Sabores agridulces
Cuando se produjo el desastre del 98, Clar¨ªn proclam¨® que no hab¨ªa por qu¨¦ ensartar tonter¨ªas so pretexto de lo ocurrido. Los resultados de las elecciones, sucesos de menor magnitud, producen ese efecto. Entre los pol¨ªticos pocos piensan verdaderamente lo que dicen, pero son menos los que dicen lo que piensan: se quedan en lo dulce que los resultados les puedan sugerir y para nada tienen en cuenta c¨®mo librarse de la sensaci¨®n de mal sabor que tambi¨¦n proporcionan. Pero unas elecciones no s¨®lo constituyen una radiograf¨ªa de una sociedad sino que adem¨¢s encierran ense?anzas.
Dejemos claras algunas. Partamos de dos datos esenciales: la pol¨ªtica exterior, en general, influye poco y los resultados de las municipales no acostumbran a producir ruptura. Se ha asegurado que las elecciones de 1995 la supusieron -gan¨® el PP excepto en 7 capitales de provincia-, pero esos resultados hab¨ªan venido precedidos por las europeas de 1994 en que la derecha sobrepas¨® en 10 puntos al PSOE. Lo normal es la continuidad, pero si las expectativas por ambas partes les dan un aire de primarias el resultado tiene que ser agridulce, como respuesta de una sociedad que todav¨ªa no lo tiene claro.
Con respecto a Aznar, ha llevado a cabo una buena campa?a, intensa, de una extremada simplificaci¨®n, llevando la iniciativa y espaciando propuestas. Ha sacado no ya el doberman sino un pit bull tocando a rebato a los suyos; se puede abominar de todo ello, como quien suscribe, pero no negar la efectividad. Graci¨¢n aconsej¨® que los pol¨ªticos hicieran "lo desapacible y lo comprometido por terceros". Esa doctrina funcion¨® en el desdoblamiento entre Gonz¨¢lez y Guerra, pero Graci¨¢n no hab¨ªa previsto el caso de un pol¨ªtico en aparente retirada y, por tanto, libre de ataduras. Es muy improbable que la mala opini¨®n acerca del Gobierno haya cambiado, pero una parte de la sociedad espa?ola tiene m¨¢s reservas a¨²n respecto de una izquierda prepotente que pareci¨® conquistar la calle. De nuevo, como en tantas ocasiones, es de aplicaci¨®n en este caso la doctrina de Machado: a base de apuntar hacia el horizonte la progres¨ªa espa?ola no parece resguardarse de los temibles culatazos. Esa lecci¨®n debiera ser asumida por ella. Pero la derecha poco puede aprender de lo sucedido: es improbable que despu¨¦s de ocho a?os pueda fabular medidas que no puso en pr¨¢ctica o amenazar de nuevo con el trampantojo del rojer¨ªo. Necesita candidato y tiempo para, siendo lo mismo, despegarse de ese gran profesional con pocos escr¨²pulos llamado Jos¨¦ Mar¨ªa y ganar en la disputada carrera de 2004.
Zapatero debiera pensar que la renovaci¨®n generacional est¨¢ bien pero no basta y que un estilo oportuno no exime de un programa con el que se consiga ir por delante del adversario. Tan importantes como los j¨®venes son las clases medias urbanas profesionales. Lippmann escribi¨® que cualquier sociedad quiere ser gobernada, a ser posible libremente; el ideal ser¨ªa que fuera bien administrada, pero lo m¨ªnimo es tan solo ser gobernada. No se perdona, pues, a quien quiere ser presidente, la sola apariencia de biso?ez o inconsistencia; tampoco a alg¨²n candidato municipal.
Una ¨²ltima lecci¨®n se refiere al Pa¨ªs Vasco. A sus pol¨ªticos -nacionalistas y antinacionalistas- y a sus publicistas les sucede lo que se suele atribuir a los diplom¨¢ticos: que son gente normal pero ellos mismos no lo saben. La combinaci¨®n entre presi¨®n legal (de PP-PSOE) y seducci¨®n (de PNV-IU) ha producido una disminuci¨®n del voto radical y una posible irrelevancia pol¨ªtica de este sector. Al mismo tiempo la sociedad sigue dividida en dos mitades casi id¨¦nticas. Se puede esperar a una nueva vuelta electoral (?cuantas m¨¢s son necesarias?) para que aparezca la soluci¨®n milagrosa. Pero, a riesgo de padecer la en¨¦sima embestida de Savater, ?no ser¨ªa lo m¨¢s normal remitirla a que los partidos democr¨¢ticos empiecen a reconstruir un m¨ªnimo de consenso? Cuanto m¨¢s transversales y menos frentistas sean los pactos vascos m¨¢s posibilidades existir¨¢n. Porque el Pa¨ªs Vasco es como esas estatuas de Chillida en que los varios brazos se entrelazan en diferentes planos.
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