Ecos de 'peque?as guerras'
"Yo les ense?ar¨¦ a las rep¨²blicas sudamericanas a elegir hombres buenos", dijo Woodrow Wilson en 1913. Antes de empezar esta guerra, George W. Bush insisti¨® en que su prop¨®sito de fondo -adem¨¢s de desarmar a Sadam- era eso mismo: introducir la democracia en Irak y el mundo ¨¢rabe. Al margen de las inmensas dificultades intr¨ªnsecas y coyunturales de ese proyecto, Bush habr¨ªa debido conocer, al menos en sus l¨ªneas generales, la pesadilla en que termin¨® aquel sue?o wilsoniano. Porque si bien en Europa las intervenciones estadounidenses del siglo XX (las dos guerras mundiales, Bosnia, Kosovo) tuvieron un sentido de liberaci¨®n congruente con su esencia democr¨¢tica, las que perpetraron en Am¨¦rica Latina, antes y despu¨¦s de Wilson, fueron abiertamente imperiales y, por tanto, no s¨®lo injustificadas, sino imposibles como fundamento democr¨¢tico. Partiendo de esa ilegitimidad de origen, los Estados Unidos cometieron al menos tres errores hist¨®ricos que vienen a cuento en la guerra de Irak, una guerra que con el apoyo de la ONU (en unos meses, agotadas todas las instancias, bien trabada en t¨¦rminos diplom¨¢ticos) pudo quiz¨¢ haber sido (y parecido) liberadora, pero que en las circunstancias actuales es (y parece) manifiestamente imperial.
El primero consisti¨® en ignorar (en el sentido de desconocer, descuidar, desde?ar) la historia, tradiciones, lenguas, arte, religi¨®n; en una palabra, la identidad de la Am¨¦rica espa?ola. En el fondo de su actitud hubo un permanente contenido racista y una irresponsable despreocupaci¨®n sobre el sentimiento de humillaci¨®n que provocaba su presencia f¨ªsica, militar y pol¨ªtica en estas tierras. "El desd¨¦n del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de 'Nuestra Am¨¦rica", escribi¨® Mart¨ª. Significativamente, Teodoro Roosevelt (que se hizo notorio en la guerra hispano-estadounidense en Cuba) no menciona siquiera a Mart¨ª en sus voluminosos escritos (algo parecido a no hablar de Washington al referirse a la independencia de Estados Unidos). Y esa ignorancia persiste hasta ahora: en Theodore Rex, su reciente y famosa biograf¨ªa de Roosevelt, Edmund Morris no menciona a Rub¨¦n Dar¨ªo. Habr¨ªa que explicarle que se trata del c¨¦lebre autor del poema A Roosevelt (1904), que condensa la percepci¨®n del estadounidense como una potencia insensible y ciega, "el futuro invasor de la Am¨¦rica ingenua que tiene sangre ind¨ªgena, que a¨²n reza a Jesucristo y a¨²n habla en espa?ol". Esa ignorancia fue y sigue siendo un motivo central del sentimiento antiestadounidense en estos pa¨ªses. En una de sus estrofas finales, Dar¨ªo profetizaba: "Tened cuidado. ?Vive la Am¨¦rica espa?ola! Hay mil cachorros sueltos del Le¨®n espa?ol". Con el tiempo, esos "cachorros" crecieron y se llamaron Sandino, Che Guevara, Fidel Castro...
El segundo error fue casi un pecado: en sus primeras aventuras imperiales ("espl¨¦ndidas guerras peque?as" las llam¨® el secretario de Estado John Hay), Estados Unidos olvid¨® y aun traicion¨® sus propios principios democr¨¢ticos. En aquel poema, Dar¨ªo conced¨ªa a Estados Unidos "un algo de Washington y cuatro de Nemrod" (Nemrod es el legendario cazador del G¨¦nesis). La imagen se comprob¨® muy pronto en M¨¦xico, donde todos recordamos a Wilson, pero no a Woodrow, sino a Henry Lane, el embajador estadounidense que plane¨® el golpe de Estado que culmin¨® en el asesinato, en 1913, del presidente Madero. Cruel paradoja: la mayor democracia de Am¨¦rica derroc¨® al primer dem¨®crata de M¨¦xico. No fue, como se sabe, el ¨²nico caso. Los gobiernos de Washington no s¨®lo archivaron sus ideales democr¨¢ticos, sino que apoyaron a varios dictadores. Otra pr¨¢ctica com¨²n (que viene al caso ahora) fue el desprecio por los liberales del continente. Los patriotas cubanos, que cre¨ªan contar con el apoyo estadounidense para la independencia de su pa¨ªs, fueron desplazados desde un principio y forzados despu¨¦s a aceptar el protectorado de su naci¨®n. A los liberales latinoamericanos, antiguos admiradores del "pa¨ªs del futuro", les ocurri¨® lo que a muchos marxistas en 1989: quedaron en un estado de orfandad. Unos cuantos solitarios siguieron habitando una estrech¨ªsima franja liberal, los m¨¢s abrazaron una serie de ideolog¨ªas cuyo denominador com¨²n era su aversi¨®n a la democracia liberal que el propio Estados Unidos hab¨ªa desprestigiado: chovinismo, fascismo, estatismo, populismo, militarismo, marxismo.
