De la vocaci¨®n atlantista de Espa?a
A lo largo de las ¨²ltimas semanas, un buen n¨²mero de periodistas extranjeros me han asaltado indagando las razones que podr¨ªan explicar la posici¨®n radicalmente atlantista del Gobierno del PP, que habr¨ªa alterado las prioridades de la pol¨ªtica exterior espa?ola poniendo a Washington por delante de Bruselas y rompiendo as¨ª el consenso sobre pol¨ªtica exterior laboriosamente conseguido durante la transici¨®n. Como creo, sin embargo, que esta posici¨®n no es tan nueva como puede parecer y es bastante sensata si se matiza adecuadamente, tratar¨¦ de exponer algunos argumentos a favor seg¨²n yo los entiendo, no sin antes advertir que ello tiene s¨®lo una conexi¨®n remota con el tema de la guerra de Irak. Es decir, se puede ser atlantista convencido y estar en contra de la guerra (como le ocurr¨ªa, por ejemplo, a no pocos brit¨¢nicos y a bastantes espa?oles), pero tambi¨¦n viceversa, de modo que quiz¨¢s un moderado atlantismo puede ser una v¨ªa para recuperar el (o al menos alg¨²n) consenso en pol¨ªtica exterior, hoy, m¨¢s que deteriorado, pr¨¢cticamente enterrado.
La primera raz¨®n de ese firme atlantismo, y ¨¦sta s¨ª ha sido explicitada con reiteraci¨®n por el Gobierno, es, sin duda, el antiterrorismo. Que ETA y sus derivados sean, como son, el principal problema pol¨ªtico de Espa?a permite comprender que frente al 11-S y la puesta de largo del megaterrorismo, este Gobierno se siente m¨¢s pr¨®ximo a la percepci¨®n de amenaza de los americanos que a la europea. La colaboraci¨®n antiterrorista de EE UU parece culminar as¨ª una estrategia de aislamiento internacional de ETA que comenz¨® con la colaboraci¨®n con Francia, pero que ha continuado con importantes medidas tomadas el a?o pasado en el marco de la UE a impulso del 11-S y de la presidencia espa?ola. Puede que la opini¨®n p¨²blica espa?ola no perciba la relevancia de esa colaboraci¨®n (como s¨ª percibe, afortunadamente, la de Francia), pero sin duda parece ser importante para el Gobierno m¨¢s all¨¢ de los rendimientos que pueda estar produciendo y sobre lo cual carezco de informaci¨®n alguna (aunque la inclusi¨®n de Batasuna en la lista de grupos terroristas es un paso de gran importancia).
La segunda raz¨®n afecta plenamente al proyecto mismo de Europa, a la Europa que interesa a los espa?oles. Pues al poco de que Espa?a se integrara plenamente en ese proyecto la ampliaci¨®n lo desequilibra posicionando de nuevo a Espa?a en los m¨¢rgenes surorientales de la Uni¨®n. Se comprende que, en tanto Alemania sea el n¨²cleo duro de Europa y Francia el gestor pol¨ªtico de Alemania, ambos pa¨ªses est¨¦n interesados en una Europa geogr¨¢ficamente continental, pol¨ªticamente federal y que (econ¨®micamente) reproduzca sus estructuras internas proteccionistas, una Europa que corre, pues, el riesgo de transformarse en una Europa-fortaleza. El creciente desinter¨¦s de Europa por Am¨¦rica Latina, e incluso por el Mediterr¨¢neo, refuerzan ese riesgo.
Pero a Espa?a le interesa una Europa abierta y atlantista que la vincule con Am¨¦rica Latina (como Gran Breta?a la vincula con Am¨¦rica del Norte), y en ese proyecto nuestras alianzas naturales son, por supuesto, Portugal y el Reino Unido, y no un supuesto eje que vaya de Francia a China pasando por Alemania y Rusia, que es m¨¢s un quilombo que una alianza y que nos proyectar¨ªa en direcci¨®n equivocada. Por lo dem¨¢s, si Europa tiene dificultades para articular una pol¨ªtica exterior com¨²n (y en eso Irak es efecto m¨¢s que causa), carece por completo de posibilidad de articularse a corto plazo como un espacio de seguridad aut¨®nomo. E incluso si estuviera dispuesta a hacer el esfuerzo presupuestario necesario (y ni la coyuntura econ¨®mica ni la pol¨ªtica ayudan nada), tardar¨ªa no menos de quince a?os (y probablemente m¨¢s) en alcanzar resultados tangibles, de modo que pretender construir Europa contra los Estados Unidos es una temeridad que quiz¨¢s puede permitirse Francia, pero que nosotros, como los pa¨ªses del Este, debemos evitar (y que explica la postura hacia la guerra de Irak de los halcones Havel, Michnick, Geremek o Enzesberger). La Europa que a Espa?a interesa no es, ciertamente, una Europa d¨¦bil ni menos insegura y, para evitarlo, el eje franco-alem¨¢n es imprescindible. Pero no es suficiente, como ha puesto de manifiesto el aislamiento de Francia (o, para ser m¨¢s precisos, de Chirac) en la OTAN primero y en la UE despu¨¦s. Estamos muy lejos de la Europa de los a?os ochenta, y la del futuro es otra, abierta a la globalizaci¨®n, competitiva y que mire al oeste y tambi¨¦n al sur.
