Palabras y baratijas
(...) Por su obra entera, y de modo muy especial por el uso que de la lengua hace, se ha convertido Cervantes en s¨ªmbolo o hasta encarnaci¨®n de Espa?a. (...) Miguel de Cervantes se alimenta de la memoria y de la escucha, que son la materia del contar; personas y lugares que han herido su alma, para que la de quienes le lean tambi¨¦n quede lacerada por las palabras, y d¨¦ un vuelco; porque del ¨¢nima y sus pasiones trata siempre un narrador de historias, y no de otra cosa; esto es, de la singularidad de cada vida, y su destino. Para remover otras vidas.
El pensamiento renacentista del que Cervantes es hijo impregna su escritura de todos los grandes temas y preguntas del tiempo, y no ciertamente como importados del pensar especulativo y discursivo ajenos y europeos, como ha sido la tendencia a ver las cosas a veces, quiz¨¢ embaucados por la trampa del Pr¨®logo a la Primera Parte del Quijote, sino porque ¨¦l mismo, Cervantes, es un humanista, y lleva en su propio esp¨ªritu todo ese problematismo y sus vivencias, pero expresa todo eso, obviamente, como lo hace un escritor, que es modo bien distinto del especulativo en que se expresar¨¢ Erasmo, pongamos por caso.
(...) De manera que no podemos ofender el lenguaje de Cervantes, declar¨¢ndole por nuestra cuenta dechado y falsilla de la buena prosa, porque baratija ser¨ªa; se trata del lenguaje -armon¨ªa y dulzura, para utilizar otra f¨®rmula frayluisiana-, que hace que vivamos y desesperemos, que nos lacera, o por el que nos llena de alegr¨ªa aquello que leemos y una escritura dice; esto es, realmente una lengua carnal y verdadera, y no una alquimia o juego de palabras.
(...) En la casa levantada con palabras por el se?or Miguel de Cervantes, y ahora mismo, podemos nosotros escuchar esas voces que hablan de nosotros, y de los hombres de cada tiempo, como ocurre siempre con los personajes y las voces de las grandes creaciones literarias, incluso si un tiempo como el nuestro no quiere saber nada de historia, ni de historias de hombre, y el oficio de novelista es una tarea profundamente misteriosa que molesta al mundo moderno, como comprobaba, hace ya cuatro d¨¦cadas, la novelista norteamericana Flannery O'Connor. Pero aqu¨ª, Cervantes nos repite, ahora, no con ninguna clase de autoridad postiza que jam¨¢s tuvo, sino con su antigua palabra susurrada y poderosa, que ¨¦l nunca quiso irse con la corriente del uso. Porque los usos pasan, y van a dar a la mar, derechos a se acabar y consumir, pero los hombres necesitan siempre una gran misericordia y vi¨¢tico de iron¨ªa, para vivir apacible y serenamente, y como hombres, incluso en medio de desazones y tormentas. Y de armar historias, para nuestro conocimiento y consuelo precisamente, se ocupaba el se?or Miguel de Cervantes, en la c¨¢mara de su casa, en su mechinal de posada, o en su ba?o de Argel, o incluso cuando ya la muerte le dio cita y plazo, que no otra cosa es ese castillo de cristal del Persiles, tallado como un diamante oscuro, porque es como un resumen de todos los sue?os y enigmas de los hombres, una callada armon¨ªa de voces y decires, historias de mil vidas que implican otras vidas al decirse, y otros tiempos; y todos los anhelos del vivir desvivi¨¦ndose en ¨ªnsulas extra?as, las de los adentros, en las que aquellas historias se sajan y revelan. Y todo contado con tan suave cuidado y dolorido sentir, tanta misericordia, en una lengua antigua y tan sin tiempo, (...) como candelas para luz del alma, que eran a las que volv¨ªa sus ojos don Quijote, a la hora de morir, queriendo entonces hacerse caballero de una Caballer¨ªa perdurable.
Hay en ese sue?o, que es el Persiles, un tal atendimiento a la precisi¨®n y armon¨ªa de la lengua, en efecto, que ciertamente ah¨ª se a¨²nan el esp¨ªritu de fineza y el de geometr¨ªa, de los que hablaba Pascal.
(...) Cervantes sabe, y lo muestra, que todo es nada, s¨®lo niebla y humo, y que tambi¨¦n el escribir lo es. Qoh¨¦let ya lo hab¨ªa avisado m¨¢s de dos mil a?os antes, pero tambi¨¦n que no se dejar¨ªan de escribir libros, porque, al fin, el mundo y el rostro de los hombres y los libros humo son, pero tambi¨¦n gloria y alegr¨ªa, y hay que desposar y vivir ¨¦stos, antes de bajar a lo oscuro, amparados a la luz del alma. Y esto es caer en la cuenta de que se tiene una, como el se?or Miguel dec¨ªa, seg¨²n apunt¨¦ m¨¢s arriba, y de que ¨¦sta est¨¢ siempre inquieta por la verdad y la hermosura.
Las grandes horas de Espa?a, como las de cualquier civilizaci¨®n y empresa del esp¨ªritu, siempre de la corriente del uso se separan y desgajan. De la tensi¨®n y entrecruce de pensares, sentires y vivires, de la Espa?a de las tres leyes -¨²nica en Europa-, y de la de la interior aventura de los conversos -que es un hecho mayor en la cultura europea, porque ah¨ª nace la conciencia no del yo cartesiano, sino del yo existencial y vividero-, se origina el m¨¢s alto esplendor de nuestra hermosura literaria, en toda la enorme provincia misma de la Hispanidad.
Deseo, para Espa?a y su cultura, que, abiertas y entrecruzadas con los sentires y saberes del mundo entero, porque el solipsismo cultural es un puro sinsentido, sigan estando en su ser mismo, y que all¨ª donde est¨¦n ellas, est¨¦ el centro, como, en la gloriosa discusi¨®n sobre qui¨¦n presidir¨ªa la mesa, dijo don Quijote a Sancho en casa de los duques; y no a tontas ni a locas precisamente, sino sabiendo. No a baratija, sino a ¨¢nima, como yo quisiera haber perge?ado un apunte o silueta, aqu¨ª, ante ustedes y en la presencia de los Reyes de Espa?a, acerca del se?or Miguel de Cervantes, de nuestra lengua, y de quienes en el ancho mundo la hablan, o la entienden, y la aman. (...).
Extracto del discurso pronunciado por Jos¨¦ Jim¨¦nez Lozano
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