Sevilla, fulgor y temblor
Ser sevillano corriente es una de las empresas m¨¢s dif¨ªciles de este mundo. Pues no habr¨¢ condici¨®n m¨¢s escurridiza, m¨¢s peligrosa, para quien no comulga con los sagrados misterios de esta ciudad. Cuando ya crees que la conoces, se te niega de pronto. Cuando consideras que, por fin, la tienes al alcance de tu mano, se diluye en sombras imprevistas o en destellos que ciegan, se escamotea entre los brazos de una muchacha que baila, su sonrisa como un p¨¢jaro fugaz, o en la media ver¨®nica de un torero inolvidable. Hasta en los rezos oscuros de una santa de los pobres hay algo que enerva, que lo hace todo un poco m¨¢s incomprensible. Y t¨² te quedas como un bobo, admirado de esa "gracia" que dicen y que nunca ser¨¢ tuya. Pero te roza, te sacude y te exalta, te divierte o te indigna. Sevilla, fulgor de fiesta y temblor de ritos.
El cat¨¢logo de las se?as de identidad del sevillano "aut¨¦ntico" es, sin embargo, concreto, por m¨¢s que inabarcable para la mayor¨ªa. Tendr¨¢ aqu¨¦l un palco en la Semana Santa, una caseta en la Feria, un carn¨¦ en el estadio, verde o colorado, una medalla en las marismas del pecho, o en el salpicadero del coche, una t¨²nica de nazareno -mejor dos-, y un sitio de rumbo en la Maestranza. La sublimaci¨®n del sevillano aut¨¦ntico ha de a?adir: un buen puesto en la cofrad¨ªa, la insignia de alguna rancia Academia, un tronco de caballos para tamborilear en los adoquines del ferial, la condici¨®n de pregonero florido de Semana Santa -o candidato a serlo en los pr¨®ximos diez a?os-, rey mago del Ateneo (o candidato en periodo similar)... Se estima hacen falta un m¨ªnimo de tres de aquellas posesiones para la verdadera condici¨®n de sevillano. Y que con m¨¢s de media docena, deber¨ªan hacerte hijo predilecto, salvo que te afecte la com¨²n injusticia de los hombres. Tambi¨¦n a c¨¢lculo, el conjunto de esos gozosos ciudadanos pueden ser los 50.000 nazarenos, m¨¢s otros tantos poseedores de la alegr¨ªa balomp¨¦dica, m¨¢s por el estilo de los que "casetean" en abril. Total, 150.000. ?Pero y los otros? ?Qu¨¦ pasa con el medio mill¨®n largo que falta en esa cuenta, los que van a la feria a divertir las calles, y en Semana Santa a darle consistencia al gent¨ªo? Una perversa leyenda asegura que esos sevillanos "est¨¢n", pero no "son". Tal vez deber¨ªan darse de baja.
A veces hay que preguntarse: ?pero es ¨¦sta la misma ciudad que figura en la historia como puerto de Indias, capital del mundo y cobijo de dos grandes Exposiciones en el siglo XX? No puede ser. ?sa tiene que ser otra. La "aut¨¦ntica" Sevilla, no nos enga?emos, es la del ombligo barroco, relumbr¨®n de oro y plata de Am¨¦rica en los pasos del Cristo y de la Virgen, martillo de herejes, c¨¢rcel de Cervantes y de Olavide, patria chica de Machado, de Vel¨¢zquez, de B¨¦cquer, de Turina, expulsora de Blanco White, de Cernuda, campo de experimentaci¨®n y de sangre para los sublevados de Franco. La otra es como un espejismo que de vez en cuando relampaguea en la memoria. Pero que esconde la realidad de un pueblo, el buen pueblo de Sevilla, que, a pesar de todo, se divierte y se r¨ªe de los sevillanos "aut¨¦nticos".
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