Irak busca a sus 300.000 desaparecidos
La ca¨ªda de Sadam ha roto un terrible silencio. Los familiares de las v¨ªctimas han perdido el miedo y reivindican a los suyos
En noviembre de 1981, Awatif Hamdani, una estudiante de medicina de 22 a?os, desapareci¨® junto a su marido, Ali Nassir. Awatif estaba embarazada y el 6 de junio de 1982 tuvo una hija en la c¨¢rcel de mujeres de Rashid, en Bagdad. La llam¨® Duaa. Las autoridades entregaron el beb¨¦ a unos parientes y en septiembre de ese a?o Awatif fue ahorcada, un mes despu¨¦s de que a su marido le colgaran en otra c¨¢rcel. Los dos cad¨¢veres fueron devueltos a sus familias para que los enterrasen. Acab¨® siendo un acto piadoso por parte del r¨¦gimen: la confirmaci¨®n de que estaban muertos.
Entre 1979 y 1982, un cat¨¢logo de horrores se ceb¨® con la familia de Awatif y perdur¨® como una maldici¨®n durante a?os. La familia -un pr¨®spero clan de musulmanes chi¨ªes compuesto por doctores, ingenieros y estudiantes- era sospechosa de tener simpat¨ªas proiran¨ªes tras el ascenso de Sadam Husein a la presidencia y el comienzo de la guerra contra Ir¨¢n. Otros ocho familiares de Awatif, incluyendo a su hermano, Rafel, sencillamente desaparecieron arrancados de las aulas, de sus lugares de trabajo y de las calles por agentes de la temida seguridad de Estado.
"Perd¨ª a mi hermano, pero ¨¦se es un precio peque?o por librarse de Sadam"
Las autoridades se negaron a confirmar si estaban vivos o muertos.
La respuesta lleg¨® el pasado s¨¢bado a media tarde: al menos siete de los ocho est¨¢n muertos, ejecutados por el Gobierno. "Tenemos libertad y l¨¢grimas", dijo Adel Salman Kahachi, t¨ªo de Awatif, cuyo hijo, Mazen, desapareci¨® en 1981 cuando estaba en el ¨²ltimo curso de secundaria. Es el ¨²nico de los ocho que todav¨ªa puede estar vivo.
Durante m¨¢s de 20 a?os, esta familia que se debate entre el olvido y la esperanza ha tenido que esperar para contar la verdad y tambi¨¦n para escucharla. Duaa, por ejemplo, nunca supo qu¨¦ suerte corrieron sus padres y, seg¨²n la familia, cree que sus abuelos son sus padres. Ahora, dice Adel, ella debe saber la verdad.
La ca¨ªda de Sadam ha roto un terrible silencio en Irak. Por todo el pa¨ªs, familiares de los desaparecidos hablan de sus seres queridos por primera vez, dejando salir recuerdos de terror y desamparo de cuando un Estado todopoderoso barr¨ªa a sus v¨ªctimas al menor s¨ªntoma de discrepancia y amordazaba a los dem¨¢s.
Cr¨ªticas contra el r¨¦gimen
Mazen Salman Kahachi, hijo de Adel, desapareci¨® junto a la mayor¨ªa de los estudiantes de su curso en noviembre de 1981, despu¨¦s de que uno de ellos escribiera una soflama antigubernamental en la pizarra. De siete de ellos se sabe que fueron ejecutados en los a?os ochenta, pero de los restantes 56 alumnos, incluido Mazen, todav¨ªa no se sabe nada.
Al menos 300.000 personas est¨¢n desaparecidas, seg¨²n grupos de derechos humanos, que temen que esa cifra sea demasiado conservadora. En la lista hay personas asesinadas hace casi 25 a?os y algunas desaparecidas la noche posterior a la llegada de los estadounidenses a Bagdad. "Preguntabas s¨®lo una vez; despu¨¦s te callabas", dijo Akbal Salman Kahachi, cuyo marido, Ali Ibrahim Asadi, desapareci¨® en 1982. "Era demasiado peligroso. Pod¨ªan llevarse a m¨¢s familiares".
En prisiones, cementerios y oficinas del Gobierno, la poblaci¨®n desesperada est¨¢, literalmente, recorri¨¦ndose esta ciudad con palas y falsas esperanzas de descubrir vivo a alg¨²n familiar. Hoy ha sido bajo los puentes de Bagdad. Ayer, en el paso subterr¨¢neo de la autopista. Ma?ana ser¨¢ en cualquier otro sitio. "Ellos podr¨ªan estar sepultados aqu¨ª", se dice, desanimado, Basman Jawad Abas, cerca de la c¨¢rcel de Ab¨² Ghraib, en las afueras de Bagdad, mientras busca a su hermano Kanan, desaparecido en 1985.
