Parte del alma
La casa donde vivi¨® P¨¦rez Minik, en Santa Cruz, est¨¢ en el n¨²mero 7 de la calle del General Goded, que antes de la guerra form¨® parte de un nuevo conjunto urbano que acog¨ªa calles cuyos nombres eran Fraternidad, Igualdad y Libertad. General Goded parte de la principal calle del nuevo Santa Cruz, la Rambla, que antes de la dictadura se llam¨® del Once de Febrero, un homenaje republicano. Las autoridades fascistas le cambiaron el nombre y a¨²n hoy lleva el nombre de Franco. Don Domingo nunca se refiri¨® a esa avenida por ese nombre: siempre fue para ¨¦l la Rambla del Once de Febrero. En ¨¦l, y en su generaci¨®n, Franco s¨®lo dej¨® dolor y muerte, una ceguera total para sus ilusiones de libertad. Ahora existe la posibilidad de que al menos su calle cambie de nombre y abandone ¨¦se de un general que recuerda tanto aquella historia de persecuci¨®n y sangre. Y puede que la que fue su casa (ahora en venta, tapiada con unas rejas que simbolizan exactamente lo contrario de lo que fue la vida de P¨¦rez Minik) pase a estar, precisamente, en el n¨²mero 7 de la calle de Domingo P¨¦rez Minik.
No es insustancial ese cambio de nomenclatura para lo que fue en Santa Cruz y en Canarias esa casa justamente, y sobre todo ese hombre, uno de los personajes m¨¢s interesantes de nuestra historia del siglo XX, cuyo centenario ahora conmemoramos. En esa casa construy¨® un mundo Domingo P¨¦rez Minik, un autodidacto de extra?a intuici¨®n literaria, descubridor en los a?os sesenta de la mejor literatura europea contempor¨¢nea, cr¨ªtico de revistas, autor de libros, polemista inteligente, angl¨®filo empedernido, actor, una figura que fue en s¨ª misma la esencia del esp¨ªritu iluminado que quiso cristalizar en la Rep¨²blica y en su tierra. ?l y su mujer, Rosita Camacho, convirtieron lo que era una casa terrera de una ciudad de provincias en una especie de centro del mundo; P¨¦rez Minik era apasionadamente cosmopolita, tuvo relaci¨®n con los popes del surrealismo franc¨¦s, con Beckett y D¨¹rrenmatt, con Sastre, Aldecoa, Buero y N¨²ria Espert, con Carlos Mu?iz y con Guelbenzu, con Rafael Conte y Javier Muguerza, con Gregorio Salvador y con Emilio Lled¨®, que fue quien le llev¨® a la universidad, con Russell y con Alberto Sartoris, con Penrose, con Guillermo Cabrera Infante, y sobre todo con sus amigos del alma Solita Salinas y Juan Marichal. Aquel fulgor republicano se mantuvo, en su casa y en la calle, porque ¨¦l sigui¨® cultivando la amistad y la rebeld¨ªa con gente como el poeta Pedro Garc¨ªa Cabrera, compa?ero suyo en el socialismo y en su fe en el arte como motor de la modernidad, y como el cr¨ªtico de arte Eduardo Westerdahl, el l¨ªder de la revista Gaceta de Arte, que ha sido la met¨¢fora de lo que aquella gente quiso hacer con la libertad de creaci¨®n, de opini¨®n y de vida. Al final esa revista fue tachada por la guerra y el fascismo, pero nadie pudo quemarles el alma que la hizo vivir. ?l fue parte fundamental de ese alma.
Y fue desde ese domicilio reducido y esencial, casi una casa de mu?ecas en una ciudad tranquila, desde donde P¨¦rez Minik cultiv¨® su pasi¨®n: leer para contarlo, leer para ser m¨¢s libre, vivir con otros, arriesgarse pensando y diciendo. Fue un lector, un hombre moderno y rabioso que am¨® la libertad y quiso andar por esa calle, por la calle de la libertad. Su nombre y la libertad deben andar juntos por la misma calle.
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