La era de las guerras pacifistas
Es posible que Fukuyama tomara a Hegel como interlocutor ilusorio de su libelo sobre el fin de la Historia sin saber que vivales como Rumsfeld asumir¨ªan el panfleto para reorientar sus consecuencias
Menuda ilusi¨®n
Pocas cosas producen tanto desasosiego como esos miles de j¨®venes que reciben al Papa de Roma entonando cancioncillas de esperanza con sus guitarras mal afinadas despu¨¦s de guardar cola durante horas para ver m¨¢s o menos de cerca a un polaco que har¨ªa bien en solicitar del cielo la jubilaci¨®n sobrepasada, y se dir¨ªa tenebrosa la visi¨®n de una pandilla de pipiolos rezando el rosario bajo las torres de Kio. Un mill¨®n de almas b¨ªpedas acudieron a ver a Juan Pablo II a fin de tocar mare y por si acaso recib¨ªan la gracia de su paciencia infinita, porque hay que ser paciente m¨¢s que Papa para recibir de una tacada a una treintena de familiares de Aznar y no salir trastornado del encuentro. Un espect¨¢culo que ni siquiera en los muchos minutos televisados resulta atractivo, quiz¨¢s por exceso de espiritualidad gesticulante. Freud, Freud ?por qu¨¦ te hemos abandonado?
Encuentros terminales
El susto de tropezar en uno de los pasillos de la feria del libro con el ducados de Santiago Carrillo. Lenin m¨ªo -musito- es ¨¦l, m¨¢s peque?ito que hace a?os en Madrid y enfundado en un terno a rayitas que parece prestado del peor sastre de Mario Conde. Apenas repuesto, avanzo entre un gent¨ªo m¨¢s bien disperso hasta dar, vaya d¨ªa, con un Alfons Cervera disfrazado del Denis Hopper de Easy Rider aunque sin moto que llevarse a los muslos. Lo esquivo, porque nada me dice una milenaria escultura autocontemplativa que adorna la costa este de la Isla de Pascua, para toparme con Rafa Ventura y su sombrero de paja de Italia acompa?ado de un musculoso escritor yanqui de vaqueros ce?idos y camiseta marcando paquete que es como la parodia del camionero tan querido por la ?literatura? gay. Consternado, huyo del jard¨ªn feriado antes de sufrir la temible jeta misionera de S¨¢nchez Drag¨®.
La pulsi¨®n invocativa
No est¨¢ m¨¢s estudiado pero goza de cierto prestigio. Y, pese a todo, el famoso trastorno bipolar es cosa de poca monta si se lo compara con esa pulsi¨®n invocativa que tantos a?os y sus consiguientes esfuerzos ocupar¨ªan la curiosa mente de Jacques Lacan hasta dar con su exacta definici¨®n a partir de la figura cristogr¨¢fica que se desprende de los cuatro Evangelios reconocidos y de la proliferaci¨®n de sus ap¨®crifos. Dicho en t¨¦rminos prosaicos, que son los que molan, se trata de la vieja costumbre de largar, m¨¢s conocida en castellano como pegar la hebra, no se si en met¨¢fora anticipada del tabaquismo conversacional que nos invade. Por poner ejemplos, que tambi¨¦n mola, Luis Eduardo Aute sufre de esa pulsi¨®n compulsiva, pero tambi¨¦n, y sobre todo, el var¨®n separado que abusa del palabreo por ver de tener algo que llevarse a la cama a cambio de tanta sintaxis salivada.
La revoluci¨®n estrangulada
El prestigio de Fidel Castro entre la poblaci¨®n pobre, que es casi toda, de Am¨¦rica Latina s¨®lo es comparable a la veneraci¨®n de ocupas y otros perif¨¦ricos hacia la figura del Che Guevara. Escuchar hoy la Segunda Declaraci¨®n de La Habana, creo que de 1962, eriza todav¨ªa los cabellos de la esperanza porque es una formulaci¨®n exacta de los prop¨®sitos libertadores de todo un continente. Tan pronto como en 1970, Castro monta el proceso contra el escritor Heberto Padilla, que pese a su detestable prosa no se merec¨ªa un trato tan humillante. Alfonso Sastre escribe entonces un art¨ªculo en Triunfo en la que da por buena la confesi¨®n espont¨¢nea del poeta, como si ya no recordar¨¢ las maneras del fiscal estalinista Vichinsky. A partir de entonces, la revoluci¨®n de Castro ser¨¢ castrista o no ser¨¢. Y bien, ya no lo es. Lo que tampoco es motivo de regocijo.
El discurso de la guerra
En los pr¨®ximos meses, quiz¨¢s a?os, y a la mejor por siempre jam¨¢s, asistiremos a la construcci¨®n m¨¢s o menos agazapada de un discurso sobre la guerra destinado a legitimar la intervenci¨®n armada de la potencia m¨¢s poderosa del siglo en no importa qu¨¦ lugares ni circunstancias, usurpando el lugar que antes ocupaba la diplomacia y los meritorios esfuerzos civilizadores de las grandes corporaciones industriales, desde ahora al rebufo de las haza?as b¨¦licas de un protagonismo m¨¢s resuelto y mucho m¨¢s televisado. Todas las aportaciones te¨®ricas del ¨²ltimo a?o, y son muchas, seg¨²n las cuales Europa vive de Mozart y de Picasso mientras Estados Unidos se ve obligado a desempe?ar el papel del malo desembarcando marines all¨ª donde sea menester no son sino un pr¨®logo de una bazofia guerrera y armamentista resuelta a disolver la particularidad hist¨®rica en el sofisticado punto de mira de un blindado -norteamericano, por supuesto- de ¨²ltima generaci¨®n. Lo de Irak s¨®lo ha sido el coffee-break de pezu?as en la mesa.
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