Miguel Delibes en el recuerdo y en el presente
El a?o 1960 inici¨® sus actividades la editorial Lumen, una min¨²scula empresa familiar que llevar¨ªamos mi padre, mi hermano ?scar y yo. Mi padre era m¨¦dico, ?scar ten¨ªa 19 a?os y estudiaba arquitectura, yo ten¨ªa 23 y hab¨ªa terminado letras. Ninguno de los tres hab¨ªa pensado jam¨¢s en ser editor ni ten¨ªa la m¨¢s remota idea de lo que nos tra¨ªamos entre manos. A ra¨ªz de un libro que nos propuso Ana Mar¨ªa Matute -o mejor, su marido de entonces, Ram¨®n Eugenio de Goicoechea, que era quien tomaba iniciativas y decisiones-, Libro de juegos para los ni?os de los otros, con fotos de Jaime Buesa, se nos ocurri¨® una colecci¨®n, Palabra e Imagen, donde un fot¨®grafo y un escritor trabajar¨ªan en torno a un mismo tema. La participaci¨®n del fot¨®grafo deb¨ªa ser tan importante como la del escritor -no se trataba de ilustrar un texto-, y reivindic¨¢bamos -supongo que ?scar m¨¢s que yo- que la fotograf¨ªa era un arte tan de primer orden como la literatura.
Fue ?ngeles, su mujer, quien prometi¨® enviarme el original. "Lo utilizamos para cualquier cosa, para envolver la merienda de los ni?os", dijo
"El campo es una de las pocas oportunidades que a¨²n restan para huir", escribe Delibes en una carta
Su propuesta de publicar un libro sobre la caza de la perdiz me dej¨® helada, porque la caza como deporte suscita todas mis antipat¨ªas
Me puse en contacto con un mont¨®n de autores -casi todos aceptaron la propuesta, aunque unas se llevaron a cabo y otras no-, y entre los primeros a quienes escrib¨ª figuraba Miguel Delibes. Contest¨® enseguida, diciendo que en principio le gustaba la idea, y sugiriendo como tema la caza de la perdiz, la caza de la perdiz roja, que, aparte de apetecerle, tendr¨ªa posibilidades de venta. El bueno de Delibes -preocupado aquellos a?os por la propia situaci¨®n econ¨®mica, pero preocupado como siempre por los dem¨¢s- intentaba sin duda proteger a aquellos jovenzuelos inexpertos e insensatos. Aunque yo conoc¨ªa las aficiones cineg¨¦ticas de Miguel, la propuesta me dej¨® helada, porque la caza como deporte, no como medio de subsistencia, suscita todas mis antipat¨ªas y reparos, y por m¨¢s que hayamos hablado en m¨²ltiples ocasiones de ella y que lo haya vuelto a plantear en el cuestionario que acompa?a estas l¨ªneas, no logro compaginarla con el amor de Delibes por la naturaleza y con su delicada y fin¨ªsima sensibilidad. De todos modos, la idea fue adelante. Y a Valladolid viajamos a menudo, a veces en un traqueteante dos caballos, ?scar, Oriol Maspons, que realizar¨ªa las im¨¢genes, y yo. (Aunque le satisfizo el resultado final, Delibes no las ten¨ªa todas consigo con las fotograf¨ªas. "Tengo un poco de miedo a Oriol. Acepto que el libro no sea s¨®lo para cazadores, pero que tenga en cuenta que de ning¨²n modo debe ser s¨®lo para fot¨®grafos... Hay fotos estupendas, pero me temo que se nos vaya un poco por el virtuosismo abstracto de las plumas de perdiz").