Y el sur de Europa es ciertamente otro de los argumentos. El diferencial de renta per c¨¢pita entre Europa y el Magreb es de 1 a 12, el mayor de cualquier frontera del mundo, dos veces mayor que el existente entre M¨¦xico y los Estados Unidos. Si sobre ese dato a?adimos el diferencial demogr¨¢fico entre ambas orillas del Mediterr¨¢neo, la acelerada urbanizaci¨®n de la ribera sur, la inestabilidad de sus "democracias" y el fundamentalismo isl¨¢mico, el riesgo de que Espa?a se encuentre (de nuevo) en la frontera de un conflicto hist¨®rico de civilizaciones dista de ser balad¨ª. Por supuesto, nos corresponde hacer m¨¢s que a nadie para evitarlo y debemos estar en la vanguardia del todav¨ªa imprescindible NAFTA sobre el norte de ?frica y de la resoluci¨®n del conflicto palestino. Pero tambi¨¦n nos corresponde prever su posibilidad, por improbable que parezca hoy (y cada vez lo es menos). Pues bien, la experiencia hist¨®rica remota (S¨¢hara) y reciente (Perejil) pone de manifiesto que en este tema poco podemos esperar de nuestros vecinos y ni siquiera de la UE. Que haya tenido que ser Colin Powell quien garantiz¨® a la postre la buena soluci¨®n de la crisis de Perejil (rid¨ªcula en s¨ª misma si no fuera por ser un test en toda regla), es un dato que no debemos olvidar. Por decirlo en lenguaje diplom¨¢tico: Espa?a debe conservar y reforzar su tradicional amistad con los pa¨ªses ¨¢rabes, pero no puede olvidar que el principal riesgo para nuestra seguridad est¨¢ tambi¨¦n all¨ª y que, frente a ese riesgo, la UE se ver¨ªa diplom¨¢ticamente paralizada y ser¨ªa (al menos en el corto plazo) estrat¨¦gicamente impotente.
Y finalmente, la otra gran prioridad de la pol¨ªtica exterior de Espa?a: Am¨¦rica Latina. Que cubre, por supuesto, una historia y una cultura com¨²n, pero tambi¨¦n cuantiosas inversiones de las que depende un buen pellizco de nuestro PIB: nada menos que un 7% de los beneficios netos de las empresas que cotizan en Bolsa y un 1% del PIB en exportaciones a la regi¨®n. Pero Am¨¦rica Latina est¨¢ cada vez m¨¢s lejos de Europa y m¨¢s cerca de los Estados Unidos, pues el viejo "patio trasero" de la Rep¨²blica Imperial empieza a ser industrializado y el primer inversor en el continente es, por supuesto, Estados Unidos. Am¨¦rica Latina tiene hoy dos importantes capitales econ¨®micas: una est¨¢ en Madrid, pero la otra est¨¢ en Miami. Pues bien, si algo muestran las crisis recientes (en Argentina y otros pa¨ªses) es que la seguridad de la inversi¨®n espa?ola en Am¨¦rica Latina (la seguridad de la riqueza de nuestros inversores, la mayor¨ªa fondos de pensiones, por cierto), tiene bastante m¨¢s que ver con la pol¨ªtica exterior de los Estados Unidos que con la de la UE.