"Junt¨¢is al culto de H¨¦rcules el culto de Mamm¨®n", escribi¨® Dar¨ªo. En Estados Unidos, la supeditaci¨®n de la diplomacia a los grandes negocios (petroleros, azucareros) fue vista como algo normal, pero a muchos pa¨ªses y culturas les resulta, como es obvio, una repugnante muestra de codicia. La presencia de los marines rompiendo huelgas en el Caribe qued¨® en la memoria popular como un agravio mitol¨®gico. En el Macondo imaginario de Garc¨ªa M¨¢rquez, la represi¨®n de la huelga contra la United Fruit en 1928 adquiere la dimensi¨®n, no del todo inexacta, de una plaga b¨ªblica. Hasta en el equipo del "buen vecino" Franklin D. Roosevelt hab¨ªa secretarios con intereses azucareros en Cuba. "Nada indignar¨ªa m¨¢s a los latinoamericanos", escribi¨® el gran periodista liberal Walter Lippmann, en los a?os veinte, "y nada ser¨ªa m¨¢s peligroso para la seguridad norteamericana que Latinoam¨¦rica creyera que los Estados Unidos han adoptado, a la manera de Metternich, una pol¨ªtica destinada a consolidar intereses creados que atenten contra el progreso social de esos pa¨ªses, tal como ellos lo entienden". Esa creencia desemboc¨® en Cuba, y a¨²n ahora, en 2003, sigue formando parte del imaginario colectivo. A partir de 1989, las "rep¨²blicas sudamericanas" demostraron haber "aprendido" solas a elegir hombres buenos (o malos), pero a elegirlos libremente.
"Hay que conocer la historia para no repetirla", escribi¨® el fil¨®sofo George Santayana, que por su origen espa?ol y formaci¨®n estadounidense sab¨ªa de qu¨¦ estaba hablando. Pero los gobiernos de Estados Unidos desprecian a sus profetas laicos y no han reflexionado mayormente sobre su pasado imperial. Por eso, en sus tratos con el mundo ¨¢rabe incurrieron en errores similares. Concentrados en el imperio sovi¨¦tico, los ignoraron al grado de que sus agencias de inteligencia carec¨ªan de expertos en ese idioma. El desarrollo pol¨ªtico de la regi¨®n les era indiferente: atenidos a un miope inmediatismo, apoyaron al sha (su "dictador ¨²til"), armaron a Husein para contrarrestar al ayatol¨¢, armaron a Bin Laden para contrarrestar a los sovi¨¦ticos, y tras la guerra de Kuwait abandonaron a su suerte a los kurdos del norte y los shi¨ªes del sur. Y el hecho de que ning¨²n diplom¨¢tico haya visto (o querido ver) que el fervor fundamentalista (sus madrasas, sus grupos radicales) se financiaba con los inmensos caudales de Arabia Saud¨ª (hasta hace poco, aliado y socio de los norteamericanos), prueba la pobreza de su percepci¨®n internacional debida, precisamente, a la ciega "diplomacia del d¨®lar". Lo mismo cabe decir de los medios de comunicaci¨®n: el 9 de septiembre de 2001, CNN dio de paso la noticia de la muerte de Massud (el enemigo de los talibanes) a mano de los secuaces de Bin Laden, pero ninguno de sus "expertos" advirti¨® o coment¨® el hecho.
Aun en el caso de una victoria militar, a los Estados Unidos les ser¨¢ imposible evitar el sentimiento de humillaci¨®n, no s¨®lo cultural, nacional e ideol¨®gico, sino religioso, que recorre el mundo isl¨¢mico. En la imaginaci¨®n hist¨®rica de su sector radical (para el cual los hechos ocurridos hace un milenio son memoria viva), las escenas del bombardeo de Irak y la ocupaci¨®n de Bagdad, sede del antiguo califato, equivaldr¨¢n a un desastre teol¨®gico en cuya venganza trabajar¨¢n los "cachorros" de Bin Laden. ?Cu¨¢ntos m¨¢s surgir¨¢n? ?sa es la gran pregunta. Si, llegado el momento (que puede no llegar o no consolidarse), los estadounidenses favorecen el establecimiento inmediato de un gobierno representativo en manos de los propios iraqu¨ªes, y si se abstienen de convertir Irak en una protectorado y respetan la soberan¨ªa de ese pueblo sobre su riqueza petrolera, lograr¨¢n quiz¨¢ desactivar un poco la indignaci¨®n. En ese escenario, y habida cuenta de la barbarie del r¨¦gimen de Sadam, un sector de la opini¨®n p¨²blica mundial comenzar¨ªa a darles el beneficio de la duda. Por desgracia, nada asegura el cumplimiento de ambas condiciones. "Los enemigos de un Irak democr¨¢tico est¨¢n en la CIA y en el Departamento de Estado", declar¨® recientemente Kanan Makiya, el m¨¢s destacado intelectual liberal de la oposici¨®n iraqu¨ª.
Lo cierto es que aun el cumplimiento puntual de esas condiciones (democracia pol¨ªtica y soberan¨ªa econ¨®mica) ser¨ªa insuficiente. Existen varias otras, indispensables: la exhibici¨®n de las armas iraqu¨ªes de destrucci¨®n masiva -en caso de que existan-, la convocatoria a la ONU para los trabajos de reconstrucci¨®n y una resuelta intervenci¨®n en el conflicto entre Israel y Palestina. De no darse esa dificil¨ªsima conjunci¨®n de medidas creativas, otro profeta laico -Samuel Huntington- habr¨¢ tenido raz¨®n: el siglo XXI ser¨¢, tarde o temprano, el del "choque de civilizaciones".
Enrique Krauze es historiador mexicano y director de la revista Letras Libres.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.