Max Aub y las m¨¢rgenes
Nada m¨¢s que en estos ¨²ltimos cinco o seis a?os se ha escrito seguramente sobre Max Aub varias veces m¨¢s que en vida suya. A m¨ª el nombre de Max Aub me hace pensar siempre en algunos aspectos de su vida y de su ¨¦poca, o de su vida como emblema de su ¨¦poca, que me siguen fascinando y que sigo intentando descifrar un poco m¨¢s. Esa masa de estudios recientes me ha ayudado sin duda a avanzar alg¨²n paso en ese desciframiento, pero no tengo nada que a?adir a toda la informaci¨®n e iluminaci¨®n que han acumulado tantas personas, muchas de las cuales lo conocieron m¨¢s que yo y todas con seguridad lo han le¨ªdo mejor que yo. Mis ¨²nicos posibles comentarios ser¨¢n siempre anecd¨®ticos, personales y colaterales, partiendo siempre de las coincidencias efectivas de mi vida con su vida.
Ser¨ªa inimaginable que alguien de mi generaci¨®n hubiera estado tan implicado en la historia del siglo XX como Sempr¨²n
Tambi¨¦n ¨¦l hab¨ªa estado en los campos de concentraci¨®n, tambi¨¦n estuvo condenado a muerte
Max hab¨ªa vuelto a Espa?a demasiado tarde y hab¨ªa sufrido incluso la decepci¨®n de no ser detenido
Nada m¨¢s anecd¨®tico y privado, por ejemplo, que el episodio que ha estado invadi¨¦ndome la imaginaci¨®n desde que cog¨ª la pluma para escribir esta p¨¢gina. En 1965 hab¨ªa decidido instalarme por alg¨²n tiempo en Par¨ªs, huyendo de diversos nubarrones que se acumulaban sobre mi vida en M¨¦xico. La tentativa era bastante imprudente, y me encontr¨¦ all¨ª sin dinero, sin relaciones y sin apoyos. Pero Max Aub pas¨® por Par¨ªs, no s¨¦ si prepar¨¢ndose para su juego de la gallina ciega. Ten¨ªa mi direcci¨®n y me busc¨®. "Pero hombre...", me dijo con sus erres germ¨¢nicas cuando vio mi situaci¨®n -y se puso en acci¨®n de inmediato. En unos pocos d¨ªas se las arregl¨® para ponerme en contacto con Bergam¨ªn y presentarme a Emmanuel Robl¨¨s, a Sempr¨²n, a Dyonis Mascolo (del que ya no oigo hablar, pero que era para m¨ª un intelectual de primera y que fue el ¨²nico que me ech¨® una mano -o el ¨²nico que pod¨ªa echarme una mano).
Yo hab¨ªa trabajado para Max hac¨ªa tiempo en la Comisi¨®n de Cinematograf¨ªa y luego hab¨ªa colaborado espor¨¢dicamente en Radio Universidad de M¨¦xico cuando ¨¦l la dirig¨ªa. Pero nunca hab¨ªa ido a las concurridas (e importantes) reuniones en su casa, ni a las famosas comilonas del Bellinghausen donde se encontraba con la plana mayor de la literatura mexicana (y un poquito de la pol¨ªtica), ni ten¨ªa no ya poder alguno sino ni siquiera renombre literario. Estoy seguro de que me ayudaba por aut¨¦ntica bondad, reforzada, por supuesto, con una lealtad al exilio espa?ol, y todo ello envuelto en la idea general de lo que implicaba ser un intelectual, que era entonces un ser humano m¨¢s responsable ante el deber que ning¨²n otro.
