L¨¢grimas de provincia
Casi todas las noticias y comentarios que produce Catalu?a en los ¨²ltimos tiempos parecen remitirnos a la misma imagen: la de una casa que fue bella y elegante y pr¨®spera pero que, siendo todav¨ªa bella, decae hasta tal punto a causa de la desidia, la impotencia o la incapacidad de sus propietarios, que debe ser alquilada y reconvertida en balneario de lujo. Se anuncia una nueva Decad¨¨ncia, parecida a la que se inici¨® en el siglo XV: la que convirti¨® a la Catalu?a soberana y confederada en una provincia del virrey, con su burgues¨ªa empobrecida, su aristocracia absentista y una lengua que, habiendo incorporado precozmente los grandes hallazgos del humanismo, se empobreci¨® hasta convertirse en un patois.
El Bar?a es la sin¨¦cdoque de la Catalu?a que flirtea con la segunda divisi¨®n, acomplejada por la imparable apoteosis madrile?a
En las tertulias p¨²blicas y privadas, todo el mundo pensante se muestra desolado. Catalu?a parece encerrada en su propio juguete. Cansancio pol¨ªtico, desconcierto estrat¨¦gico, regresi¨®n cultural, obsolescencia infraestructural, p¨¦rdida de peso espec¨ªfico en Espa?a y peso nulo en Europa. Sin rumbo claro, venido a menos, el pa¨ªs parece estar reconvirti¨¦ndose en casa de reposo. Los que han avalado la larga gobernaci¨®n de Jordi Pujol acusan de esta decadencia al uniformismo, vicio incurable de la matriz castellana de lo espa?ol. Pujol mismo, finalmente liberado del tremendo cors¨¦ aznariano, ha vuelto por donde sol¨ªa y describe ahora con cierto dramatismo los "reflejos centralistas" de la Espa?a gobernante, principio del virus de esta neumon¨ªa catalana. En cambio, los que siempre han criticado el pujolismo ampl¨ªan su mirada severa y lanzan sus dardos contra toda la clase pol¨ªtica catalana. Se recuerda que socialistas y ecosocialistas han estado gobernando los principales ayuntamientos durante largu¨ªsimo tiempo. Se describe la pol¨ªtica catalana como una especie de lodazal ag¨®nico y grotesco, con vetustos opositores disimul¨¢ndose las verg¨¹enzas y entra?ables socios de toda la vida aporre¨¢ndose en un juzgado por un lugar en la lista.
Este panorama nos remite, naturalmente, al Bar?a, cuya insondable crisis con insufribles cap¨ªtulos esperp¨¦nticos y lacrimales exhibiciones de ineptitud reflejar¨ªa la decadencia catalana. De la misma manera que una rama describe el ¨¢rbol al que pertenece, el Bar?a ser¨ªa la sin¨¦cdoque de la Catalu?a que flirtea con la segunda divisi¨®n, acomplejada por la imparable apoteosis madrile?a. Hemos visto, en efecto, c¨®mo se arruinaba el que durante a?os dec¨ªa ser el club m¨¢s rico de Espa?a y uno de los m¨¢s pr¨®speros de Europa; y as¨ª aparece ahora Catalu?a: menospreciada ejemplarmente por Francia, que aplaza ad kalendas graecas la construcci¨®n del AVE hasta la frontera hisp¨¢nico-catalana. Hemos visto c¨®mo los dirigentes del club cantaban sin cesar la ¨®pera de las almejas, c¨®mo dilapidaban el patrimonio, demonizaban a la oposici¨®n, provocaban el pleito fratricida del cruyffismo y, de fracaso en fracaso, encaminaban el club hacia el abismo sin que nadie pudiera o supiera hacer nada para evitarlo: la analog¨ªa con la partitura del pujolismo parece fuera de toda duda, sobre todo si tenemos presente este rid¨ªculo detalle simb¨®lico que obscenamente se agita en pleno naufragio: negarse, en un contexto de ruina, a aceptar la publicidad en la camiseta en nombre de unos colores inmancillables es un bufonesco apego a la ret¨®rica sentimental que describe de manera muy expresiva el uso y el abuso del sentimentalismo patri¨®tico en la Catalu?a contempor¨¢nea. Perdido por completo el sentido de la realidad, nuestras grandes preocupaciones siempre son ret¨®ricas. Los papeles se han invertido. Este Bar?a sin¨¦cdoque de Catalu?a que, en plena ruina, se niega a aceptar el dinero de la publicidad para salvar la honra se parece mucho al fam¨¦lico hidalgo castellano que relata el Lazarillo de Tormes: no tiene bocado que ponerse en boca, pero, en lugar de trabajar, pasea por las calles exhibiendo en su pecho unas visibles migas de pan con que falsificar su estado.
Naturalmente, las causas de nuestra p¨¦rdida de rumbo son m¨²ltiples. La fundamental es el cambio positiv¨ªsimo que ha vivido la Espa?a contempor¨¢nea, que nada tiene que ver ya con la de la pandereta, los militares y los bur¨®cratas madrile?os. Tomar conciencia de este cambio y reflexionar sobre el papel que Catalu?a podr¨ªa tener en este nuevo contexto es la necesidad m¨¢s perentoria. Aunque la nube de ret¨®rica rom¨¢ntica que todo lo envuelve va a ser sin duda el gran obst¨¢culo. Sin embargo, m¨¢s all¨¢ del solitario vicio de la ret¨®rica sentimental y m¨¢s all¨¢ de la falta de rumbo y perspectivas, el gran problema de la sociedad catalana actual es, a mi parecer, uno que casi nadie pone sobre la mesa. Me refiero a la endogamia catalana, visible en instituciones, partidos y empresas de todo tipo y color. La endogamia y su efecto m¨¢s perverso: la imposibilidad de la meritocracia. Tambi¨¦n el Bar?a ha cultivado este problema. Durante d¨¦cadas ha funcionado fant¨¢sticamente como horno crematorio: quemando a un n¨²mero colosal de jugadores de la cantera y dilapidando un no menos colosal n¨²mero de fichajes. Algo muy parecido sucede con las j¨®venes generaciones de excelente preparaci¨®n, que no encuentran posibilidades para desarrollar sus capacidades, frenadas por una Administraci¨®n catalana y municipal relativamente nueva en t¨¦rminos hist¨®ricos, pero tan herm¨¦tica, politizada e inmovilista como la vetusta Administraci¨®n espa?ola; y frenadas sus capacidades tambi¨¦n por una sociedad civil muy poco permeable, muy mediterr¨¢nea, en la que el m¨¦rito cuenta mucho menos que la familiaridad. Un pa¨ªs tan fr¨¢gil como el nuestro no puede permitirse el lujo de estrangular el paso de los j¨®venes, de imponer siempre la misma consanguinidad elitista en la direcci¨®n de empresas y recursos, ni puede seguir guardando en la nevera a los bisnietos de la inmigraci¨®n andaluza. Demoler la muralla endog¨¢mica es condici¨®n sin la cual no va a ser posible afrontar el futuro, aunque el futuro llegue en su versi¨®n m¨¢s pesimista: la que puede obligar a reconvertir el gran motor industrial y cultural peninsular en un balneario europeo.
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