¨¦n para el funcionamiento interno de los partidos. Y el partido que coloca no ya la disciplina, sino la obediencia ciega, en lo m¨¢s alto de su ideario estar¨¢ muy preparado para nutrir de buenos soldados al Ej¨¦rcito espa?ol, pero muy poco para evolucionar con las inquietudes de la sociedad. Se comprende que el actual PP haya querido vacunarse contra los efectos demoledores de las luchas intestinas que acabaron con el primer proyecto del centro-derecha espa?ol, pero de ah¨ª a que ni un solo diputado popular pudiera decir que no a esta guerra en la votaci¨®n secreta forzada por Izquierda Unida hace unas semanas hay un abismo.
Hablamos de una guerra, de un conflicto de la m¨¢xima trascendencia pol¨ªtica al que hasta el ¨²ltimo ciudadano se acerca lleno de cauciones y dudas morales. Tan obsesionados estaban los diputados populares con no desairar al jefe que s¨®lo vieron una votaci¨®n trampa donde hab¨ªa una verdadera oportunidad de mostrar que, llegado el caso, tambi¨¦n en el PP hay gente dispuesta a poner otros valores por encima de la disciplina. Con raz¨®n comenta I?aki Gabilondo que en el PP todav¨ªa no saben que se puede morir de unanimidad.
Sorprende, ciertamente, que la derecha espa?ola no se haya puesto ya a reflexionar sobre la gravedad del momento, cuando est¨¢ a punto de arrojar por la borda todo el trabajo de una d¨¦cada y a toda una generaci¨®n de dirigentes. Con sus pros y sus contras, a Aznar le habr¨ªa correspondido el m¨¦rito de dejar a su partido en la mejor de las suertes, pues sin ¨¦l ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil para el PP emprender de una vez ese viaje al centro tantas veces proclamado como desmentido por sus formas autoritarias. Pero con esta ¨²ltima decisi¨®n Aznar no s¨®lo ha metido a Espa?a en una guerra que no quiere, sino a su partido en unas posibilidades de derrota que ni el Rodr¨ªguez Zapatero m¨¢s optimista hubiera imaginado unos meses atr¨¢s. Hoy por hoy, el propio Aznar ha hecho m¨¢s por destruir las posiciones electorales del PP que la oposici¨®n en su conjunto. El efecto p¨ªo cabanillas se ha extendido a todos los ¨¢mbitos, y del "aqu¨ª no ha habido huelga general" pasamos al "aqu¨ª no hay chapapote"; el ministro que cazaba y hac¨ªa monta?ismo mientras el barco se hund¨ªa es el mismo de las carreteras cortadas por la nieve y el del AVE que ni anda, ni corre, ni vuela, y sin embargo, sigue siendo para su presidente "el mejor ministro de Fomento de la historia de Espa?a"; no hay manifestaciones, sino sobre todo agresores; la polic¨ªa no ha pegado desproporcionadamente en Madrid, y es verdad que llueven bombas sobre Irak, pero... Siempre queda la tentaci¨®n de lanzarse a las elecciones abrazados a la sagrada unidad de Espa?a con el PP como valedor, la ¨²nica dimensi¨®n de la pol¨ªtica que inquieta a Mayor Oreja.
La situaci¨®n puede que tenga arreglo, pero no va a ser f¨¢cil. Ser candidato del PP, que ya era comprometido por culpa del terrorismo, se ha puesto m¨¢s dif¨ªcil en todos los rincones de Espa?a, donde la solidaridad frente a la amenaza no les hace inmunes a la cr¨ªtica de miles de manifestantes indignados con la guerra ni les libra del condenable acoso de unas minor¨ªas violentas que no saben que el voto puede hacer m¨¢s da?o que las algaradas. Queda el recurso de culpar a los discrepantes, pero si de verdad Aznar cree que la responsabilidad es s¨®lo suya, a la vista de c¨®mo discurren las cosas, le quedan pocas alternativas: una, rectificar; otra, dimitir, permitiendo que otros rectifiquen su pol¨ªtica, y finalmente, olvidarse de lo dicho y presentarse a las elecciones generales asumiendo la gravedad de la situaci¨®n mundial y la responsabilidad de haberla apadrinado. ?Cu¨¢l es la mejor? Me acojo al dicho ingl¨¦s: un buen pol¨ªtico es el que sabe en qu¨¦ momento debe dejar de picar para no excavar su tumba.
Por qu¨¦ Aznar nos ha metido en este l¨ªo es la pregunta que sigue sin contestar. A falta de razones objetivas, caben las psicol¨®gicas. Un ministro del Gobierno dec¨ªa hace pocos d¨ªas que alguien muy cercano al presidente sostiene que su entendimiento con Bush es "porque tienen en com¨²n el hecho de que nadie daba un duro por ellos", y ese tipo de gente sue?a con un golpe de tim¨®n que les vengue de la sospecha de mediocridad. Siempre me cost¨® creer que un hombre que ha llegado tan lejos y tan alto como Aznar sienta necesidad alguna de agrandar su figura m¨¢s de lo que su meritoria carrera le ha deparado. Espa?a nunca dejar¨¢ de ser un pa¨ªs de tipo medio y una potencia menor, por m¨¢s que le pongan un alza del tama?o de las islas Azores. Y cuando las soluciones ortop¨¦dicas vienen forzadas, los remedios suelen ser quir¨²rgicos.
Daniel Gavela es periodista.
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