Periodistas en guerra
Las sospechas de los compa?eros del c¨¢mara Jos¨¦ Couso no son disparatadas. Tres ataques seguidos en pocas horas, a tres edificios que albergaban a periodistas en Bagdad -la sede de Al Yazira, la televisi¨®n de Abu Dhabi y el hotel Palestina- exigen una explicaci¨®n y no un mero lamento por parte norteamericana. Aunque todo resultado de una hipot¨¦tica investigaci¨®n interna ser¨¢ recibida con escepticismo, cuando no cinismo, por gran parte de la opini¨®n p¨²blica, una indagaci¨®n sobre estos tr¨¢gicos hechos supondr¨ªa un gesto que podr¨ªa paliar la amargura generada por las primeras reacciones de indiferencia por parte de EE UU.
Dicho esto, hablemos de Julio Anguita Parrado y Jos¨¦ Couso, de sus circunstancias personales y profesionales y de las reacciones del periodismo y sus empresas ante su muerte. Porque la irracionalidad y la fanatizaci¨®n de los adalides de la moralidad suprema del pacifismo han alcanzado unas cotas que amenazan con hacernos perder el norte a todos. Los corresponsales de guerra son los ¨²nicos testigos en una batalla que est¨¢n all¨ª por voluntad propia. Asumen el riesgo de morir. La poblaci¨®n y los combatientes no tienen opci¨®n. Los periodistas, s¨ª. Al menos as¨ª era.
Pero las dos muertes que tanto nos han dolido nos demuestran que ya no es exactamente as¨ª. Hay periodistas que est¨¢n en la guerra porque temen menos a las bombas que a la precariedad laboral a la que han sido condenados. Son periodistas sin contrato fijo a los que sus directores los mandan a la guerra sin un miserable seguro y oblig¨¢ndoles a pagar de sus bolsillos el equipo m¨ªnimo de seguridad. Son periodistas que se juegan la vida no ya por esa vocaci¨®n de informar, curiosidad y emoci¨®n por estar all¨¢ donde se hace historia, que nadie les niega, sino por ara?ar unos titulares e historias que les permitan mejorar su angustiosa situaci¨®n laboral y su dignidad, zarandeada por contratos basura, subcontratas y desprecios.
Los periodistas que cubren la informaci¨®n del Congreso le hicieron el mi¨¦rcoles un plante al presidente del Gobierno. A algunos fuera de all¨ª les encant¨® el desplante que tanto les sirve en su disparatada carrera de agresi¨®n a las instituciones. Vale incluso fagocitar cad¨¢veres. Primero habr¨ªa que preguntarse por qu¨¦ unos profesionales enviados al Congreso a cubrir un acto se niegan a hacerlo y roban a su empresa y a su p¨²blico una informaci¨®n por las que unos les pagan y otros pagan usuarios de los medios. Segundo, hay que interrogarse por qu¨¦ no han hecho un plante a sus empresas, cuando muchos de ellos est¨¢n en la misma situaci¨®n que Julio y Jos¨¦.
Jos¨¦ se fue a la guerra porque no ten¨ªa opci¨®n. No quer¨ªa volver nunca. Muri¨®, salvo que sus compa?eros lo desmientan, sin dejar testimonio de las miserias de la profesi¨®n. Julio sin embargo era testigo directo, aunque desde su atalaya neoyorquina, del obsceno rapto y comercializaci¨®n de que fue objeto otro Julio, ¨¦ste apellidado Fuentes, con su cad¨¢ver, su muerte y su biograf¨ªa utilizados durante semanas para mayor gloria de quien no era precisamente su amigo y para la mitificaci¨®n barata de la supuesta tribu. Julio pidi¨® que quien le despreci¨® y maltrat¨® en vida "no se apunte medallas" en su funeral. Quiz¨¢ su muerte sirva para que los periodistas acaben plant¨¢ndose ante quienes deben, ante quien le oblig¨® a Julio a comprarse el chaleco antibalas con su dinero, lo que le impidi¨® tener uno que le hubiera permitido cumplir los requisitos de seguridad que se exig¨ªa para sumarse al convoy que parti¨® para Bagdad y abandonar el campamento donde muri¨®. Las muertes de periodistas conmueven al gremio m¨¢s que los goteos de muertes de alba?iles. Es l¨®gico. Pero el dolor y la emoci¨®n no deber¨ªan impedirnos ver qui¨¦nes instrumentalizan a los muertos para atacar a las instituciones o, quiz¨¢ peor, para erigirse en el h¨¦roe por delegaci¨®n del difunto y pasearse de televisi¨®n en televisi¨®n, de radio en radio, con la llantina puesta. Julio y Jes¨²s han muerto. Los hemos llorado y los recordaremos. Pero algunos compungidos por ah¨ª deber¨ªan dedicar sus lloros a s¨ª mismos.
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