Todos los cigarrillos
No hay d¨ªa en que no desee fumar. Empec¨¦ a hacerlo a los 14 a?os, por la calle. Cuando cre¨ªa que los s¨ªmbolos val¨ªan como los hechos. Lo dej¨¦ hace poco m¨¢s de un a?o. Y s¨¦ que no volver¨¦. Porque la rendici¨®n es feroz. Me ocurri¨® una vez.
No esperen de m¨ª una actitud moral. No hay rectitud en dejar de fumar ni en hacerlo, como no lo hay en dormir o no con serpientes. Cuesti¨®n de inclinaciones. El mordisco de una cobra resulta m¨¢s noble que el veneno acumulado, una cajetilla tras otra. Lo que mata es vivir, cierto. Pero lo infecto es la forma en que el tabaco mata.
Es el enga?o lo que apesta. No responsabilizo a nadie por mi salud, ni por el c¨¢ncer de garganta que acab¨® con mi padre fumador, o el tumor de pulmones que mat¨® a mi hermano. Sin embargo, el enga?o existe. Y no se corrige prohibiendo las pel¨ªculas en donde se fuma, sino persiguiendo a las grandes marcas que se han enriquecido con la muerte. Cerr¨¢ndolas.
La primera vez que abandon¨¦ el cigarrillo dur¨¦ a?o y medio y no tuvo m¨¦rito. Ocurri¨® como consecuencia de un ataque de agotamiento, durante la gira de presentaci¨®n de un libro. Cuando me puse bien, volv¨ª. Como una fiera.
Cuando lo dej¨¦ por segunda vez sab¨ªa lo que hac¨ªa. Terenci Moix ten¨ªa una de sus crisis. Lo dejamos juntos, ¨¦l volvi¨® y yo no. Pero yo odiaba mi respiraci¨®n, el tufo, los besos que me devolv¨ªan impregnados de mi aliento. El olor de mi ropa, de la tapicer¨ªa de mi piso. Odiaba las cosas peque?as que el tabaco te arrebata. Claro que, en el pasado, hab¨ªa constituido un gran consuelo. Pero ya fum¨¦ todos los cigarrillos del d¨ªa.
Crec¨ª siendo una ni?a asm¨¢tica. No quiero ser una vieja asfixiada por el resuello de Marlboro. Pero nunca le olvidar¨¦. Como a los mejores asesinos de mi vida.
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