Vuelve un tren m¨ªtico
El hist¨®rico Ferrocarril de La Robla, nacido en 1894 y fuera de servicio desde hace 12 a?os, vuelve el martes a las v¨ªas
El Ferrocarril de La Robla, el Le¨®n-Bilbao o El Hullero, como popularmente se le conoce, volver¨¢ a discurrir desde el pr¨®ximo martes por su accidentado, hist¨®rico y peculiar trazado entre las dos capitales, doce a?os despu¨¦s de que su sinuoso camino de hierro quedase cerrado al paso de viajeros.
El centenario ferrocarril cabalga de nuevo sorteando montes y cordilleras, cruzando valles y vaguadas, surcando r¨ªos y pantanos, dejando atr¨¢s pintorescas estaciones, restos arqueol¨®gicos de las cuencas mineras leonesa y palentina y de la siderurgia vasca, peque?as iglesias rom¨¢nicas, puentes de hierro, vestigios cargados de historia, retazos de vida y de vidas que le confieren la potestad de ser el mejor testigo vivo de tres siglos marcados por tres ¨¦pocas que van desde la Revoluci¨®n Industrial del XIX a la era posindustrial del siglo XXI. ?sta es su cr¨®nica sentimental contada por cuantos lo han tratado y conocido, vivido y amado.
Es el tren de v¨ªa estrecha m¨¢s largo de Europa Occidental con sus 340 kil¨®metros
"Los trenes, como los r¨ªos y las monta?as, pasan a ser met¨¢foras, materia literaria"
Sin apenas t¨²neles, fue un prodigio de ingenier¨ªa construido en un tiempo r¨¦cord, cuatro a?os
"Est¨¢ entre los mejores recuerdos de mi infancia", se?ala el arquitecto y dibujante Jos¨¦ Mar¨ªa P¨¦rez, Peridis. "Yo sal¨ªa a pasear con mi padre desde mi casa en Aguilar, al lado del monasterio de Santa Mar¨ªa, hasta el Risco, donde sub¨ªamos a ver pasar los trenes", dice. "De vez en cuando, surg¨ªa hacia el norte el tren de La Robla, despacito, muy despacito, camino de Cillamayor. Lo tom¨¦ una vez para ir a una boda a Bilbao con mi amigo el futbolista Lolo Escapa. Yo no s¨¦ lo que tardamos, pero gracias al Hullero, que era como el hombre que andaba despacito, nos hicimos a¨²n m¨¢s amigos. Nunca olvidar¨¦ el espectacular paisaje que discurr¨ªa por delante de nosotros, mientras aquel tren avanzaba lento, como la diligencia de las pel¨ªculas del Oeste. Y ahora que se pone en marcha pienso en Groucho y grito: '?M¨¢s madera, es La Robla!"
?ste no es un tren cualquiera. Es mucho m¨¢s, quiz¨¢ una emoci¨®n, algo que llevan muy dentro, tal vez en el fondo del coraz¨®n o de la memoria, generaciones de mineros y ferroviarios, de emigrantes y campesinos de los altos valles leoneses y palentinos, de las nevadas monta?as de Santander y las fr¨ªas tierras de Burgos, que ten¨ªan en este medio de transporte su ¨²nica conexi¨®n con el mundo. Y ahora que esos pueblos languidecen, el centenario ferrocarril renace de sus propias cenizas para tratar de insuflar la esperanza que han ido perdiendo.
El Ferrocarril de La Robla ha sido una leyenda en el paisaje de un siglo y un monumento contra el olvido de muchos pueblos. Es el tren de v¨ªa estrecha m¨¢s largo de Europa Occidental con sus 340 kil¨®metros de longitud de l¨ªnea, el primer tren completamente transversal de Espa?a que atraviesa cinco provincias y tres autonom¨ªas, un tren que naci¨® en 1894 para trasladar el carb¨®n de las minas de Le¨®n a los altos hornos vizca¨ªnos.
El Hullero es algo m¨¢s que un tren. Ha inspirado algunas pel¨ªculas -aqu¨ª se rodaron Sor Citroen, Cuerda de presos o Luna de lobos-, mucha literatura y hasta canciones, como la del grupo de rock leon¨¦s Deicidas que convert¨ªa al viejo tren minero en escenario de un asalto de cuatreros de ganado en el m¨¢s puro y heroico estilo del Oeste, porque el tren de La Robla siempre ha tenido una inequ¨ªvoca vocaci¨®n de western.
Aquel ferrocarril que ech¨® a andar en 1894 con el mismo af¨¢n colonizador de los pioneros del Far West sigue aqu¨ª, casi 109 a?os despu¨¦s, moderno y remozado, c¨®modo y funcional, sin renunciar a su azarosa biograf¨ªa, cuyo primer p¨¢rrafo comenz¨® a escribirse en las postrimer¨ªas del siglo XIX, cuando la floreciente industria vizca¨ªna, ahogada por la subida del precio del cock ingl¨¦s, trataba de encontrar una salida a su crisis obteniendo un carb¨®n m¨¢s rentable.
