Tiempo de estr¨¦s
Hace unas semanas, Edward, un amigo que dirige una firma de inversiones en Wall Street, me llam¨® para invitarme a almorzar. Ya por tel¨¦fono me adelant¨® que llevaba un par de meses muy preocupado con la creciente intranquilidad y crispaci¨®n que detectaba en ¨¦l mismo y en sus colegas. Quer¨ªa saber mi opini¨®n sobre la situaci¨®n y alg¨²n consejo para aliviarla. Durante el almuerzo, d¨ªas despu¨¦s, este competente hombre de negocios, de 58 a?os, me explic¨®, en su habitual lenguaje afable y directo, que por primera vez en muchos a?os estaba notando conflictos en las relaciones entre sus compa?eros. Ejecutivos de temperamento sosegado respond¨ªan con gran indignaci¨®n a bromas banales o a provocaciones sin importancia, mientras que otros, normalmente de talante extravertido y jovial, se mostraban reservados, taciturnos o incluso deprimidos. Seg¨²n ¨¦l, veteranos inversionistas que hasta hac¨ªa unos meses permanec¨ªan imperturbables ante los m¨¢s pronunciados altibajos de las cotizaciones de Bolsa, ahora reaccionaban con evidente angustia y frustraci¨®n ante la menor oscilaci¨®n de un par de puntos.
Edward y compa?¨ªa sufren estr¨¦s. Este t¨¦rmino, que comenz¨® a emplearse el siglo pasado en el campo de la f¨ªsica para definir el impacto de una fuerza exterior sobre un objeto, es hoy una palabra universalmente usada para describir la tensi¨®n emocional provocada por circunstancias o coyunturas agobiantes. En realidad, un cierto grado de estr¨¦s es inevitable en la vida diaria y, si es benigno o de poca intensidad, yo dir¨ªa que es incluso saludable. Nos mantiene en forma y nos vigoriza, al estimular la producci¨®n de dopamina y otras hormonas relacionadas con experiencias excitantes. Todos respondemos a los cambios que se producen continuamente en nuestro entorno. El calor nos hace sudar y el fr¨ªo, tiritar; los embotellamientos de tr¨¢fico nos exasperan; las derrotas de nuestro equipo favorito nos desaniman, y los fracasos escolares de nuestros hijos nos desvelan. Pero los efectos de la gran mayor¨ªa de los contratiempos cotidianos son pasajeros. No pocas noches nos vamos abrumados a la cama y despertamos alegres al d¨ªa siguiente.
Tambi¨¦n es verdad que ciertos infortunios, como la muerte de un ser querido, la ruptura de una relaci¨®n importante o el padecimiento de una enfermedad grave, pueden socavar nuestro entusiasmo durante mucho tiempo. No hace falta leer la historia b¨ªblica de Job para admitir que una racha de calamidades quiebra el talante m¨¢s esperanzado y feliz.
Lo que hace que la preocupaci¨®n de mi amigo Edward merezca una consideraci¨®n especial es que ilustra una dolencia muy extendida en la actualidad, relacionada principalmente con la agudizaci¨®n generalizada de la conciencia de vulnerabilidad, incertidumbre e indefensi¨®n. Estudios epidemiol¨®gicos recientes revelan que en muchas naciones de Occidente la proporci¨®n de hombres y mujeres afligidos por s¨ªntomas de estr¨¦s maligno, como la ansiedad, la irritabilidad y el decaimiento de ¨¢nimo, ha aumentado casi el 40% en los ¨²ltimos 24 meses. Aunque no poseo datos sobre la incidencia de esta aflicci¨®n entre los habitantes de pa¨ªses de Oriente, no me sorprender¨ªa nada si, dados los terribles acontecimientos que est¨¢n viviendo muchos de ellos, el incremento fuese a¨²n m¨¢s pronunciado.
Cada d¨ªa, nada m¨¢s abrir los ojos, somos vapuleados por amenazas y sucesos sobrecogedores que est¨¢n totalmente fuera de nuestro control; desde el terrorismo internacional suicida a la mort¨ªfera neumon¨ªa at¨ªpica que se extiende por el mundo, pasando por la plaga recalcitrante de violencia y miseria que azota a los pueblos del sur de Asia, Oriente Pr¨®ximo y Latinoam¨¦rica, o la desastrosa econom¨ªa mundial caracterizada por la corrupci¨®n de directivos de empresa, las bancarrotas, las p¨¦rdidas masivas de los ahorros de toda una vida y los despidos multitudinarios.
