El americano impasible
El americano impasible es el t¨ªtulo de una pel¨ªcula basada en una novela de Graham Greene, ambientada en el actual Vietnam, entonces Indochina. Relata el comienzo de la intervenci¨®n americana en el inicio de los a?os cincuenta, cuando los franceses planeaban retirarse de un conflicto que era ya demasiado sangriento y en el que los americanos hab¨ªan decidido tomar el relevo, arrog¨¢ndose la labor de frenar el avance del comunismo amenazante. Con todo lo que sigui¨®, los desastres de aquella guerra que, en la narraci¨®n f¨ªlmica, se refieren escueta y dram¨¢ticamente.
La pel¨ªcula, rodada antes de que ocurrieran los acontecimientos que llevaron a la invasi¨®n de Irak, es ahora m¨¢s que oportuna para hablar de las razones y los rechazos que provocan las guerras. Me dir¨¢n ustedes que la guerra del Vietnam no es comparable con la actual invasi¨®n de Irak. Y es cierto. No cometer¨¦ la torpeza de hacer comparaciones f¨¢ciles, del estilo de las que hemos o¨ªdo de boca de nuestros pol¨ªticos para justificar esta guerra. La Historia es algo m¨¢s serio que las tonter¨ªas que dicen los que la usan con poco fundamento. Lo que me interesa aqu¨ª son situaciones y personajes que, siendo ficticios, nos remiten a otros personajes, de carne y hueso, cuyos valores y sentimientos se han exhibido en el debate suscitado por la guerra de Bush.
A Aznar le va m¨¢s el lado americano, de los liberales en econom¨ªa e intervencionistas en el orden privado
En la pel¨ªcula, el americano impasible es un joven lleno de ideales, que esgrime un discurso pol¨ªtico sobre la debilidad de los franceses para ganar la guerra al comunismo y la necesidad de que los americanos se hagan cargo de la tarea, para lo cual han comenzado ya a desplegar a la agencia de inteligencia, a la que, como sabremos despu¨¦s, pertenece nuestro protagonista. Su oponente, y en principio amigo, es un periodista descre¨ªdo, un ingl¨¦s que parece haber recalado en Saig¨®n huyendo no sabemos bien de qu¨¦. Lo que s¨ª sabemos es que en Vietnam vive enamorado de una joven, que parece feliz con ¨¦l.
Pero ocurre que el joven americano se ha enamorado tambi¨¦n de la vietnamita y en su buena fe ha concebido la idea de pedirle al viejo periodista -un soberbio Michael Caine- que le ceda a la muchacha, por el bien de ella. Pues, como sabemos entonces, Frasser -Caine- no puede casarse con ella porque su mujer cat¨®lica no le concede el divorcio, lo cual en los a?os cincuenta deb¨ªa de ser a¨²n un requisito necesario, que el cat¨®lico y progresista Greene seguramente quiso denunciar en su novela. La joven, que en un principio se niega, terminar¨¢ por ceder ante las presiones familiares que le recuerdan la honorabilidad de un matrimonio leg¨ªtimo, que ella misma desea, como desean otras mujeres, amantes de los muchos europeos que viven all¨ª sin mujeres y que, seg¨²n dice a su amigo, normalmente son enga?adas y abandonadas.
Mientras todo esto sucede en el ¨¢mbito privado, en la plazaabarrotada de gente estallan las bombas terroristas que colocan no sabemos si los vietamitas o los americanos. El buen americano se horroriza ante los destrozos causados por las bombas, pero acto seguido se limpia la sangre que ha manchado sus pantalones y, sin m¨¢s reflexiones, sigue haciendo su trabajo de conspirador, mientras avanza en la conquista de la joven, a la que pretende redimir, haci¨¦ndola su esposa -leg¨ªtima- en Am¨¦rica. Pero el hombre maduro y fr¨¢gil que es el periodista no pensar¨¢ en abandonar la relaci¨®n con la mujer: enga?a cuanto puede y no siente ning¨²n remordimiento en provocar la muerte del amigo americano. Para el ingl¨¦s, ciertamente, el que antes fue su amigo se desvela como un hombre bien intencionado, pero peligroso por el fervor con que defiende y act¨²a a favor de un proyecto letal que rechaza tanto en el orden pol¨ªtico como en el personal.
La cuesti¨®n sentimental, lejos de ser aqu¨ª una an¨¦cdota ajena al conflicto pol¨ªtico que se plantea, es significativa de una misma ideolog¨ªa, del talante conservador que aduce razones morales de ¨ªndole privada para justificar los actos pol¨ªticos. En la pel¨ªcula, el joven americano critica la degradaci¨®n moral de un pa¨ªs -Vietnam- en el que es posible la perversi¨®n de que las mujeres se vean obligadas a prostituirse o, en el mejor de los casos, a ser amantes de un hombre viejo, y no como ocurre en Am¨¦rica, en donde son esposas. Qui¨¦n osa, pues, decir que nuestros valores, salvadores de mujeres y ni?os, no son mejores, se pregunta convencido el joven, que en ning¨²n momento duda de la legitimidad de sus acciones. En la pel¨ªcula los argumentos que justifican la intervenci¨®n son tantos como los males que se suponen y son intercambiables.