Hace poco asist¨ª a unas estupendas conferencias de Sempr¨²n en la Residencia de Estudiantes. No pude dejar de acordarme de Max Aub y de aquellos d¨ªas de Par¨ªs. Evoco ahora aquellas escenas y me parecen llenas de una significaci¨®n que entonces s¨®lo pod¨ªa adivinar nebulosamente. Me parece que ante aquellas personas que vimos juntos una tras otra en pocos d¨ªas, Max y yo flot¨¢bamos en las aguas exteriores, aunque sin duda en playas diametralmente opuestas. Ellos pisaban la roca de la historia, a la que nosotros intent¨¢bamos en vano izarnos desde nuestro chapoteo. Porque lo m¨¢s triste del exilio, tal vez no lo m¨¢s terrible pero s¨ª lo m¨¢s triste, es que nos exilia de la historia. En ese sentido, Sempr¨²n no es un exiliado: un prisionero no es un exiliado, un conspirador, un perseguido no es un exiliado. Quiz¨¢ lo es tambi¨¦n, pero no es lo esencial.
Incluso Bergam¨ªn se hab¨ªa colado un rato en la historia. Hay el chiste del refugiado que declara que va a volver a Espa?a, y cuando sus compa?eros exclaman escandalizados que c¨®mo puede proponerse eso si todav¨ªa est¨¢ all¨ª Franco, contesta: "Con no hablarle...". ?sa es la cosa: no se vence al enemigo con no hablarle, a los tiranos no se los derriba con el mutismo; hay que v¨¦rselas con ellos. Bergam¨ªn hab¨ªa vuelto a Espa?a y hab¨ªa tenido que v¨¦rselas de nuevo con Franco -o bueno, con Fraga, es lo mismo. Ni Max ni yo nos las ve¨ªamos con los protagonistas de la historia. Yo, desde siempre; Max, ya no. ?l hab¨ªa vuelto demasiado tarde y hab¨ªa sufrido incluso la decepci¨®n de no ser detenido. Los exiliados no le hablaban a Franco ni le hablaban a la historia, pero es porque la historia no les hablaba a ellos. Un exiliado puede ser tambi¨¦n guerrillero, maquis, voluntario, preso de los campos de concentraci¨®n; pero en cuanto exiliado es hombre al agua. Los exiliados de M¨¦xico no ¨¦ramos ni guerrilleros ni presos.
Max ten¨ªa unos 20 a?os m¨¢s que Sempr¨²n, los exiliados de M¨¦xico de mi generaci¨®n unos pocos menos. Ser¨ªa inimaginable que alguien de mi generaci¨®n hubiera estado tan implicado en la historia del siglo XX como Sempr¨²n. Pero tambi¨¦n que Sempr¨²n escribiera La gallina ciega. Tambi¨¦n Max hab¨ªa estado en los campos de concentraci¨®n, tambi¨¦n estuvo condenado a muerte, tambi¨¦n era amigo de Malraux y hab¨ªa circulado entre la gente que dejaba huella en la historia. Pero luego hab¨ªa pasado a esa situaci¨®n mucho menos terrible, pero m¨¢s triste, como dec¨ªa, del exiliado que no puede v¨¦rselas con los tiranos.
Al evocar ahora a Max hablando en Par¨ªs con Sempr¨²n, con Bergam¨ªn, con Emmanuel Rob¨¨s (que era un poco como hablar por delegaci¨®n con Camus), con Dyonis Mascolo (que hab¨ªa sido uno de los promotores del Manifiesto de los 121), me parece ahora que ante m¨ª hab¨ªa en su actitud un punto de orgullo melanc¨®lico. Sab¨ªa sin duda que yo, deportado fuera de la historia desde mi m¨¢s tierna edad, estaba deslumbrado por la amistad y la cercan¨ªa que le mostraban esos personajes que hab¨ªan contribuido a salvar literalmente al mundo, y que todav¨ªa entonces, en esos a?os que segu¨ªan siendo reflexivos y esclarecedores e incubaban el 68, segu¨ªan respondiendo activamente a sus deberes de intelectuales. Me dejaba ver y admirar esa cercan¨ªa, pero con una ligera nostalgia de jubilado de la historia, porque aunque no hab¨ªa experimentado todav¨ªa la fatal inexistencia del regresado, no hay duda de que ya le habitaba, como a todos los exiliados, esa sospecha.
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