Locos por Annika
Si hace diez o quince a?os a un jugador de golf le hubieran dicho que una mujer quer¨ªa participar de igual a igual en un torneo de hombres, ¨¦ste se habr¨ªa echado a re¨ªr.
-?Bromea o qu¨¦?
Por aquel entonces, el clich¨¦ de la jugadora de golf representaba a una mujer con bermudas, preferentemente culona, y con un visor de pl¨¢stico r¨ªgido en la frente de aire r¨ªdiculo, precariamente prendido para no estropear ampulosos cardados, pelos lacados y ahuecados.
Mientras el tenis, el atletismo, la nataci¨®n, otros deportes ol¨ªmpicos, lanzaban al mundo la imagen de una mujer independiente y fuerte, tan capaz de proezas f¨ªsicas -velocidad, resistencia, fuerza- y mentales como el hombre, el golf era un deporte de gentlemen y de etiqueta, cosa de arist¨®cratas con tiempo libre. Y las mujeres se adaptaban perfectamente al papel sumiso que se supon¨ªa deb¨ªan representar.
La golfista sueca, de 32 a?os, no entiende la vida si no la transforma en un desaf¨ªo cotidiano. Cada a?o m¨¢s. Es la 'superwoman' del golf
Su vida est¨¢ regida por la filosof¨ªa pragm¨¢tico-idealista de su entrenadora, que se resume en 'Visi¨®n 54': una ronda perfecta de golf -18 'birdies', 54 golpes- es posible
Pero cuando hace unos meses la jugadora sueca Annika Sorenstam anunci¨® que iba a disputar un torneo del circuito americano de golf, que ser¨ªa la primera mujer que se atrever¨ªa a entrar en un santuario masculino desde 1945 -el a?o en que lo hizo la pionera, Babe Didrikson Zaharias-, pocas fueron las sonrisas de suficiencia que la respondieron. Mezclada con un cierto escepticismo, la reacci¨®n mayoritaria masculina fue de respeto, ¨¢nimo, miedo y expectaci¨®n. Aunque, claro, tambi¨¦n el sector machista pidi¨® el derecho a opinar, y por boca del jugador de Fiyi Vijay Singh, uno de los mejores del mundo, declar¨® que un torneo masculino "no era un sitio en el que pudiera estar una mujer". Dijo Singh: "Si me toca jugar en el mismo partido que ella, cosa que no espero que suceda, me retiro".
Tal fue el alud de cr¨ªticas de sus compa?eros, adeptos a lo pol¨ªticamente correcto, que el desdichado fiyiano primero rectific¨®, dio marcha atr¨¢s, y despu¨¦s se retir¨®, antes de saber siquiera si le emparejar¨ªan con la sueca, lo que no habr¨ªa sido el caso.
Seg¨²n se acercaba el torneo, que se jug¨® la pasada semana en el Colonial Country Club de Fort Worth (Tejas), aumentaba la aprensi¨®n del sector masculino y la expectaci¨®n de los medios de comunicaci¨®n, que, pese a que Sorenstam hab¨ªa querido dejar bien claro que el asunto era "un desaf¨ªo puramente personal" para conocer sus l¨ªmites, rodearon al evento de un aura de batalla de los sexos, recordando un hist¨®rico partido de tenis de hace 30 a?os, en el que Billie Jean King, la mejor jugadora del momento, derrot¨® a un veterano tenista de 55 a?os llamado Bobby Riggs que hab¨ªa ganado el torneo de Wimbledon en 1939.
Pese a que la evoluci¨®n del golf femenino ha sido espectacular en los ¨²ltimos a?os -las mujeres cuentan ya con su propio circuito y se han convertido en verdaderas profesionales- y las golfistas est¨¢n muy lejos de los estereotipos pasados -en los ¨²ltimos cinco a?os han aumentado en 50 metros la distancia que alcanzan, como media, con el driver-, s¨®lo una jugadora estaba cualificada y mentalizada para infiltrarse en el medio masculino, una golfista que juega con pantalones largos y gorra completa, de melena corta y suelta: Annika Sorenstam.
La golfista sueca, de 32 a?os, no entiende la vida si no la transforma en un desaf¨ªo cotidiano. Cada a?o m¨¢s, cada a?o m¨¢s. Es la superwoman del golf.
Annika Sorenstam, que ya ha escrito su biograf¨ªa y la ha titulado Dare to be the best (Atr¨¦vete a ser la mejor), se levanta a las 4.30 de la madrugada para hacer flexiones. Hace hasta mil, y su marido, David Esch, que es tambi¨¦n su agente, su secretario, su chico para todo y, a veces, hasta su caddie, se levanta con ella para contarle las veces que besa la alfombra del dormitorio. Despu¨¦s de desayunar -s¨®lo bebidas energ¨¦ticas, prote¨ªnas, carbohidratos; por favor, todo medido, pesado y calculado-, Sorenstam se encierra en el gimnasio de su casa de Florida y le da duro a las pesas. Vida de atleta. M¨¢s tarde saldr¨¢ al campo a golpear bolas. Y luego se encerrar¨¢ en la cocina -ser¨ªa cocinera profesional si no fuera golfista-, y m¨¢s tarde dar¨¢ m¨¢s golpes a las bolas. Y a¨²n tendr¨¢ tiempo para practicar el k¨¢rate -es cintur¨®n negro-, el snowboard, ir a un concierto de Madonna o pensar en decorar sus casas, la de Orlando o la de Montana. Como buena sueca, es una adicta a Ikea y echa de menos una tienda azul y amarilla en Estados Unidos.