Lo cierto es que entre Miguel, su mujer ?ngeles y yo surgi¨® instant¨¢nea la amistad. Eran muy buena gente, eran cari?osos, eran hospitalarios, eran encantadores. El ocasional pesimismo de ¨¦l, su tendencia a la nostalgia, su excesiva preocupaci¨®n por tantas cosas, quedaban compensados por la vitalidad, el optimismo, el buen humor de ?ngeles. Parec¨ªa una de estas mujeres que, si el mundo por accidente se paraba, lo pondr¨ªa de nuevo en marcha (que la muerte la parara tempranamente a ella fue un contrasentido, un desprop¨®sito). Nunca se mostraba a mis ojos tan profundo el cari?o por su amada ?ngeles, tan entra?able su ternura, como cuando se re¨ªa de sus obsesiones y de sus man¨ªas, se burlaba de sus miedos, banalizaba sus ansiedades. Se ri¨® de su disgusto cuando le rechazamos un libro de dibujos ("en el fondo hubiera querido ser dibujante, es un dibujante frustrado", dijo; "?qu¨¦ gran libro os hab¨¦is perdido!", dijo ¨¦l). Fue ?ngeles quien prometi¨® que me enviar¨ªan, caso de encontrarlo ("lo utilizamos para cualquier cosa, para envolver la merienda que llevan los ni?os al colegio"), el original escrito a mano -Delibes escribe a mano, tambi¨¦n la casi totalidad de la correspondencia, en una letra que se ha hecho paulatinamente m¨¢s enrevesada y es ahora dif¨ªcil de entender- de La caza de la perdiz roja. Y ?ngeles, excelente cocinera, ten¨ªa la generosidad de celebrar como algo especial los vulgar¨ªsimos huevos fritos con que colaborara yo al almuerzo en Sedano.
En la casa de Sedano, tan importante en la vida de los Delibes, estuve en cierta ocasi¨®n con Maspons. Paseamos por el campo, hablamos de todo lo humano y lo divino, comimos al aire libre y despu¨¦s, a la hora de la siesta, enzarzados en una charla ahora perezosa, viv¨ª uno de esos raros momentos de paz perfecta, de m¨¢gica plenitud, como el que experimenta el caballero de El s¨¦ptimo sello junto a la pareja de j¨®venes titiriteros a los que salvar¨¢ la vida jugando al ajedrez con la muerte. Miguel debi¨® de sentir algo similar, porque escribir¨ªa unos d¨ªas despu¨¦s: "Como buen ast¨¦nico, voy de la exaltaci¨®n a la depresi¨®n muy a menudo. Y para combatir ¨¦sta, nada tan adecuado como una charla reposada, como aquella que mantuvimos -al sol, como dos lagartos- en el monte".
Para Miguel, Sedano es un refugio; el campo, una v¨ªa de escape. En respuesta a una carta m¨ªa donde deb¨ª de referirme a una reuni¨®n de progres, escribe: "Prefiero no haber o¨ªdo a esos jovencitos proyectar el futuro de un mundo feliz. Esas cosas me causan unas horribles depresiones. Cada d¨ªa estoy m¨¢s convencido de haber nacido fuera de tiempo. Yo deb¨ª ser mi bisabuelo o algo por el estilo. De este retraso yo no tengo la culpa, pero sufro las consecuencias. En mi anhelo de evadirme de mi tiempo, me refugio en la zarzuela y cosas por el estilo... Ya s¨¦ que el ideal de nuestro tiempo es uniformar las mentalidades. El arte, por otro lado, se obstina en destruir el sentimiento. Total que uno apenas tiene escape. El campo es una de las pocas oportunidades que a¨²n restan para huir. Pero, ?qu¨¦ ocurrir¨¢ el d¨ªa que se nos llene de tractores, de motores, de humos de gasolina?".
M¨¢s adelante, cuando le propongamos un segundo libro para la colecci¨®n (se titular¨¢ Viejas historias de Castilla la Vieja, y llevar¨¢ fotograf¨ªas de Ramon Masats), Delibes insistir¨¢, nost¨¢lgico, en el amor a los campos de su tierra y en la irremediable sensaci¨®n de p¨¦rdida: "Me parece de inter¨¦s inmortalizar en un bello libro la Castilla de hoy, esa Castilla que se nos muere un poco cada d¨ªa. Por una u otra raz¨®n, me temo -y no deber¨ªa decir esta monstruosidad, pero decir lo contrario ser¨ªa insincero- que la Castilla de la siembra a voleo, el arado romano, los ga?anes con trajes de pana, la trilla con yuntas, los carros hundidos en el barro hasta los cubos, etc¨¦tera, durar¨¢ ya pocos a?os. Es tremendo, pero cada vez que en la soledad de los p¨¢ramos oigo trepidar el motor de un tractor, se me hiela la sangre. Es el progreso. Y uno debe esforzarse porque estas pobres gentes sean redimidas. Pero ni con toda esta buena intenci¨®n por delante, puedo evitar la melancol¨ªa, cuando imagino los tesos -pelados hoy- cubiertos de bosques y las hazas borradas por los tractores".
