La alianza atl¨¢ntica yace entre escombros
Ahora que la guerra de Irak parece estar pr¨®xima a su fin, los americanos y los europeos empezar¨¢n inevitablemente a preguntarse c¨®mo reparar el v¨ªnculo transatl¨¢ntico. No tienen por qu¨¦ tomarse la molestia. La sima diplom¨¢tica abierta entre EE UU y la Europa continental est¨¢ llevando a la alianza atl¨¢ntica a un final definitivo.
Incluso antes de que estallara la guerra, el angustioso punto muerto al que lleg¨® el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas hizo evidente que la seguridad norteamericana ya no es inseparable de la europea. Con su firme oposici¨®n a EE UU, Francia, Alemania y Rusia demostraron que Europa est¨¢ preparada para prescindir de su pacificador americano. Habiendo dejado ya patente que su cambio de prioridades conlleva una menor presencia de EE UU en Europa, Washington indudablemente va a actuar conforme a ese deseo, dejando de lado el esp¨ªritu de la alianza atl¨¢ntica, aunque no la abandone de hecho.
La pol¨ªtica preventiva y de supremac¨ªa est¨¢ suscitando resistencia y resentimiento
El problema central al que se enfrentan los gestores pol¨ªticos estadounidenses y europeos no es, por tanto, c¨®mo reparar la relaci¨®n transatl¨¢ntica, sino decidir si el final de esta alianza tomar¨¢ la forma de una separaci¨®n amistosa o de un desagradable divorcio. Lo primero es preferible a lo segundo, porque deja abierta la posibilidad de que renazca la cooperaci¨®n m¨¢s adelante, pero requerir¨¢ un gran esfuerzo tanto por parte de los americanos como de los europeos.
El Gobierno de George Bush, por su parte, va a tener que darse cuenta de que los principios que rigen su pol¨ªtica exterior han colocado a Washington en una trayectoria de choque con Europa. Ahora, estos principios van a tener que cambiar si queremos que en la posguerra haya alguna esperanza de acercamiento entre las dos orillas atl¨¢nticas. Concretamente, existen tres errores de c¨¢lculo acerca del uso del poder estadounidense que la Administraci¨®n de Bush debe corregir.
En primer lugar, Washington se ha conducido bajo el supuesto de que cuanto m¨¢s poderoso sea EE UU, y cuanto m¨¢s inflexibles sean sus l¨ªderes, m¨¢s dispuesto estar¨¢ el resto del mundo a ponerse en fila. Pero ha sucedido lo contrario. Los andares chulescos del se?or Bush puede que den una imagen de aplomo en su pa¨ªs, pero en Europa y en el resto del mundo huelen a arrogancia. Lejos de despertar respeto, la pol¨ªtica preventiva y de supremac¨ªa estadounidense est¨¢ suscitando el resentimiento y la resistencia de Europa.
El segundo error de c¨¢lculo es que un pa¨ªs tan poderoso como EE UU no necesita de las instituciones internacionales; s¨®lo limitan su espacio de maniobra. El se?or Bush tiene raz¨®n cuando dice que las instituciones constri?en el poder norteamericano, pero es precisamente por ello por lo que son un elemento tan importante para la estabilidad internacional. Al obligar a Washington a plegarse a unas leyes comunes a todos, aumentan la confianza en que el poder norteamericano es previsible y tiene un prop¨®sito claro. Cuando Washington abandona las instituciones internacionales, el resto del mundo corre a ponerse a salvo.
En tercer lugar, el se?or Bush ha sobrestimado enormemente la autonom¨ªa que brinda la supremac¨ªa militar. La Administraci¨®n de Bush ha mostrado desd¨¦n por sus aliados porque siente que no los necesita. Washington deber¨ªa volver a examinar esta cuesti¨®n. La guerra contra el terrorismo exige una extensa cooperaci¨®n internacional. Afganist¨¢n se mantiene unido gracias a una coalici¨®n internacional muy amplia. Aunque Francia, Alemania y Rusia no pudieron evitar la guerra en Irak, en ¨²ltimo t¨¦rmino negaron a Washington la legitimidad que hubiera supuesto el apoyo de Naciones Unidas, convirtiendo la guerra de Irak en una apuesta especialmente arriesgada.
Estos errores estrat¨¦gicos siguen erosionando lo poco que queda de la comunidad atl¨¢ntica. Antes de que sea demasiado tarde, Washington debe redescubrir los principios de la contenci¨®n, el multilateralismo y las alianzas. De otro modo, los antiguos aliados se convertir¨¢n en adversarios declarados, y Europa no tendr¨¢ raz¨®n alguna para plantearse trabajar en lo que ser¨ªa su aportaci¨®n a un nuevo pacto.
Por su parte, Europa tiene que redoblar sus esfuerzos por construir una uni¨®n capaz de actuar colectivamente en el escenario internacional. En la actualidad, la Uni¨®n Europea est¨¢ en tierra de nadie. Es demasiado fuerte como para ser el lacayo de EE UU, pero es demasiado d¨¦bil y est¨¢ demasiado dividida como para ser un socio eficaz o un oponente de peso.
Aunque sin duda el debate en torno a Irak ha debilitado la unidad europea, la crisis actual tiene el potencial de convertirse en una coyuntura decisiva. Preservar el v¨ªnculo atl¨¢ntico ha sido uno de los motivos clave que han llevado al Reino Unido, Espa?a y la mayor¨ªa de los pa¨ªses centroeuropeos a ponerse del lado de la Administraci¨®n de Bush. Pero ahora que la alianza atl¨¢ntica est¨¢ agonizando, la Europa atl¨¢ntica ha dejado de ser una opci¨®n.
Francia y Alemania se han dado cuenta de ello, y ¨¦sa es la principal raz¨®n para sentarse a hablar con B¨¦lgica de una cooperaci¨®n m¨¢s profunda en materia de defensa. Los polacos a¨²n tienen que renunciar a su esperanza en una OTAN fuerte, pero s¨®lo pueden hacer caso omiso de la realidad por un tiempo; Varsovia y otras capitales con un estado de opini¨®n similar pronto ver¨¢n que no les queda m¨¢s remedio que conformarse con una UE fuerte. Cuanto antes empiecen los miembros actuales y futuros de la UE a enfrentarse al hecho de que EE UU est¨¢ en proceso de levantar (definitivamente) su campamento europeo, antes empezar¨¢n a prestar su apoyo a una uni¨®n m¨¢s eficiente y m¨¢s colectiva.
La Alianza Atl¨¢ntica yace ahora entre los escombros de Bagdad. Tal vez esta triste realidad haga que los l¨ªderes estadounidenses abran los ojos ante sus errores estrat¨¦gicos, al tiempo que convenza a los l¨ªderes europeos de la necesidad urgente de una uni¨®n m¨¢s profunda.
Si eso sucede, entre las ruinas de Bagdad podr¨ªan yacer tambi¨¦n las semillas de un orden atl¨¢ntico m¨¢s equilibrado y m¨¢s maduro.
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