Al salir a la calle es dif¨ªcil librarse de ver alg¨²n signo de alarma: polic¨ªas dotados de m¨¢scaras antig¨¢s, soldados con ametralladoras guardando edificios p¨²blicos, o colas de coches esperando ser inspeccionados en los m¨²ltiples controles instalados en los centros neur¨¢lgicos de las ciudades. Tampoco pasan muchos d¨ªas sin que escuchemos advertencias apocal¨ªpticas en boca de alg¨²n predicador o l¨ªder pol¨ªtico record¨¢ndonos que cualquiera, en cualquier momento, puede ser relegado al olvido por una bomba funesta, una nube de gas letal o alg¨²n virus indomable. Y si un ser querido sale de viaje, casi nadie puede evitar preguntarse en silencio si regresar¨¢ sano y salvo.
El sentido de futuro est¨¢ profundamente arraigado en los seres humanos. De ah¨ª que la sensaci¨®n de controlar razonablemente nuestro programa de vida sea tan importante para el equilibrio mental. Precisamente cuanto m¨¢s incapaces nos sentimos de planificar el ma?ana y m¨¢s incierto nos parece el porvenir, m¨¢s espacio dejamos abierto para que la inseguridad nos invada y conmocione el cimiento vital de la confianza. Bajo estas condiciones es normal que pongamos nuestro sistema de conservaci¨®n en estado de alerta permanente. El inconveniente de la vigilancia continua es que nos impide relajarnos, nos agota y nos predispone a sufrir ansiedad y depresi¨®n. Algunas personas buscan alivio con tranquilizantes o alcohol, lo que a veces les permite insensibilizarse temporalmente o dormir unas cuantas noches. Pero una vez habituadas a estas sustancias, vuelven a caer en la zozobra.
Las ra¨ªces de la capacidad humana de adaptaci¨®n se nutren del instinto de supervivencia que todos llevamos en nuestro equipaje gen¨¦tico. Hay tambi¨¦n aspectos de la personalidad que nos facilitan la aclimataci¨®n a las presiones del medio, como por ejemplo la valoraci¨®n positiva de uno mismo, la disposici¨®n optimista, el sentido del humor, la espiritualidad y el car¨¢cter sociable y comunicativo.
Pero junto a estas defensas heredadas o adquiridas existen estrategias eficaces que podemos llevar a la pr¨¢ctica para mitigar el estr¨¦s. En primer lugar, es importante estar bien informados. Cuando estamos estresados, lo que nos imaginamos casi siempre es peor que la realidad. Enterarnos de qu¨¦ es lo que verdaderamente est¨¢ pasando y cu¨¢l es la mejor forma de responder a la situaci¨®n nos mantiene con los pies sobre la tierra. Una informaci¨®n equilibrada y fiable, que separa los hechos de las especulaciones, es indudablemente provechosa. Esto no quiere decir que tengamos que pasar horas y horas siguiendo las noticias. Someterse a un bombardeo repetido de sucesos amenazadores resulta contraproducente, pues no s¨®lo fomenta temores obsesivos y nos lleva a conclusiones globales abrumadoras que no nos dejan ninguna salida, sino que, adem¨¢s, nos roba un tiempo valioso que podr¨ªamos dedicar a diversificar nuestro d¨ªa y a distraernos con tareas gratificantes. Conservar la rutina diaria es una buena f¨®rmula para defendernos del estr¨¦s, y buscar placeres sencillos nos protege. En palabras del poeta liban¨¦s Jalil Gibr¨¢n: "En el roc¨ªo de las cosas peque?as, el coraz¨®n encuentra su alborada y se refresca". Tambi¨¦n est¨¢ ampliamente demostrado que el ejercicio f¨ªsico disminuye la tensi¨®n nerviosa y nos revitaliza. Veinte minutos de actividad moderada, a lo largo del d¨ªa, son suficientes.
Particularmente beneficioso es compartir nuestro estado de ¨¢nimo con otros. Las inquietudes, como las alegr¨ªas, est¨¢n hechas para ser compartidas. Gracias al lenguaje, ning¨²n ser humano es una isla. Contar a personas de confianza lo que nos turba es una forma saludable de organizar las ideas y de tranquilizarnos. En este sentido, las relaciones con otras personas constituyen el mejor ant¨ªdoto contra los efectos perjudiciales del estr¨¦s. Quienes se sienten parte de un grupo solidario -bien sea una pareja, la familia, las amistades o una organizaci¨®n cuyos miembros se apoyan mutuamente- superan los sentimientos de desasosiego e inseguridad mucho mejor que aquellos que carecen de una red social de soporte emocional.
Cualquier reflexi¨®n seria sobre el estr¨¦s de nuestro tiempo nos obliga a enfrentarnos con la fragilidad y la impotencia que sentimos ante las complejas fuerzas sociales y pol¨ªticas que nos acosan y que somos incapaces de controlar. A la vez, sin embargo, nos revela el hecho reconfortante de que los seres humanos debemos nuestra posici¨®n de privilegio en la Tierra a la extraordinaria capacidad de adaptaci¨®n y recuperaci¨®n que hemos demostrado de sobra a lo largo de milenios.
Luis Rojas Marcos es psiquiatra y ex presidente del Sistema de Sanidad y Hospitales P¨²blicos de Nueva York.
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