Cuarenta a?os m¨¢s tarde de
los hechos que he recordado, fui a Valladolid invitada a hablar de Cinco horas con Mario. Hab¨ªan operado a Miguel varias veces, se sent¨ªa f¨ªsicamente disminuido, no estaba, dec¨ªan, del mejor humor del mundo, hab¨ªa dejado de escribir, pero accedi¨® en el acto a que fu¨¦ramos a verle -mi hija Milena, yo y otros amigos- y me acogi¨® con el cari?o de siempre. Dice, y lleva raz¨®n, que s¨®lo uno sabe c¨®mo est¨¢ por dentro, pero yo lo encontr¨¦ formidable. L¨²cido, r¨¢pido de mente, interes¨¢ndose por todo (interes¨¢ndose, como siempre, por los dem¨¢s), acord¨¢ndose sin problemas de cuanto surg¨ªa en la conversaci¨®n, m¨¢s c¨¢ustico, eso s¨ª, manifestando sin empacho cuanto se le ocurr¨ªa, acaso m¨¢s tajante en sus afirmaciones. Ha alcanzado ese punto, pens¨¦ con envidia, en que uno est¨¢ m¨¢s all¨¢ del bien y del mal. Pero me alegr¨® sobre todo ver que era tan querido: hijos, nietos, parientes, amigos, todos prodig¨¢ndole a chorro cari?o, respeto y cuidados. No creo que casi nadie pase los ¨²ltimos a?os de su vida rodeado de tanto amor, tanto genuino amor, de tan, por otra parte, merecido amor.
Terminada para m¨ª la aventura de Lumen, Milena hab¨ªa iniciado, con el apoyo m¨ªo y de ?scar, una nueva editorial, RqueR, pero ni se me hab¨ªa pasado por la imaginaci¨®n conseguir un t¨ªtulo de Miguel Delibes. Sin embargo, en esa ¨²ltima visita a Valladolid, Amparo Medina-Bocos nos sugiri¨® la posibilidad de editar algunos de los cuentos publicados en Destino en los primeros a?os cincuenta -esos cuentos que ¨¦l escrib¨ªa, dice, porque le nac¨ªa un nuevo hijo cada a?o y no llegaba el dinero hasta final de mes-, que ella hab¨ªa reunido. Miguel no quer¨ªa que se incluyera ninguno que hubiera sido ya publicado, m¨¢s o menos modificado, en otro libro (muchos estaban en el origen de Viejas historias de Castilla la Vieja), pero nos propuso "tres historias aut¨¦nticas", tres historias de p¨¢jaros, que le gustaban y que, al haber sido editadas tiempo atr¨¢s en una colecci¨®n infantil, hab¨ªan pasado inadvertidas para la mayor parte de sus lectores habituales. As¨ª naci¨® Tres p¨¢jaros de cuenta y tres cuentos olvidados.
Para m¨ª, editar en esta primera etapa de RqueR un libro de Miguel Delibes, tan ligado a los inicios de Lumen y a mis primeros recuerdos de editora, tan admirado por m¨ª como escritor y tan querido como amigo, tiene un valor simb¨®lico y ha sido una satisfacci¨®n inmensa, m¨¢s inmensa seguramente por lo inesperada. Creo que Miguel, al darnos este libro, ha perpetrado un acto de generosidad y sobre todo un acto de amor, como tal lo acepto, y con todo el amor del mundo hemos llevado a cabo la edici¨®n. Termino con las palabras de una carta reciente de Miguel: "A m¨ª me encanta y rejuvenece volver contigo y con tu hija al alcanzar la ¨²ltima curva del camino, que dir¨ªa Baroja. A ver si el librito queda bien, pues, salvo un milagro, no tendr¨¢ otros detr¨¢s".
"Mi vida como escritor termin¨® en 1997"
ESTHER TUSQUETS. ?C¨®mo compagina el amor a la naturaleza con la caza? ?En qu¨¦ casos le parece l¨ªcita y en qu¨¦ casos le parece justo prohibirla?
