El ser y la bomba
Hay pa¨ªses que se han dotado de armas nucleares para mandar m¨¢s (Estados Unidos); otros para evitar verse superados por el otro (la URSS en su d¨ªa, y en esa carrera, tambi¨¦n EE UU, y, en cierto modo, China e India); algunos para ser m¨¢s (Francia y Reino Unido). Y, finalmente otros, pa¨ªses o reg¨ªmenes, para asegurar su existencia. Es el caso de Israel, pero tambi¨¦n de Pakist¨¢n, incluso de Corea del Norte. Y ?quiz¨¢s? de Ir¨¢n. En un paso m¨¢s, el Pent¨¢gono intenta dotarse de microbombas at¨®micas para utilizar, lo que, de llevarse a la pr¨¢ctica, romper¨ªa un tab¨² y generar¨ªa m¨¢s inseguridad. Contra la proliferaci¨®n, lo primero es el ejemplo.
La UE acepta ya que la proliferaci¨®n de armas de destrucci¨®n masiva es "en s¨ª, la mayor amenaza a la paz y la seguridad entre las naciones", seg¨²n el documento presentado por Solana en Sal¨®nica. Pero luchar contra la proliferaci¨®n no implica s¨®lo, ni principalmente, medidas militares. Al fin la UE ha desarrollado una estrategia que aborda preocupaciones similares a las de EE UU, pero con enfoques diferentes, propios, no opuesta en los fines, sino en los medios y, sobre todo, en la necesidad de ir a la ra¨ªz de los problemas. A la doctrina del ataque preventivo de Bush, opone otras medidas anticipatorias, comenzando por la pol¨ªtica y diplomacia preventivas, sin excluir en ¨²ltimo t¨¦rmino el uso de la fuerza militar, aunque la UE no sea ?a¨²n? una organizaci¨®n militar. As¨ª, propone reforzar el r¨¦gimen de la OIEA y otras medidas, como los controles a la exportaci¨®n de material y presiones pol¨ªticas, econ¨®micas y de otro tipo.
Pero, en los principios b¨¢sicos del plan de acci¨®n en este terreno adoptado unos d¨ªas antes, los Quince afirman que "la mejor soluci¨®n para el problema de la proliferaci¨®n es que los pa¨ªses no sientan m¨¢s que las necesitan. (...) Pues "cuanto m¨¢s seguros se sientan los pa¨ªses, m¨¢s probable ser¨¢ que abandonar¨¢n esos programas" en un c¨ªrculo virtuoso, frente al vicioso de las carreras armamentistas. Porque su existencia no corr¨ªa peligro, con el fin del apartheid, Sur¨¢frica renunci¨® sin problemas a su programa de armamento nuclear. Bielorrusia, Ucrania y Kazajist¨¢n siguieron ese camino (ayudados por dinero de EE UU y europeo) tras la desintegraci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
En el fondo, la doctrina de la guerra preventiva de Bush (que est¨¢ por ver si no perece en Irak) puede llevar a m¨¢s proliferaci¨®n, por generar m¨¢s inseguridad. Pues un pa¨ªs sabe que si consigue la bomba antes, querr¨¢n negociar con ¨¦l. Bush ha alertado que el mundo "no tolerar¨¢" que Ir¨¢n se dote de armas nucleares, lo que entra en el juego de poder regional tras la ocupaci¨®n de Irak. La UE ha adoptado en Sal¨®nica un lenguaje parecido. Amaga con interrumpir un lucrativo acuerdo comercial con Teher¨¢n, y con medidas coercitivas. Pero es la primera vez que, compartiendo preocupaciones con Washington, la UE ha dise?ado una estrategia cabal, alternativa a la de EE UU.
No sabemos a ciencia cierta (menos a¨²n tras lo ocurrido con la inteligencia sobre Irak) si Ir¨¢n tiene en curso un programa para dotarse de armas nucleares. Ser¨ªa sumamente positivo que Teher¨¢n se sometiera al r¨¦gimen m¨¢s abierto posible de inspecciones internacionales, como le pide el OIEA. Cuando tantas miradas se centran sobre Corea del Norte (un r¨¦gimen aut¨¦nticamente peligroso por cultivar represi¨®n y armamentos, y no alimentos) y a¨²n m¨¢s ahora sobre Ir¨¢n, Mussaraf, el presidente de un inestable Pakist¨¢n, se pasea por el mundo como un sant¨®n bien recibido en Europa y en Washington. Antes del 11-S, por hacerse con la bomba, Pakist¨¢n fue sometido a sanciones por EE UU. Ahora, se mira hacia otro lado. A algunos visitantes ilustres que pasan por Islamabad, Musharraf les ofrece como apreciable regalo de cortes¨ªa una maqueta del monte Ras Koh de Beluchist¨¢n, donde tuvo en 1998 lugar la primera prueba de lo que constituye el aut¨¦ntico orgullo nacional paquistan¨ª: su bomba. ?Se convertir¨¢ en la temida bomba isl¨¢mica en un futuro no tan lejano?
aortega@elpais.es
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