En la Meseta norte exist¨ªan minas con grandes posibilidades, siempre que se construyera un medio de transporte barato y directo. La soluci¨®n era un ferrocarril que recorriese las diversas cuencas mineras de Le¨®n y Castilla y acabara cerca de las sider¨²rgicas de Vizcaya. ?sa fue la idea que en 1890 propuso el ingeniero de minas Mariano Zuaznabar a la burgues¨ªa vasca de la ¨¦poca, que decidi¨® subirse a su tren. As¨ª naci¨® la Compa?¨ªa del Ferrocarril Hullero de La Robla, cuyas acciones, las Roblas, fueron uno de los primeros valores que cotizaron en la Bolsa de Bilbao, alcanzando su cambio m¨¢ximo, 579 pesetas por t¨ªtulo, en 1918.
Su primer n¨²cleo de accionistas fueron empresarios con intereses en la siderurgia vasca; sus apellidos jalonan a¨²n hoy alguna calle bilba¨ªna: Casilda Iturr¨ªzar, la viuda de Epalza, hijos de Lezama Leguizam¨®n, Paulino de la Sota, Gurtubay, Evaristo Churruca,...
El camino de hierro, sin apenas t¨²neles, fue un prodigio de ingenier¨ªa construido en un tiempo r¨¦cord, cuatro a?os, tras superar numerosos avatares financieros y pol¨ªticos, cristalizando as¨ª una operaci¨®n colonizadora sin precedentes, con Bilbao como metr¨®poli y Le¨®n y Castilla como nutrientes de materia prima y mano de obra.
"El Hullero se ci?e al terreno como un animal a los montes, como un mitol¨®gico ciempi¨¦s. Sin grandes obras de f¨¢brica, sin grandes t¨²neles, sin excesivos desmontes, contornea las vaguadas, trepa por las lomas, con el esfuerzo de sus ri?ones, como si en vez de topes y cadenas estuviera articulado por huesos y alma". Este tren debe mucha de su actual autoestima al escritor leon¨¦s Juan Pedro Aparicio, quien hace un cuarto de siglo dej¨® escrita la rom¨¢ntica cr¨®nica verit¨¦ de un viaje en la que comparaba este ferrocarril con el Transiberiano: "Aquel atraviesa Siberia; ¨¦ste cruza la Cordillera Cant¨¢brica, se mece sobre sus lomos, galopa sobre sus estribaciones".
Desde entonces, para Aparicio el Ferrocarril de la Robla es el genuino Transcant¨¢brico y as¨ª titul¨® su libro, "aunque esta imagen de marca se ha atribuido con el tiempo al lujoso tren tur¨ªstico".
El escritor recuerda ahora aquel periplo de hace 25 a?os en este particular Transiberiano de fiambrera y tortilla, junto a Chuchi, el Tigre de Balmaseda, hist¨®rico maquinista de la compa?¨ªa.
El tren siempre ha sido fuente de vida y muerte por las provincias que atraviesa: Le¨®n, Palencia, Burgos y Cantabria, hasta llegar a Vizcaya. Los pueblos que vieron el esplendor con su llegada asistieron tambi¨¦n impotentes a su despoblamiento, viendo emigrar a sus hijos al Pa¨ªs Vasco, perdidos entre el vapor del Hullero, como en una m¨²sica sin due?o.
"El d¨ªa que se cerr¨® el tren, por cierto, el D¨ªa de los Inocentes de 1991, fue un mazazo, un golpe de gracia para Le¨®n y Castilla", recuerda el escritor Julio Llamazares. "Por eso, hoy la ¨²nica esperanza para estos altos valles sigue estando en su resurrecci¨®n. Ya no es el carb¨®n, sino el turismo paisaj¨ªstico, donde reside una de las pocas potencialidades de este ferrocarril, a bordo del cual se pueden vivir las sensaciones m¨¢s hermosas que cabe imaginarse", agrega.
Si para Rilke no hay m¨¢s patria que la infancia, para muchos leoneses y castellanos no existe la infancia sin este tren. Todos los veranos felices de Julio Llamazares comenzaban en el Tren de Matallana, que as¨ª es como llaman "al de La Robla" cuando se aproxima a Le¨®n. De ni?o, le llevaba desde Olleros, donde su padre ejerc¨ªa como maestro, hasta la estaci¨®n de Cistierna y de all¨ª, a La Vecilla, en tiempo de cerezas y de espliego, del mismo modo que lo mec¨ªa en la memoria del fr¨ªo y la nieve, cuando se presentaba crudo el invierno.
