Camp Bucca, el Guant¨¢namo de Irak
6.500 prisioneros se hacinan en un campo en el que el Escal¨®n M¨¦dico Avanzado del Ej¨¦rcito presta toda la ayuda que puede
Por la noche, desde el puerto de Um Qasr, s¨®lo un resplandor en el horizonte rasga el espeso manto de oscuridad que cubre todo el sur de Irak. En la distancia, sus potentes focos sugieren la presencia de un estadio de f¨²tbol o una autopista. Pero este dispendio de luz en un pa¨ªs en el que hasta los hospitales carecen de energ¨ªa el¨¦ctrica est¨¢ reservado al campo de prisioneros donde se concentran los restos humanos del otrora poderoso Ej¨¦rcito de Sadam Husein.
M¨¢s de 6.500 hombres se hacinan en un centenar de tiendas de campa?a alineadas en medio del desierto y rodeadas de alambradas, alrededor de lo que antes de la guerra era una estaci¨®n de televisi¨®n. Aunque a¨²n no ha comenzado mayo, las temperaturas rondan ya los 40? al mediod¨ªa y cuando se levantan tormentas de arena no hay forma de evitar que ¨¦sta se incruste en la piel y los ojos.
La semana pasada, un soldado estadounidense mat¨® a un prisionero de un disparo
"Me gustar¨ªa poder operar sin moscas", dice el teniente coronel Jos¨¦ Luis Fern¨¢ndez
El teniente coronel Roy Shere advierte severamente a los periodistas sobre la prohibici¨®n de tomar im¨¢genes de los presos. La Convenci¨®n de Ginebra, recuerda, protege su intimidad frente a los medios de comunicaci¨®n. Al parecer, esta protecci¨®n es compatible con la forma de las letrinas: unas cabinas de madera levantadas en plena explanada donde hay que hacer las necesidades en cuclillas a medio metro del suelo sin puerta ni cortina que resguarde de miradas ajenas.
"El clima pol¨ªtico no afecta al cuidado que reciben los prisioneros de guerra", dice el folleto informativo distribuido a la prensa. Sin embargo, el campo ha sido bautizado como Bucca, en recuerdo de uno de los bomberos muertos en el atentado contra las Torres Gemelas y es dif¨ªcil no pensar que los 1.800 soldados de la 800 Brigada de Polic¨ªa Militar, con base en Nueva York, han venido a Irak creyendo luchar contra quienes les atacaron el 11-S de 2001. En una esquina del campo, junto a otros elementos peligrosos, hay varios sospechosos de pertenecer a la red Al Qaeda, asegura Shere sin ofrecer m¨¢s detalles.
Tambi¨¦n su superior, el coronel Alain Ecke, es bombero en la vida civil, lo que compatibiliza con una larga experiencia en la gesti¨®n de campos de prisioneros y, aunque asegura no haber estado en Guant¨¢namo, sostiene que las condiciones de Camp Bucca no tienen nada que ver con las de aqu¨¦l. "Somos inspeccionados por el Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja y podemos decir con orgullo que estamos entre los pa¨ªses con fama no s¨®lo de cumplir sus regulaciones sino de superar sus est¨¢ndares", reza el folleto informativo.
El teniente coronel Jos¨¦ Luis Fern¨¢ndez, uno de los m¨¦dicos espa?oles que trabaja en el hospital de campa?a instalado dentro de Camp Bucca, nunca hab¨ªa estado antes en un campo de prisioneros, pero sostiene que las condiciones de vida son aqu¨ª "muy duras". Debido a la falta de higiene, "cualquier herida hay que darla de entrada por infectada", argumenta. "Y aunque me gustar¨ªa poder operar sin moscas, tengo que adaptarme a lo que hay", agrega, dando manotazos para apartar los insectos de la mesa del quir¨®fano. Cuando se le explica que, seg¨²n los responsables del campo, los presos disponen de agua para ducharse, sonr¨ªe: "Ser¨ªa raro. Ni siquiera los militares americanos pueden hacerlo".
