Contenedor-Europa
Una de las verdades reveladas de los ¨²ltimos tiempos es la de que el Estado-Naci¨®n se muere irremediablemente enfermo de mundialidad. El proyecto de Constituci¨®n europea perge?ado por los convencionales de Giscard, que ma?ana se presenta a los pa¨ªses miembros de la UE, ser¨ªa una prueba de ello, como normativa de un nuevo tipo de agrupaci¨®n de Estados, ya que no propiamente un Estado. No todos coinciden, sin embargo, en el diagn¨®stico. Alan Milburn sostuvo en una c¨¦lebre obra que si Europa se hab¨ªa unido era precisamente para salvar y no enterrar el Estado-Naci¨®n.
Y el dibujo o representaci¨®n gr¨¢fica imaginada que esa futura entidad o cosa europea adopte puede decirnos mucho sobre sus caracter¨ªsticas de funcionamiento. En la Edad Media, el Estado patrimonial pod¨ªa representarse como una fina l¨ªnea vertical que comunicaba lejanamente al soberano con sus s¨²bditos, extendidos ¨¦stos sobre una base horizontal. En medio s¨®lo mediaba un grupito de hombres ligios que, junto con alguna fuerza armada a sus ¨®rdenes directas, constitu¨ªan un escueto brazo pol¨ªtico-militar.
El Estado moderno se fue constituyendo, en cambio, como una pir¨¢mide en la que la base segu¨ªa siendo el s¨²bdito-ciudadano -sobre todo para lo tributario-, pero donde por escalones sucesivos se iba ascendiendo en grado de poder institucional hasta llegar a una c¨²pula superior sobre la que se?oreaba, en la soledad, el jefe del Estado.
Y el Estado-Naci¨®n, a caballo de la industrializaci¨®n, la escolarizaci¨®n, la democracia del n¨²mero y el deber de los ciudadanos de morir por la patria, adopta la forma de un paralelep¨ªpedo -o un zigurat- en el que la copa es una peque?a meseta en la que se acumulan poderes que se controlan unos a otros, se limitan recelosos, y sobre los que, como primus inter pares, cabalga una sola persona. El poder institucionalmente colectivo es, en realidad, inexistente, hasta en Suiza, pero todo el poder es fuertemente colectivo en Occidente.
?Qu¨¦ forma adoptar¨¢, en esta representaci¨®n visual de la distribuci¨®n del poder, la cosa
europea?
Posiblemente, una elipse formada por una constelaci¨®n interconectada de esferas -los Estados miembros- de la que se derivar¨¢n, en geometr¨ªa sumamente variable, unos puntos de encuentro para el ejercicio de un cierto poder com¨²n hacia el exterior, mientras que hacia el interior esas esferas se oponen a la interferencia de los propios poderes que han creado. Todo lo que ha retrocedido el Estado en capacidad de acci¨®n en una econom¨ªa mundializada, o al buscar refugio contra la tiran¨ªa de los poderosos en los foros supranacionales, lo ha ganado en el procesado, etiquetado y empaquetado del individuo dentro de los l¨ªmites internos de su reducida pero profunda soberan¨ªa. Es cierto que la mundializaci¨®n de lo judicial acecha a esa realidad, pero los casos en que cabe pensar en su aplicaci¨®n se reducen a delitos de alcance o criminalidad universales: Pinochet y Milosevic.
Y esa nueva entidad pol¨ªtica que puede ser Europa tambi¨¦n preservar¨¢ rasgos esenciales del Estado-Naci¨®n. Hacia adentro, m¨¢s que nunca, como corresponde al creciente car¨¢cter de consumidor que se le atribuye al ciudadano, alguien a quien hay que vender cosas, desde comportamientos con apariencia de ideas a desodorante; y hacia afuera, con una nueva presidencia de la UE que ejercer¨¢n los representantes de los Estados y que f¨¢cilmente relegar¨¢ a la Comisi¨®n de Bruselas a arbitrar cuestiones b¨¢sicamente t¨¦cnicas en defensa de las prerrogativas e intereses de cada miembro.
En medio de esa constelaci¨®n habr¨¢, por tanto, una presidencia, una cancha supranacional, en la que los Estados se preocupar¨¢n, al menos, tanto de que no se tomen decisiones audaces como de dibujar el futuro. La apoteosis de lo colectivo. Y junto a esa Europa con un emperador con tan poco poder como el del Sacro Imperio, un sol unilateral y radiante. Frente al Estado-Contenedor de Europa, el super-Estado de Washington. Un imperio, pero de los de verdad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.