"En este tren hice yo mis primeros viajes con seis a?os cuando ¨ªbamos a Le¨®n a comprar zapatos o al m¨¦dico. Aqu¨ª empec¨¦ a ver el mundo m¨¢s ancho y m¨¢s profundo que en el peque?o valle de Sabero donde me cri¨¦. Dec¨ªa Alberti que no pod¨ªa a?orar el mar cuando escrib¨ªa sobre ¨¦l, porque formaba parte de su propio ser. A m¨ª me ocurre lo mismo cuando escribo de este tren. Hablo de algo ¨ªntimo", apunta.
Del Hullero se ha escrito mucho y bien. Para Llamazares, "la literatura est¨¢ llena de trenes y los trenes de literatura y la m¨ªa no es una excepci¨®n". En su caso, El Hullero act¨²a de hilo con el paisaje y los recuerdos, como ocurre con la mayor parte de la gente que naci¨® y creci¨® al lado de este tren. Todo ese discurrir de vidas ha pasado a formar parte de algunos de sus libros, como El r¨ªo del olvido, Luna de lobos o Escenas del cine mudo, y de varios relatos y poemas, "porque los trenes, como los r¨ªos y las monta?as, pasan a ser s¨ªmbolos, im¨¢genes, met¨¢foras, materia literaria".
Los 64,6 millones de euros que FEVE y la Junta de Castilla y Le¨®n han invertido en los ¨²ltimos a?os van a hacer posible que la gente y tambi¨¦n las vacas vuelvan a mirar como pasa el tren hullero por ese trazado dif¨ªcil y quebrado que le da el car¨¢cter de un ferrocarril de monta?a, con su cota m¨¢s alta a 1.192 metros en La Espina, cerca de Guardo (Palencia), y su terminal m¨¢s baja en Lutxana, pr¨®xima a Bilbao, a seis metros sobre el nivel del mar. La l¨ªnea supera la muralla de la Cornisa Cant¨¢brica y la recorre por su estribaci¨®n con un perfil en dientes de sierra con rampas, pendientes y contrapendientes, abundantes curvas y contracurvas, que suman pronunciadas revueltas con radios de hasta 100 metros.
En su itinerario, el tren que naci¨® en La Robla para llevar el carb¨®n de las cuencas leonesas, el de la Vasco Hullera y el de Sabero, no olvidaba recoger el de las minas de Palencia, escalonadas entre peque?as iglesias rom¨¢nicas, algunas muy pr¨®ximas a la v¨ªa. "Para m¨ª, este tren es el Camino de Santiago de nuestro Rom¨¢nico de la monta?a", dice Peridis, "que es un Rom¨¢nico muy particular localizado en pueblecitos que se desparraman por las colinas con iglesias que exhiben sus espada?as entre las lomas, casi entre los robledales".
En Guardo, algunos recuerdan el d¨ªa en que baj¨® del tren un acordeonista de Llodio al que todos terminaron llamando Pepe el Vasco. Claudio Prieto Alonso, en la actualidad uno de los compositores espa?oles m¨¢s prestigiosos, ten¨ªa entonces ocho a?os: "El Vasco lleg¨® para animar fiestas y bailes. Un t¨ªo materno se enter¨® de que necesitaba un acompa?ante, habl¨® con ¨¦l y, a cambio de unas clases, me contrat¨® como percusionista. Formamos una pareja muy singular: un hombre y un ni?o recorriendo con sus pasodobles los pueblos de Palencia y Le¨®n en este tren familiar, un tren que yo llamar¨ªa de la amistad, en el que dej¨¦ la infancia y empec¨¦ a ser hombre", rememora.En Guardo, el r¨ªo Carri¨®n acompa?a el paso del tren. Alguien dijo que los trenes, como los r¨ªos, avanzan entre surcos y monta?as, especialmente ¨¦ste que discurre en Le¨®n entre el Tor¨ªo, el Curue?o, el Porma y el Esla; en Palencia por el Carri¨®n y el Pisuerga; en Cantabria por el Ebro; en Burgos por tres de sus afluentes, el Nela, el Trema y el Trueba, y en Vizcaya por el Cadagua, yendo a morir al Nervi¨®n.
Y hoy, como ayer, El Hullero vuelve a vertebrar Vizcaya con Castilla y Le¨®n, y como ayer regresa a La Concordia, uno de los m¨¢s bellos y singulares edificios bilba¨ªnos, obra del arquitecto Severino Ach¨²carro, con su arco central coloreado de un sol naciente que rodea el frontispicio de la fachada, con sus caracter¨ªsticos pilares de hierro soportando las marquesinas del and¨¦n, con sus columnas de cemento asomando en balconada hacia la R¨ªa, con ese aire neocl¨¢sico que hizo exclamar a Juan Pedro Aparicio: "?Concordia, qu¨¦ buen nombre para una estaci¨®n. Y en Bilbao!", y como ayer se escucha el eco del poeta Antonio Gamoneda: "?ste es un tren de campesinos viejos y mineros j¨®venes, aqu¨ª hay algo que re¨²ne m¨¢s que la sangre y la amistad". Y, como ayer, regresa el misterio del mitol¨®gico ciempi¨¦s, la magia del Hullero, encerrada en su tortuoso camino de hierro, que como todos los caminos y todos los trenes ha nacido para unir a los hombres y a los pueblos.