MIGUEL DELIBES. Son cosas compatibles cazar y amar a los animales. Lo que nos impone nuestra moral es no emplear ardides ni trampas. Mi cuadrilla y yo hemos abandonado el campo cuando la can¨ªcula o las circunstancias metereol¨®gicas hac¨ªan la caza demasiado f¨¢cil y la enervaban. Cazar no es matar, sino derribar piezas dif¨ªciles tras dura competencia. Esto explica que uno regrese m¨¢s satisfecho con dos perdices abatidas contra pron¨®stico que una docena a huevo. Es ¨¦ste un problema complejo que alargar¨ªa demasiado la conversaci¨®n. Pero de entrada no apruebo las modalidades de caza con reclamo o de ojeo. No hay equilibrio de fuerzas.
E. T. ?Qu¨¦ siente el cazador en el momento de perseguir y matar a su presa? ?Cree que los movimientos ecologistas tienen una visi¨®n demasiado esquem¨¢tica y exagerada de la realidad?
M. D. Cuando cumple como es de ley siente satisfacci¨®n. Cuando mata a mansalva, desagrado. S¨ª, los argumentos ecologistas son a menudo esquem¨¢ticos y exagerados.
E. T. ?Por qu¨¦ dej¨® de escribir relatos? ?Por qu¨¦ disminuy¨® la demanda de las revistas y los editores prefieren la novela, o por qu¨¦ en este g¨¦nero se siente m¨¢s c¨®modo?
M. D. Yo escrib¨ª cuentos y relatos cuando ten¨ªa un hijo por a?o y necesitaba dinero. Los cuentos se pagaban poco pero mensualmente y la novela se liquidaba por a?os. Cuando mi posici¨®n mejor¨®, me entregu¨¦ m¨¢s a la novela.
E. T.
Bodas de Plata
y
La vocaci¨®n,
dos de los relatos que aparecen en el libro, tienen elementos de
La hoja roja
y de
El camino
. ?Al escribir las novelas, estaba presente la idea de los cuentos anteriores? ?C¨®mo fue el paso de unos a otras?
M. D. No lo puedo recordar. Cuentos y novelas andaban formando parte de ese magma que precede al parto, confuso e impreciso. Las oscilaciones a que se someten los argumentos pueden variar cada d¨ªa.
E. T.
Tres p¨¢jaros de cuenta
se hab¨ªa editado en una colecci¨®n infantil. ?Cree que los ni?os actuales poseen educaci¨®n literaria suficiente para disfrutarlo?
M. D. La mayor parte de los ni?os no tienen formaci¨®n para entenderlos. Son cuentos literarios. M¨¢s concreto a¨²n, Tres p¨¢jaros de
cuenta son cap¨ªtulos de una presunta autobiograf¨ªa. Los viv¨ª con placer y los escrib¨ª con el mismo gozo.
E. T. Parece ser que ha decidido usted no escribir m¨¢s. ?En qu¨¦ momento y por qu¨¦?
M. D. No se trata de una decisi¨®n. Tras tres operaciones contra el c¨¢ncer qued¨¦ disminuido. De esto hace cinco a?os. En este tiempo no he viajado, ni cazado, ni escrito, ni he hecho vida social. Estoy medio sordo, sin capacidad de concentraci¨®n, con poca memoria. Mi vida activa como escritor termin¨® en 1997. La gente me ve y no lo cree. Hay que verlo y sentirlo desde dentro. S¨®lo yo puedo ser juez.
E. T. Hay actualmente en el mundo multitud de guerras, ?por qu¨¦ motivos, que no tienen nada que ver con los de los animales, matan los hombres?
M. D. La ¨²ltima guerra ha sido desgraciad¨ªsima. Abusiva e injustificada. La actitud de Espa?a, sencillamente vergonzosa.
E. T. ?Por qu¨¦ motivos cree que merece la pena, que le ha merecido la pena, vivir? ?Merecer¨ªa la pena aunque no existiera otra vida despu¨¦s de la muerte?
M. D. Supongo que s¨ª. He vivido para desvelarme d¨ªa a d¨ªa. Pero todav¨ªa creo en una justicia final.
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