El cartero llamar¨¢ varias veces
Mire en su buz¨®n. Si, tras la Convenci¨®n, los Gobiernos llegan a un acuerdo sobre la Constituci¨®n Europea, es probable que se someta a refer¨¦ndum en varios pa¨ªses, entre ellos Espa?a. Cabe recordar que una parte del fracaso del primer refer¨¦ndum en Dinamarca sobre el Tratado de Maastricht (tratado que llev¨® al euro, y esta Constituci¨®n no contiene ning¨²n proyecto de tal envergadura) es que se reparti¨® en los buzones y result¨® pr¨¢cticamente incomprensible para la mayor parte de los ciudadanos. Claro, que luego se volvi¨® a votar (como en Irlanda el de Niza), con lo que los tratados europeos parecen ya disponer de, al menos, dos posibilidades en las urnas. ?Ocurrir¨¢ lo mismo con la Constituci¨®n? ?Tendr¨¢ que llamar varias veces el cartero?
La Constituci¨®n, tal como ha salido de la Convenci¨®n, no entusiasma, pese a que, sin duda, tiene un alcance hist¨®rico: el nombre en s¨ª; la incorporaci¨®n de la Carta de Derechos; la eliminaci¨®n del sistema de pilares incomprensible para la mayor parte de los europeos; el avance en la toma de decisiones por mayor¨ªa cualificada y la consiguiente reducci¨®n en la capacidad de bloquear cualquier progreso por un solo pa¨ªs (aunque un gran fallo es que este texto, que forzosamente ha de ser aprobado por unanimidad, no contenga provisiones para que su reforma no se vea bloqueada por un rechazo en uno de los parlamentos o refer¨¦ndums nacionales en una Europa de 25 o m¨¢s); la personalidad jur¨ªdica de la Uni¨®n; la posibilidad de salirse de la UE o de cooperar m¨¢s entre los que quieran; etc. Podr¨ªa haber ido m¨¢s lejos -especialmente en materia de cohesi¨®n econ¨®mica y social (a la que se a?ade la territorial), absolutamente necesaria para vertebrar una Uni¨®n de 25 e incluso su entorno-, al menos en estos aspectos no ha retrocedido, que era un peligro del ejercicio.
Este texto est¨¢ llamado a convertirse en una norma superior a las Constituciones nacionales. Por principio democr¨¢tico, deber¨ªa resultar inteligible para todos y explicable en los colegios y en la calle. Lo es m¨¢s que otros tratados. Aunque el pr¨¦ambulo empieza mal: "Conscientes de que Europa es un continente portador de civilizaci¨®n [?alguno no lo es?], de que sus habitantes, llegados en sucesivas oleadas desde los albores de la humanidad [?cu¨¢les no, ahora que se descubren m¨¢s ancianos restos de Homo sapiens?]...".
Pero, sobre todo, el galimat¨ªas institucional es total, tanto que no s¨®lo no se entender¨¢, sino que no servir¨¢. Crea demasiados personajes para un pueblo tan peque?o: un presidente permanente del Consejo Europeo elegido entre ex miembros del mismo (?por qu¨¦ reducirse a ese colegio hoy por hoy de tan baja calidad?), que, sin exceso de trabajo, competir¨¢ con un ministro europeo de Asuntos Exteriores, que a su vez ser¨¢ vicepresidente de una Comisi¨®n cuyo presidente ser¨¢ nombrado por los Gobiernos y tambi¨¦n querr¨¢ destacar. Demasiados tel¨¦fonos a los que llamar, pues tampoco se suprimen totalmente las presidencias rotarias del Consejo de Ministros, que a veces act¨²a como tal y otras como Consejo Legislativo (con un sistema de votaci¨®n que, con la doble mayor¨ªa, a¨²na el principio de la igualdad de Estados y de la igualdad de los ciudadanos). Adem¨¢s, est¨¢ ese otro poder que olvidara el bar¨®n de Montesquieu, el Banco Central Europeo, y despunta un posible M¨ªster Euro. Por no entrar en otras partes m¨¢s abstrusas que alguien puede tener la tentaci¨®n de curiosear si le llegan por el buz¨®n.
El proyecto, mejorable, marca un deslizamiento del poder hacia los Gobiernos, que no responden de sus decisiones colectivas ante nadie. ?se es el centro del d¨¦ficit democr¨¢tico que no se colma. Se agudiza el error de pensar que con m¨¢s poderes al Parlamento Europeo se refuerza la democracia en Europa. Puede pasar lo contrario si en el camino se debilitan los parlamentos nacionales, hoy por hoy, marco central de la democracia en Europa. Cuidado, pues, de que, pese a los indudables progresos que contiene, esta Constituci¨®n no acabe creando un monstruo de excesivas cabezas.
aortega@elpais.es
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