Vald¨¦s en la retina
No s¨¦ si han tenido noticia ustedes del nuevo talento de las artes pl¨¢sticas descubierto recientemente en el contexto de una prestigiosa exposici¨®n en ?rhus (Dinamarca). Es alguien con gran "instinto po¨¦tico", en palabras del jurado calificador, y de una "sensibilidad inusual que muestra la angustia y frustraci¨®n de la sociedad" actual. Lo extraordinario del caso, sin embargo, es que el genio tiene un a?o, y su obra es el resultado de haber ensuciado con pinturas la s¨¢bana de su cuna (luego enmarcada y presentada a la exposici¨®n, para escarnio del jurado, por el padre de la criatura). La cosa no acaba ah¨ª. Advertido el jurado de la broma, decidi¨® a pesar de ello mantener el premio. El esc¨¢ndalo, cuentan, ha sido notable en el mundo del arte dan¨¦s.
No me negar¨¢n que no hay un punto de genialidad en el asunto. No en la criatura, la pobre, sino en su padre, al poner en solfa a todo ese mundo de gur¨²s del arte, de cr¨ªticos y expertos, que nos dejan perplejos con sus juicios y elecciones. Pone el dedo precisamente en la llaga del llamado arte de las post-vanguardias. ?Es arte, pongamos, miles de macarrones curvos pegados sobre una cisterna? ?Somos analfabetos pl¨¢sticos o eso no pasa de ser un asqueroso trabajo escolar? En fin, ya me entienden, ese asunto que es motivo de comentarios permanentes: "Eso lo hubiera pintado mi hijo". Recuerdo a¨²n una exposici¨®n de Warhol y Basquiat en el Reina Sof¨ªa que bien pod¨ªa haberse reciclado con el material de desecho de una f¨¢brica de sacos.
?D¨®nde empieza y termina el arte? Pregunta peliaguda. Para F¨¦lix de Az¨²a, no hay Arte, todo es un subterfugio; es tiempo ya (o es el tiempo) de librarnos de la ficci¨®n de que hay (o hubo) dioses y Arte, dice. Tambi¨¦n el historiador del arte E.H. Gombrich arranca su popular libro con la frase: "No existe, realmente, el Arte". Pero, para Gombrich, no todo ha sido un subterfugio, existen obras excelsas. Y, en general, dependen de convenciones que cambian con las ¨¦pocas. Seg¨²n ¨¦l, hubo dos momentos de elevaci¨®n, el periodo cl¨¢sico y el Renacimiento. Porque se deber¨ªa hablar de arte ante algo tan superlativamente bien hecho y con tanta maestr¨ªa que nos olvidamos de preguntar qu¨¦ es de tanto que lo admiramos y nos emociona. Considera, sin embargo, que es una frivolidad enviar un urinario a una exposici¨®n (Duchamp), y no gusta de Sch?nberg por emplear ¨¦ste un lenguaje musical ajeno al p¨²blico. Gombrich es tremendamente cr¨ªtico, en general, con todo lo hecho en el siglo XX, desde las vanguardias para aqu¨ª. Maestr¨ªa y comunicaci¨®n excelsa ser¨ªan componentes imprescindibles del arte.
Creo que la clave est¨¢ en evitar enunciados (Arte, dioses) y poder dar a cambio hechos concretos y exactos, cosas y situaciones que nos emocionan y admiramos.
Ah¨ª va uno: Manolo Vald¨¦s (que estos d¨ªas donaba una de sus meninas al Museo Guggenheim). No es, sin embargo, en la escultura (g¨¦nero al que pertenece ¨¦sta y otras meninas) donde Vald¨¦s tiene sus mejores realizaciones. Tampoco en su pasado pop con el Equipo Cr¨®nica. Es al adentrarse en sus grandes paneles y arpilleras pict¨®ricas, llenos de luz, texturas, relieve y colores primarios (que en su factura recuerda en ocasiones al neoexpresionismo alem¨¢n y al primer informalismo del propio Manolo Vald¨¦s), donde el creador alcanza su cima art¨ªstica. Ah¨ª, y tambi¨¦n en sus matizad¨ªsimas librer¨ªas en varias maderas, entre el alto relieve y la escultura. Su argumento es precisamente cr¨ªtico con la posmodernidad del todo vale. Es la defensa de la visualidad y de la pintura, de la composici¨®n y de la sutileza en los colores y las texturas, es el elogio de la maestr¨ªa y del buen oficio.
Se le pudo admirar recientemente en el Guggenheim. Ya no est¨¢. Pero si tienen ustedes ocasi¨®n de encontr¨¢rselo en Nueva York, Tetu¨¢n o Guadalajara, disfr¨²telo. Porque de eso se trata. Y dejemos de lado los enunciados del Arte: no nos sirven, son simplemente un engorro.
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