La muerte definitiva
Finalmente, Oteiza le ha puesto fecha a su ¨²ltima escultura: las dos modestas cruces de madera enlazadas por un ¨²nico travesa?o horizontal que emergen sobre la tumba de su esposa, en un rinc¨®n rocoso del cementerio de Alzuza (Navarra). La primera de esas cruces lleva el nombre de Itziar Carre?o Etxeandia con sus fechas de nacimiento y defunci¨®n. En la segunda, a nombre de Jorge Oteiza Embil, s¨®lo constaba hasta ahora la fecha de nacimiento. Puede decirse que desde que muri¨® su mujer, el 31 de diciembre de 1991, el intempestivo "escultor del alma vasca" ten¨ªa abierta su tumba a la espera de que le llegara el momento. Un tiempo de espera, un tiempo muerto. Las cruces clavadas en Alzuza son la ¨²ltima obra de este artista extraordinario que quiso capturar a Dios con sus trampas metaf¨ªsicas, de este personaje genial embaucador fant¨¢stico y contradictorio, precursor, dicen, del minimalismo, que marc¨® a dos generaciones de vascos.
"La poes¨ªa es una buena barca, siempre que no te conduzca a ninguna parte"
"Estoy acostado con la muerte", comentaba estos d¨ªas atr¨¢s en el hospital cuando su lucidez se abr¨ªa paso en la espesa niebla de la agon¨ªa, pero lo cierto es que Oteiza se dio por muerto el mismo d¨ªa en que falleci¨® su esposa. "Ya no tengo donde morirme", dijo, y a partir de entonces no ces¨® de proclamar peri¨®dicamente su fallecimiento: "Estoy muerto", "dejadme en paz", "la muerte no mata, s¨®lo entierra a los que est¨¢n muertos". Sin Itziar, la mujer que disciplinaba su lado oscuro, que moderaba su temperamento compulsivo, que interrump¨ªa sus correr¨ªas por el universo de la divinidad art¨ªstica para sentarlo a cenar, el gran agitador y activista se qued¨® inerme ante el mundo, a merced de sus delirios y flaquezas y envuelto en la tristeza, aunque nunca perdi¨® el ingenio, la mordacidad y la mirada fiera. S¨ª, genio y figura, Oteiza.
Su idea de "la muerte como curaci¨®n de los fracasos de la vida" deber¨ªa haberle aliviado de la sensaci¨®n obsesiva de haber fracasado en su prop¨®sito, una misi¨®n, en realidad, de regenerar pol¨ªtica y culturalmente Euskadi. "ETA ha acabado con la democracia. Los militares que quedan ah¨ª son unos pobres cerdos, gusanos", dijo en 1985. Le cabe el honor de haber sido el primero, en pleno franquismo, en apuntar que el problema de los vascos no era Franco, sino una enfermedad propia y genuina, un problema interno, aunque su receta contra ese mal le llev¨® a bucear en el neol¨ªtico a la b¨²squeda de la pretendida armon¨ªa originaria y termin¨® por articular una teor¨ªa etnicista y rom¨¢ntica que influy¨® enormemente en las primeras generaciones de ETA. "En realidad yo no tengo la culpa; la he tenido al creer que ten¨ªa un pa¨ªs. He estado equivocado sobre nuestra inteligencia y nuestra capacidad de recuperaci¨®n cultural", argumentaba. S¨®lo su alejamiento de la realidad permite explicar que Oteiza no haya reaccionado en estos ¨²ltimos a?os contra los agresores de una persona de la calidad humana y art¨ªstica como Agust¨ªn Ibarrola.
El "constructor de huecos" que a la muerte de su esposa encontr¨® un refugio en la poes¨ªa -"es una buena barca siempre que no te conduzca a ninguna parte"- descubri¨® de ni?o el vac¨ªo protector del sentimiento tr¨¢gico y la angustia de la muerte, cuando admiraba el cielo oculto en los hoyos de la playa de Orio. "Era un viaje de evasi¨®n desde mi peque?a nada a la gran nada del cielo en la que penetraba para escaparme", escribi¨®. Desde su plaza en el elevado cementerio de Alzuza, Oteiza divisa ahora, junto a su mujer, su casa, el hermoso edificio de la fundaci¨®n que lleva su nombre y los ilimitados cielos del valle.
Babelia
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