La mayor¨ªa de los presos van descalzos y eso hace que, en la semana que lleva el Escal¨®n M¨¦dico Avanzado del Ej¨¦rcito de Tierra (Emat) en el campo, haya tenido que atender tres mordeduras de v¨ªbora, una de ellas moral, y un par de picaduras diarias de escorpi¨®n. El capit¨¢n enfermero Cayetano Herrera nunca hab¨ªa visto una tuberculosis tan avanzada como la que revel¨® la radiograf¨ªa de un interno. En Espa?a, hubiera requerido un largo tratamiento. Aqu¨ª, la posibilidad de curaci¨®n es nula.
La salud de los presos est¨¢ en manos de la habilidad y esfuerzo de los m¨¦dicos espa?oles. No hay ning¨²n centro sanitario al que evacuar los casos m¨¢s graves. Ni siquiera el hospital del buque espa?ol Galicia, atracado en el puerto de Um Qasr, que por razones de seguridad tiene prohibido tratar prisioneros de guerra. En el hospital de campa?a del campo de prisioneros, un soldado armado monta guardia al pie de la cama de los pacientes. Hasta ahora, ninguno ha intentado escaparse. "Si lo hicieran, nos ver¨ªamos en una situaci¨®n muy comprometida", reconoce el capit¨¢n Herrera.
Los estadounidenses tienen menos escr¨²pulos. El coronel Ecke se enorgullece de haber frustrado varios intentos de fuga. Y asegura que la situaci¨®n est¨¢ controlada, aunque los internos se peleen a veces entre ellos por la comida o las s¨¢banas, que en teor¨ªa no les faltan.
La semana pasada, un soldado estadounidense mat¨® a un prisionero de un disparo. Seg¨²n la versi¨®n oficial, agredi¨® a un vigilante con un pedazo de ca?er¨ªa. Ning¨²n militar fue curado de las supuestas contusiones en el hospital espa?ol. Los facultativos s¨®lo pudieron certificar el fallecimiento del iraqu¨ª de un disparo de bala con orificio de entrada por la espalda y salida por el t¨®rax, y despu¨¦s de 15 minutos de tratar de reanimarle. Como siempre, se limitaron a cumplir con su trabajo sin hacer preguntas. "Nosotros estamos en misi¨®n de ayuda humanitaria, pero ellos est¨¢n en guerra", alega el teniente coronel Alfredo Villar.
Cuando se declare el fin de la guerra, todos los prisioneros deber¨ªan ser puestos en libertad, salvo aquellos a los que se pueda imputar alg¨²n crimen. De hecho, las liberaciones ya han comenzado, aunque a¨²n con cuentagotas, y se compensan con nuevos ingresos. Casi un centenar de prisioneros lleg¨® ayer procedente del norte de Irak, media docena de ellos esposados a bordo de un helic¨®ptero Chinook. Lo primero que hicieron tras su ingreso fue pasar por el centro de clasificaci¨®n donde, tras someterse a un reconocimiento m¨¦dico y recibir una bolsa con una manta y ¨²tiles de aseo, fueron interrogados por expertos de inteligencia, con objeto de determinar si pertenec¨ªan al partido Baaz o a alguna de las unidades de ¨¦lite del Ej¨¦rcito iraqu¨ª y cu¨¢l era su empleo o grado de responsabilidad.
Del veredicto de esta especie de tribunal militar, compuesto por brit¨¢nicos y estadounidenses, depender¨¢ su suerte por largo tiempo ya que, como reconoce el coronel Ecke, no se sabe qui¨¦n ni cu¨¢ndo los juzgar¨¢. Mientras tanto, seguir¨¢n aguardando en Camp Bucca, en medio del desierto, bajo los cuidados de los m¨¦dicos espa?oles, que se sienten orgullosos de atenderles pero, como los propios prisioneros, preferir¨ªan hacerlo lejos de este infierno.
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