Tras la derrota, un recuerdo
Holanda, una tarde dorada de septiembre. Estamos en Hilvesum, ciudad pr¨®xima a La Haya. Nos encontramos visitando el ayuntamiento, un hist¨®rico edificio de 1928 realizado por Dudok, magn¨ªfico arquitecto holand¨¦s cuyos mejores obras se centran en este periodo. El sol a¨²n se mantiene espl¨¦ndido dentro de la tarde que comienza a declinar.
El Ayuntamiento -su magn¨ªfico porte y los tesoros de su interior bien se merecen la may¨²scula- es la gran obra que los ciudadanos admiran y cuidan. Nos lo ense?a uno de los concejales. El exterior, compuesto por bloques rectangulares y con una torre que sobresale del conjunto, es de ladrillo visto, dentro de la gran tradici¨®n holandesa. Estamos en los primeros a?os del llamado racionalismo o m¨¢s propiamente movimiento moderno. Y este ayuntamiento, lleno de motivos art d¨¦co, es una buena muestra de estos inicios.
Nuestro gu¨ªa nos conduce al interior del edificio y va abri¨¦ndonos las puertas, ense?¨¢ndonos con delicadeza las diferentes estancias. Las ventanas son amplias, generosas y tras ella irrumpe un amable paisaje urbano con su sosegado bullicio y entra una generosa luz, tan necesaria en estos pa¨ªses de invierno oscuro. Poco a poco descubrimos las puertas de madera noble, las contraventanas perfectamente trabajadas, las minuciosas tallas de los techos, la policrom¨ªa de los motivos ornamentales, la integraci¨®n del conjunto y su variedad. Las estancias de la primera planta est¨¢n distribuidas consecutivamente, sin pasillos, de manera que la una se abre sobre la otra, y las calculadas distancias y medidas de cada una de ellas forman un amplio conjunto unitario que a la vez tiene la propiedad de articularse y dividirse. Deambulamos por los distintos espacios y, como en Tirant lo Blanch, cuando ¨¦ste va al palacio de los reyes, las habitaciones fluyen consecutivamente, "sala rere sala", con una especie de gravedad natural, sin ficciones. Pero esta direcci¨®n clara y recta se quiebra a momentos para dar paso a los patios interiores laterales. ?stos, abiertos a la luz y al cielo (tomen buena nota de ello nuestros pol¨ªticos actuales los cuales, atacados de un irreflexivo mal de piedra, cual nuevos ricos, se dedican, sin preguntar a nadie, a cubrir hermosos patios de edificios p¨²blicos), son como peque?os y cuidados jardines con plantas, senderos de guijarros y fuentes art d¨¦co. De manera que enriquecen de relajaci¨®n y de frescura los solemnes interiores de la primera planta.
Pero en aquel momento el Ayuntamiento tuvo que hacer frente a una prosaica realidad de presupuestos. El concejal, de repente, posiblemente percibiendo la receptividad del peque?o grupo que formamos, se agacha y levanta una esquina de la gran alfombra que cubre el centro de una de las salas: y aparece un tosco suelo de mortero de cemento oculto bajo ella. El detalle nos sorprende, pues todo el pavimento es de baldosas formando dibujos de vivos colores donde el dorado brilla, alegre y resplandeciente. El concejal explica, bajando el tono de voz, como si quisiera contarnos una confidencia, que no hab¨ªa suficiente dinero y el edificio resultaba demasiado caro, de forma que Dudok tuvo que hacer alguna modificaci¨®n sin da?ar la concepci¨®n de la obra.
Comprendimos la enorme lecci¨®n que se ocultaba bajo la alfombra. Una lecci¨®n hist¨®rica de econom¨ªa p¨²blica y de honradez. El concejal nos estaba transmitiendo aquella voluntad de hacer una obra hermosa, s¨ª, pero teniendo siempre en cuenta que se estaba construyendo con dinero p¨²blico. De manera que no le avergonz¨® ense?arnos el cambio de pavimentaci¨®n; al contrario, se le ve¨ªa satisfecho. Y fue esto, su actitud, lo que nos gust¨® y nos dio que pensar m¨¢s que el detalle en s¨ª. Transcurridos setenta a?os largos de la fecha de terminaci¨®n del edificio, permanec¨ªa en la memoria aquel ajuste presupuestario que bien podemos traducirlo como de lealtad a la comunidad.
La tarde avanzaba. El bullicio de la calle iba apag¨¢ndose, de la misma manera que las estancias de Dudok cobraban colores cobrizos, el oro perd¨ªa su brillo y los patios se oscurec¨ªan levemente. Dijimos adi¨®s a la peque?a ciudad que cobijaba aquella obra espl¨¦ndida. Espl¨¦ndida y adecuada, integrada, aceptada, querida. Percib¨ªamos claramente que un edificio no s¨®lo lo hace un arquitecto. Lo vivifica una ¨¦poca y tiene la marca de un pueblo. Es una obra personal donde la colectividad, de una manera o de otra, deja su impronta.
En nuestra dura realidad actual, en el aqu¨ª y en el ahora, creo que nos falta muchas cosas por aprender, sobre todo en el continuo y laborioso trabajo de ir haciendo la democracia. Comparado lo que acabamos de exponer con las obras fara¨®nicas que se est¨¢n realizando en Valencia y las que quiz¨¢s quedan por venir (recuerde el lector la amenaza que pende sobre nuestros bolsillos y sensibilidades est¨¦ticas: el costos¨ªsimo y por otra parte absolutamente innecesario recubrimiento del IVAM), la diferencia de actitudes pol¨ªticas son evidentes. All¨ª se sabe que las cosas p¨²blicas se hacen con dinero p¨²blico, cuya gesti¨®n es muy importante y de la cual hay que dar cuenta. Y que si se invierte en un cap¨ªtulo excesivamente, esto va en detrimento de otros. Por ejemplo, algo que nos est¨¢ ocurriendo: poseer una pl¨¦yade de museos y sufrir una gran escasez de colegios p¨²blicos o una falta alarmante de inversiones en barrios que lo necesitan.
Trini Sim¨® es profesora de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo.
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