"Tenemos que cavar", a?ade, en una habitaci¨®n preparada para las ejecuciones, con celdas aisladas y horcas gemelas. "D¨ªgale a los norteamericanos que vengan con su equipaci¨®n especial". En otra parte de la prisi¨®n, la tierra ofrece a los muertos. Son cinco de ocho hombres detenidos en sus casas el 10 de abril, un d¨ªa despu¨¦s de que las fuerzas estadounidenses entraran en el centro de Bagdad por primera vez.
Dos de los hombres ten¨ªan tel¨¦fonos con los que se comunicaban v¨ªa sat¨¦lite con las fuerzas de la oposici¨®n en el norte del pa¨ªs, seg¨²n relataron sus familiares. El r¨¦gimen de Sadam les descubri¨® en plena retirada, y puede que ellos est¨¦n entre sus ¨²ltimas v¨ªctimas, de acuerdo con el relato del hermano de uno de los muertos. Los cuerpos fueron hallados encapuchados, con las manos atadas a la espalda y con las cabezas atravesadas por balas.
Haid Hassan, de 30 a?os, observa c¨®mo desentierran a sus primos con las caras destrozadas. Su hermano, Mahday, es uno de los tres que todav¨ªa no han aparecido. "Perd¨ª a mi hermano, pero ¨¦se es un precio peque?o por librarse de Sadam", dijo Hassan. "Cr¨¦ame, queremos que nuestros ni?os vivan en libertad. Estamos agradecidos por esta oportunidad. S¨®lo espero que Estados Unidos no sea un invasor m¨¢s".
A unos tres kil¨®metros de distancia, en una zona amurallada del principal cementerio de Bagdad, Laith Mohammed Mustaf¨¢, de 28 a?os, andaba junto a un mont¨®n de sepulturas marcadas s¨®lo con n¨²meros. Est¨¢ buscando la tumba de su hermanastro, Abdul Majid Hamid Salah, un antiguo piloto de las Fuerzas A¨¦reas iraqu¨ªes ejecutado en 1981, acusado de conspirar contra Sadam Husein.
"Ellos se negaron a darnos el cad¨¢ver", dijo Mustaf¨¢. "Y hasta ahora tan siquiera se pod¨ªa venir aqu¨ª a echar un vistazo". "No s¨¦ qu¨¦ n¨²mero es", a?adi¨® mientras examinaba una tumba tras otra.
En el Comit¨¦ para la Libertad de los Prisioneros, un grupo de salvaguarda de los derechos humanos creado aqu¨ª la semana pasada, Younis Hashim Salih, de 69 a?os, entregaba los nombres de sus tres hijos, detenidos en un intervalo de seis semanas en noviembre y diciembre de 1980. Sus hijos ten¨ªan 16, 18 y 20 a?os en el momento de su desaparici¨®n.
"Eran buenos chicos", declar¨® a un periodista con notable orgullo, mientras aguantaba las l¨¢grimas en sus ojos enrojecidos. "Nunca hicieron da?o a nadie", a?adi¨®. Pero el mayor de los tres, Majad, se neg¨® a ingresar en el partido Baaz de Sadam cuando entr¨® en la Universidad, suficiente para convertir a su familia en enemiga de Estado. "Quiero ver a mis hijos antes de morir", dijo Salih. Dud¨® antes de a?adir: "Si est¨¢n muertos, quiero saberlo".
A la entrada de la sede del Comit¨¦, situada en la antigua casa de un socio de Sadam, una muchedumbre desconsolada acude constantemente a entregar los nombres de sus familiares y mira en las listas de archivos policiales y penitenciarios por si figuran en ellas sus seres queridos.
Pero descubrir la verdad de lo que sucedi¨® aqu¨ª bajo la dictadura de Sadam contin¨²a siendo algo ca¨®tico. Documentos oficiales saqueados de las oficinas del Gobierno est¨¢n saliendo a la superficie por toda la ciudad. Los familiares de las v¨ªctimas corren de un lugar a otro en una b¨²squeda sinf¨ªn de informaci¨®n sobre los suyos. Por ahora, ¨¦sta es una ciudad de historias, persecuciones y matanzas contadas espont¨¢neamente por sus habitantes.
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