Pero en el marco americano hay bastante m¨¢s en juego para Espa?a. Actualmente hay dos grandes melting-pot de la "iberoamericanidad" en gestaci¨®n, de una verdadera "hispanidad". Uno de ellos es, sin duda, Espa?a, y la emigraci¨®n latinoamericana (lo veremos m¨¢s y m¨¢s cada d¨ªa) es uno de nuestros principales activos, especialmente frente a una Europa envejecida e incapaz de gestionar positivamente sus flujos migratorios. Pero el otro gran melting-pot de la hispanidad son los Estados Unidos. El pasado mes de enero, la Oficina del Censo anunciaba que los 37 millones de hispanos de ese pa¨ªs eran ya la primera minor¨ªa ¨¦tnica (si es que ese sustantivo puede utilizarse para aludir a un grupo cuya fusi¨®n es puramente cultural), pero ser¨¢n 50 millones en el 2015. Sabemos adem¨¢s que su volumen de gasto equivale casi al PIB de Espa?a, de modo que EE UU es ya, en cierto modo, el tercer pa¨ªs hispano del mundo tras M¨¦xico y Colombia y a la par con Espa?a. No creo que los latinos sean la natural constituency de Espa?a y me parecer¨ªa muy arriesgado pretender nada parecido. Pero es indiscutible que algo muy nuevo y pr¨®ximo est¨¢ emergiendo all¨ª, con la important¨ªsima posibilidad (a¨²n muy insegura, es cierto) de que Estados Unidos llegue a ser un pa¨ªs biling¨¹e (lo que depende, entre otras cosas, de lo que hagamos nosotros). De modo que Am¨¦rica Latina est¨¢ saltando desde el r¨ªo Grande hasta Seattle y Chicago, y tanto el sur como el norte del continente son territorio de especial inter¨¦s para Espa?a, que, por ello mismo, necesita una Europa abierta al Atl¨¢ntico, pero tambi¨¦n una buena relaci¨®n con Washington.
Todo ello, si se piensa sosegadamente, dista de ser nuevo. Que las prioridades de la pol¨ªtica exterior espa?ola son el antiterrorismo, Europa, Am¨¦rica Latina y el Mediterr¨¢neo, forman el eje central de nuestra diplomacia, sin duda, desde la transici¨®n o incluso antes, y es aceptado sin dificultad por la opini¨®n p¨²blica. As¨ª, el Bar¨®metro del Instituto Elcano de noviembre pasado mostraba que las prioridades en pol¨ªtica exterior de los espa?oles eran claras: Europa (62% en 1? opci¨®n), Am¨¦rica Latina (39% en 2? opci¨®n) y Mediterr¨¢neo (15% en 2? opci¨®n). Pero, curiosamente, tambi¨¦n en segunda opci¨®n, pero por delante del Mediterr¨¢neo, figuran los Estados Unidos, con un 22%. Lo que cambian no son, pues, las prioridades, sino las circunstancias sobre las que proyectar esas prioridades. No es la estrategia, sino la t¨¢ctica, lo que debe modularse exigiendo que al polo tradicional de Bruselas (y de sus dos motores: Par¨ªs y Berlin) se sume el de Washington. Si Espa?a estuviera en los a?os ochenta, fuera a¨²n peque?a y estuviera ensimismada en los problemas de su articulaci¨®n democr¨¢tica, nada de esto ser¨ªa necesario. Que hoy lo sea es m¨¦rito, entre otros, de quienes pusieron los cimientos de una Espa?a din¨¢mica, abierta al mundo e internacionalizada, y que, por ello mismo, no deben menospreciar que, para llegar al mismo sitio, hoy puede ser necesario manejar m¨¢s variables.
Lo que significa, finalmente (y no es poco), que el atlantismo no es ni puede ser "la" pol¨ªtica exterior de Espa?a. Es una de sus dimensiones principales y por ello matiza todas las dem¨¢s. Pero sin sustituirlas en absoluto. De modo que debemos sortear el riesgo de que este atlantismo perjudique algunos de los vectores tradicionales, y para eso necesitamos una buena diplomacia con mayores recursos. Espa?a es relevante en Europa porque es tambi¨¦n Iberoam¨¦rica y es relevante en Am¨¦rica Latina porque es tambi¨¦n Europa. Eso lo sabemos todos. Pues bien, lo que empezamos a intuir es que, adem¨¢s, Espa?a es relevante en Estados Unidos porque es Europa e Iberoam¨¦rica al tiempo, pero tambi¨¦n viceversa. No es un juego de suma cero, y por ello ni Bruselas (y menos Par¨ªs) puede exigir que Espa?a renuncie a su vocaci¨®n atl¨¢ntica ni Washington, por supuesto, que renunciemos a Europa o Am¨¦rica Latina. En resumen, no debemos poner todos los huevos en la misma cesta, en ninguna de ellas. Y por ello no debemos permitir que nadie nos diga "o conmigo o contra m¨ª".
Emilio Lamo de Espinosa es director del Real Instituto Elcano. Este trabajo refleja ¨²nicamente sus opiniones personales.
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