Cuando las paredes hablan
Los ciudadanos que estos d¨ªas pasen por delante del Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona (CCCB) se arriesgan a tener una experiencia extra?a cuando no directamente perturbadora. Yo, por lo menos, que siempre he tenido serios motivos para pensar que estoy cosida a mi salud mental por la punta de las pesta?as, me llev¨¦ un buen sobresalto.
La cosa fue como sigue: andaba yo hundida hasta el cogote en las absorbentes necedades que solemos llamar vida interior cuando, de repente, al pasar junto a la fachada del CCCB, empec¨¦ a o¨ªr voces. Eran voces confusas y un tanto fantasmag¨®ricas, cercanas y al mismo tiempo lejanas, tan misteriosas y sutiles como si de psicofon¨ªas grabadas en una mansi¨®n abandonada se tratara, aunque en algunos momentos suger¨ªan las conversaciones de un consejo de administraci¨®n. Lo primero que pens¨¦ fue: "Ya est¨¢, oigo voces, he perdido la chaveta. Eso me pasa por despotricar de Virginia Woolf y denostar Las horas, ese bodrio execrable e infinitamente pretencioso. Dios me ha castigado por vituperar a esa gran mujer y ahora estoy peor que ella". Me hallaba ya a punto de poner rumbo a la playa para administrarme el tratamiento de choque antivoces patentado por la Woolf (a saber: adentrarse en el mar con una piedra en el bolsillo) cuando, afortunadamente, las voces enmudecieron y en su lugar se oy¨® el ruido de unos pasos. Pasos de hombre con zapatos de piel bastante nuevos, de esos que emiten un crujidito inquietante, como en las pel¨ªculas de terror o de intriga. Pasos que se acercaban, se alejaban y evocaban largos e intrincados pasillos, y despachos con mesas cubiertas de in¨²tiles legajos.
Una instalaci¨®n sonora en el CCCB invita a percibir sonidos diferentes a los ruidos diarios con que esta ciudad nos da la matraca
Fue entonces cuando levant¨¦ la cabeza y descubr¨ª que las voces proced¨ªan de una serie de altavoces diseminados a lo largo y ancho de la fachada del CCCB. Respir¨¦ aliviada e inspeccion¨¦ el lugar, para averiguar el nombre del autor de esta curiosa instalaci¨®n. Me cost¨® un poco situarme. Las ¨²nicas pistas eran una especie de peana redonda en el suelo donde se ve¨ªa una oreja. Y junto a la puerta del centro, un panel de dimensiones discretas que pod¨ªa pasar perfectamente desapercibido y donde se informaba de forma somera, y como quien no quiere la cosa, de que la instalaci¨®n sonora era la obra de un equipo multidisciplinar de personas procedentes de campos distintos (arquitectura, filosof¨ªa, musicolog¨ªa, electroac¨²stica, arte) capitaneadas por ?lex Arteaga, artista sonoro y profesor de la Universit?t der K¨¹nste de Berl¨ªn.
Entr¨¦ al CCCB y al ver que no hab¨ªa m¨¢s informaci¨®n que el sucinto texto del panel decid¨ª apostarme all¨ª un rato para espiar las reacciones de los desprevenidos transe¨²ntes. Mis motivos eran innobles, lo confieso, porque en aquel momento la idea de escribir una cr¨®nica ni siquiera me hab¨ªa pasado a¨²n por la cabeza y lo ¨²nico que pretend¨ªa era re¨ªrme un poco de las rid¨ªculas caras de susto y pasmo que, de eso estaba segura, pondr¨ªa el amado pr¨®jimo al o¨ªr las voces. Y la verdad es que me llev¨¦ un buen chasco. ?Me creer¨¢n si les digo que la mayor parte de los espec¨ªmenes observados pasaban tranquilamente de largo sin detectar nada especialmente an¨®malo? Me qued¨¦ at¨®nita. Es cierto que unos estaban hablando por el m¨®vil, que otros pasaban por all¨ª en pareja o en grupo, creando con sus propias conversaciones un escudo sonoro que les imped¨ªa o¨ªr las voces, y otros m¨¢s iban escuchando m¨²sica con el walkman o el discman. Tambi¨¦n es cierto que hay que pasar relativamente pegado a las paredes para percibir las voces con cierta claridad. Y que, aunque uno pase lo bastante pegado, si en ese momento circulan por all¨ª coches o camiones o se pone a rugir alguna taladradora en las obras de la futura Facultad de Historia, no se entera uno de nada. De todos modos, muchas de las personas observadas iban solas, no hablaban por el m¨®vil, caminaban lo bastante cerca de los muros del CCCB como para que alguna de las voces se les colara entre los pensamientos y, pese a que ni coches ni taladradoras ni hormigoneras ni alba?iles repiqueteando perturbaron su tr¨¢nsito, se alejaron de all¨ª sin haber advertido nada extra?o. ?Acaso los habitantes de esta ciudad estamos medio sordos? ?Se est¨¢ cargando nuestra sensibilidad auditiva la insoportable contaminaci¨®n sonora que aguantamos d¨ªa tras d¨ªa? Y no me refiero a los ruidos de los bares nocturnos, sino a los ruidos diurnos y honorables con que esta ciudad nos da la matraca: coches, camiones, bocinas desatadas, taladradoras, edificios en construcci¨®n, en destrucci¨®n o en rehabilitaci¨®n, etc¨¦tera.
En cualquier caso, entre una cosa y otra, la instalaci¨®n (que seguir¨¢ poniendo nebulosas voces en la fachada del CCCB hasta el pr¨®ximo domingo 27 de abril) resultaba cada vez m¨¢s misteriosa y sugerente. Al fin y al cabo, me dije, si todos los transe¨²ntes se dieran cuenta de que sucede algo raro, su propia actitud alertar¨ªa a los que se acercan y la sorpresa y el inter¨¦s del asunto ser¨ªan menores. Cuando llego a casa, cojo el tel¨¦fono y me entero de que la singular obra colectiva fue realizada como trabajo final de los alumnos del curso Art Sonor i Espai, impartido por ?lex Arteaga semanas atr¨¢s por segundo a?o consecutivo. El a?o pasado, por cierto, el trabajo final consisti¨® en una intervenci¨®n en la rampa del CCCB, de modo que quien se hallaba en ella o¨ªa ruido de monopatines (y muchos debieron de apartarse alarmados, pensando que iban a ser embestidos de un momento a otro). En fin, ya lo saben: si antes del domingo se aventuran por esos andurriales y ven a alguien que sonr¨ªe beat¨ªficamente de oreja a oreja mientras aguza los o¨ªdos, sepan que no es un loco. Al contrario, acaba de descubrir con indescriptible alivio que las voces que oye... ?est¨¢n fuera!
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