Como Aznar dixit, hablando airadamente contra los espa?oles que no aceptamos sus argumentos y refiri¨¦ndose tambi¨¦n al valor de la familia y a su oposici¨®n a las sociedades multiculturales (EL PA?S, 21-4-03). He aqu¨ª un ide¨®logo que no se conforma con hacer pol¨ªtica en el sentido que corresponder¨ªa a un gobernante, forjado en la mejor tradici¨®n liberal, que deber¨ªa reservarse sus opiniones sobre la moral y los valores familiares, como, por otro lado, parece costumbre en Europa. Pero a Aznar le va m¨¢s el lado americano -el conservador- que el dem¨®crata, el de los que se dicen liberales en econom¨ªa y son intervencionistas en el orden privado. No s¨¦ a ustedes, pero a mi mente ilustrada le molestan enormemente los sermones morales que nuestro presidente se larga en los foros pol¨ªticos.
Pero volviendo a la guerra que nos ocupa, se puede pensar que los pol¨ªticos que han defendido la intervenci¨®n en Irak, con Aznar a la cabeza, estaban cargados de buenas intenciones. Lo cual, sin embargo, no los ha hecho cre¨ªbles a los ojos de la opini¨®n p¨²blica, que ha visto las cosas de otro modo. Dejando de lado las opiniones interesadas que hablan de manipulaciones y conspiraciones, me inclino a pensar que, en tantos hombres y mujeres que, sin ser contrarios a la guerra por principios pacifistas, se han opuesto a ella en este caso, ha funcionado un pensamiento diferente al de nuestros gobernantes. Menos cr¨¦dulo ante las ideas grandilocuentes sobre el poder y la gloria, sabiendo que ¨¦stos cuestan caros y s¨®lo muy pocos los disfrutan. Tambi¨¦n menos interesados en los beneficios materiales que se esgrimen ?beneficios para qui¨¦n? En cuanto a la ca¨ªda de Sadam, dej¨¦monos de confusiones, todo el mundo sabe que los dem¨®cratas, que hemos desfilado detr¨¢s de las pancartas, dese¨¢bamos tanto o m¨¢s que ustedes la liberaci¨®n del pueblo iraqu¨ª. Por eso ahora miramos con angustia la posibilidad de que en Irak se instaure un gobierno de oligarcas, cuando no el poder de los imanes. ?C¨®mo defender¨ªan entonces a las mujeres nos preguntamos muchas?
Al mismo tiempo, muchos espa?oles nos hemos visto sorprendidos por la escasa receptividad del Gobierno, y especialmente de su presidente, ante la magnitud de la protesta social. Se ha repetido hasta la saciedad que su obstinaci¨®n parece deberse a un car¨¢cter autoritario que, sin duda, deber¨ªa achacarse a todo el partido que si, como algunos dicen, calla sin estar de acuerdo con su jefe, merecer¨ªa otros calificativos. En mi visi¨®n de las cosas no se trata s¨®lo de eso, a esta gente le ha perdido su elitismo, el nosotros con que se definen los notables y el vosotros, que somos los otros, a los que para salvar la cara se ha querido reducir a los comunistas y otros radicales. Para m¨ª que Aznar y los suyos cre¨ªan estar gobernando un pa¨ªs m¨¢s cr¨¦dulo, m¨¢s sumiso y m¨¢s obediente a sus dictados.
Por otro lado, en los debates habidos se ha puesto de manifiesto que para muchos de estos pol¨ªticos la democracia significa votar cada cuatro a?os y callar el resto del tiempo. Quisiera pensar que somos m¨¢s los espa?oles que tenemos un concepto de democracia m¨¢s profundo, que nos creemos que somos sujetos pol¨ªticos que cuentan y que, votantes o no de un partido, estamos autorizados a juzgar los actos de los pol¨ªticos, rechaz¨¢ndolos cuando ¨¦stos pierden credibilidad o se muestran desafectos con la opini¨®n de la ciudadan¨ªa, como parece ser el caso.
Pero pudiera ocurrir, tambi¨¦n, que las recientes protestas sociales no se resolvieran de forma pol¨ªtica en el castigo que significar¨ªa la p¨¦rdida de votos del Partido Popular, lo cual, qu¨¦ duda cabe, ser¨ªa malo para la democracia, a la que conviene que, gobierne quien gobierne, funcionen los correctivos que limiten los poderes de los pol¨ªticos de cortas miras, como de los que pretenden hacer ellos solos la historia. En cualquier caso, se ha abierto una brecha, que ustedes pretenden cerrar en falso, ahora que la guerra parece menos cruenta. De momento se observan los repliegues, ustedes no se atreven a decir que la guerra est¨¢ ganada, por temor a las consecuencias. Nosotros, los ciudadanos, y la oposici¨®n a la cabeza, har¨ªamos mal en consentirles olvidar que en esta guerra se han equivocado y que, en adelante, deber¨¢n prestar otra atenci¨®n y otro trato a sus administrados, aun a los que no somos de los suyos.
Isabel Morant Deusa es profesora de Historia de la Universidad de Valencia.
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