Respuesta a Mir¨® i Ard¨¨vol
En lo que parece ser lo que en psiquiatr¨ªa se define como transferencia, en su nueva r¨¦plica (EL PA?S, 6 de abril) Josep Mir¨® i Ard¨¨vol me atribuye lo que es habitual en ¨¦l: la difamaci¨®n y la mentira.
Yo no miento ni difamo. Tal vez Mir¨® i Ard¨¨vol cree que todo su pasado es anulable, pero no lo es. Testigos hay de su alegr¨ªa cuando, en la redacci¨®n de la revista Oriflama, el 11 de septiembre de 1973, se alegr¨® al saber que los militares golpistas bombardeaban el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile, en lo que fue el inicio de la dictadura pinochetista. As¨ª qued¨® recogido en el libro Di¨¤legs de Barcelona, en el que Xavier Febr¨¦s reprodujo las conversaciones entre Josep Maria Huertas y Jaume Fabre, ambos testigos de la escena. Y as¨ª qued¨® recogido en Cada taula, un Vietnam, libro de Josep Maria Huertas Claveria, y tambi¨¦n por Josep Mart¨ª G¨®mez en La Vanguardia.
El pasado no es anulable, pero si Mir¨® i Ard¨¨vol se arrepiente ahora de su actitud, bienvenido sea su arrepentimiento. Como bienvenida es la negativa de sus amenazas de tomar represalias contra mi persona. Lo cierto es que por tel¨¦fono me amenaz¨® repetidamente. En cuanto a su biograf¨ªa pol¨ªtica, mi respeto desde la discrepancia. La discrepancia de quien lleva ya casi 40 a?os de ejercicio del periodismo y de militancia pol¨ªtica, siempre en defensa de la libertad, contra la intolerancia y contra todas las formas de integrismo o fundamentalismo. La discrepancia de quien ni miente ni difama, ni est¨¢ dispuesto a seguir con esta absurda pol¨¦mica, que doy por terminada.
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