Pasi¨®n por la perfecci¨®n
Su vida est¨¢ regida por la filosof¨ªa pragm¨¢tico-idealista de su entrenadora, Pia Nilsson, que se resume en su enunciado, Visi¨®n 54: una ronda perfecta de golf -18 birdies, 54 golpes- es posible. En la vida todo es posible, todo consiste en plantearse objetivos cada vez m¨¢s elevados.
En 2001, Sorenstam se convirti¨® en la primera jugadora que baj¨® de 60 golpes en una ronda de competici¨®n. En 2002, su objetivo era igualar la marca de 13 victorias, que es el r¨¦cord del circuito. Se qued¨® en 11 (de 23 intentos), pero no dej¨® de ser una marca extraordinaria que bat¨ªa su r¨¦cord previo de ocho victorias en 2001. Tambi¨¦n gan¨® su quinto t¨ªtulo de mejor jugadora del a?o, destroz¨® el anterior r¨¦cord de media de golpes de ronda (baj¨® de 69) y se embols¨® casi tres millones de d¨®lares en premios, para un total acumulado en toda su carrera de 11 millones de d¨®lares, cantidad que ninguna otra jugadora ha conseguido jam¨¢s.
Despu¨¦s de tama?os logros, los objetivos para 2003 ten¨ªan que ser ¨²nicos. "Quiero medir el nivel de mi juego comparado con el de los hombres", dijo. ?sa era su tarea. En ella se concentr¨® y en ella brill¨®. Compiti¨® en un torneo masculino, y aunque no pas¨® el corte, no hizo el rid¨ªculo como muchas compa?eras tem¨ªan, lo que habr¨ªa sido catastr¨®fico para la credibilidad del circuito femenino. El golf es un deporte en el que el factor f¨ªsico no es m¨¢s importante que el talento o la fuerza mental. Sorenstam no alcanz¨® su objetivo no por no estar a la altura en el juego f¨ªsico, sino al fallar en el mental, representado por los golpes con el putter en el green. Finalmente se rindi¨® ante una presi¨®n que ella no hab¨ªa convocado.
Augusta National Golf Club: el ¨²ltimo reducto de lo masculino
ANNIKA SORENSTAM PODR?A ganar alg¨²n a?o el Masters de Augusta, pero nunca podr¨ªa ser socia del club que lo organiza. Podr¨ªa ponerse la chaqueta verde que distingue al ganador del torneo m¨¢s prestigioso del mundo, pero si quisiera ir a pasar la tarde dando unas bolas, tomando una copa en el bar o cenando en el restaurante, deber¨ªa esperar a que la invitasen o -si a su marido le cooptaran- entrar como c¨®nyuge, igual que todas las esposas: el Augusta National Golf Club, de Augusta (Georgia), en el profundo sur, es una instituci¨®n que no admite mujeres socio.
Martha Burk, la presidenta del Consejo Nacional de Organizaciones Feministas de Estados Unidos (NCWO), escribi¨® una carta al presidente de Augusta, Hootie Johnson, record¨¢ndole sus deberes, dici¨¦ndole que un club privado que organiza un torneo p¨²blico de tanta transcendencia medi¨¢tica como el Masters no pod¨ªa, en los tiempos que corren, negarse a las mujeres, invit¨¢ndole amablemente a romper la tradici¨®n.
Hootie Johnson, evidentemente, entendi¨® la carta como un chantaje y perdi¨® los nervios y la calma que se le supone a una persona que se reclama heredero de la tradici¨®n hospitalaria sure?a. ?l, que como presidente del principal banco de la regi¨®n y pol¨ªtico dem¨®crata propici¨® la integraci¨®n racial en la zona, empeor¨® el asunto contestando a la petici¨®n de Burk con frases as¨ª: "Augusta no toma decisiones a punta de bayoneta. Nuestros socios decidir¨¢n si admiten mujeres en Augusta. Somos un club en el que nos gusta reunirnos a los hombres para hablar de nuestras cosas, igual que hay clubes exclusivamente femeninos".
La respuesta propici¨® el enfrentamiento, las manifestaciones femeninas en los alrededores del club durante el Masters y que, por primera vez, las retransmisiones televisivas del torneo de golf no estuvieran saturadas de publicidad: previsoramente, para evitar un boicoteo femenino a los productos de sus patrocinadores -Cadillac, Coca-Cola...-, el club prescindi¨® de ellos y de los millones de d¨®lares que ingresaban. Pero tanta presi¨®n s¨®lo vali¨® para que el club se enquistara: cada grito feminista era un argumento m¨¢s para la cerraz¨®n masculina. Antes pobres -o menos ricos: en Augusta, todos los socios son millonarios presidentes de consejos de administraci¨®n de grandes multinacionales- que admitir mujeres.
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