El maquinista de La 13, que sonaba a m¨²sica celestial
Chuchi, un superviviente del vapor, el "maquinista de La 13", va a cumplir 82 a?os. Durante medio sigo trat¨® de adaptar su enormidad, su desproporci¨®n, su desgarbado gigantismo, a la medida de unas locomotoras que siempre se le quedaban peque?as. Habla de ellas con la pasi¨®n de un amante y, aunque se queja continuamente de esa maldita dentadura postiza que le baila en la boca y tanto le molesta, cuando escucha la palabra "locomotora" coge carrerilla, se olvida de la dichosa dentadura, aparca sus problemas y desaf¨ªa su torpe dicci¨®n sin que nadie pueda detenerle.
"Las de vapor eran especiales. Estaban las belgas, las inglesas, las americanas, las alemanas las espa?olas, las checoslovacas, las suizas y francesas las belgas grandes, las belgas peque?as, las sesentas, las linke, las Garrat, las tunecinas, las carlotas..."
Chuchi se refiere a las locomotoras en femenino poni¨¦ndoles rostros de mujer, deleit¨¢ndose con sus formas y sonidos, pese a que buena parte de ellas ten¨ªan nombre propio, tanto geogr¨¢fico (por provincias, localidades y r¨ªos), como en homenaje a accionistas ilustres del ferrocarril.
"Aquellas m¨¢quinas de vapor sonaban a m¨²sica celestial ...chsss...chssss....chssss.. dulces y suavecitas, sobre todo la 13, la quise tanto como a mi pobre mujer que en paz descanse".
El paso del vapor al diesel se produjo a mediados de los 60, causando la decepci¨®n de Chuchi. "No no era lo mismo las diesel, no ten¨ªan la misma sensibilidad, eran torpes met¨ªa un ruido del demonio, traca-traca-traca-traca-traca", dice, arriesgando con tan precisa onomatopeya el descalabro de su fr¨¢gil pi?ata.
El parque de locomotoras de vapor de La Robla no ten¨ªa parang¨®n. Los amigos del ferrocarril las a?oran, tal y como las describ¨ªa Aparicio. ?Qui¨¦n no recuerda aquellas locomotoras de vapor, casi humanas en su esfuerzo, jadeando, halitosas como dragones esclavizados?
Para Pedro Mena, maquinista octogenario y jubilado hoy en Balmaseda, "eran como personas, llegabas a hablar con ellas. La que se nos asignaba a cada uno entraba a formar parte de la familia". Empez¨® como fogonero en 1927 y en su primer viaje al frente de una inglesa traslad¨® un tren de presos hasta el campo de prisioneros de San Marcos en Le¨®n.
"Fue duro y triste, m¨¢s duro que la dura nieve que nos ten¨ªa aislados a veces hasta ocho d¨ªas en medio del trayecto, pero menos triste que todas las personas que he visto salir al paso de mi m¨¢quina, suicidas unos, imprudentes otros. Hay gajes del oficio para los que uno no est¨¢ suficientemente preparado. Hubo un d¨ªa en que pit¨¦ varias veces y no sirvi¨® de nada porque aquella mujer no o¨ªa, era sordomuda. ?se fue mi ¨²ltimo viaje como maquinista, despu¨¦s de aquello ped¨ª el relevo a la compa?¨ªa".
El Hullero siempre ha sido fuente de vida y de muerte por las provincias que atraviesa: Le¨®n, Palencia, Burgos y Cantabria, hasta llegar a Vizcaya. Los pueblos que vieron el esplendor con su llegada asistieron tambi¨¦n impotentes a su despoblamiento, sintiendo partir a sus hijos hacia la emigraci¨®n en el Pa¨ªs Vasco, perdidos entre el vapor del Hullero como en una m¨²sica sin due?o
"El d¨ªa que se cerr¨® el tren, por cierto el D¨ªa de los Inocentes de 1991", se?ala el escritor Julio Llamazares, "fue un mazazo, un golpe de gracia para Le¨®n y Castilla. Por eso hoy la ¨²nica esperanza para estos altos valles sigue estando en su resurrecci¨®n. Ya no es el carb¨®n, sino el turismo paisaj¨ªstico, donde reside una de las pocas potencialidades de este ferrocarril, a bordo del cual se pueden vivir las sensaciones m¨¢s hermosas que cabe imaginarse".
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